Incontrolable como una bomba de aves, las esquirlas del 18/10 impactaron en muchas direcciones y activaron diversas fibras sensibles. Luego de los reclamos principales y las expresiones de rabia más pura, el movimiento se dijo a sí mismo que el objetivo era una refundación de Chile, en ese sentido empezó un proceso de articulación de esa energía original que tomó, junto a las manifestaciones diarias en casi todas las ciudades del país, forma de asambleas y cabildos.
El mundo editorial no quedó al margen de esto. Por redes sociales vimos fotos de editoras/es y escritoras/es reunidas/os en asambleas donde se condenaba el neoliberalismo, el Estado subsidiario, la lógica de la depredación, etc. Tuve, salvando las proporciones, un ruido similar al que tuvieron muchas personas que de pronto vieron a violentos acosadores devenir adalides políticos. Uno de los participantes en estas asambleas, de hecho, había subestimado el movimiento, llamándolo acéfalo, en un diario de la más rancia derecha argentina. Pero, al fin y al cabo, esas personas son individuos con todo el derecho a expresar sus opiniones, sean cuales fueren; está bien que opinen en contra, actúen a favor, participen, dejen de hacerlo, etc. No son momentos para juicios de ese estilo como único horizonte. Estas personas individuales, entre las cuales este redactor se incluye, pueden tener una relación con el Estado de carácter económico mediante la adjudicación de las becas de creación, no más, no son en nada perpetuadores de esta injusticia contra la cuál se están organizando. Tal sistema es sencillo: te dan dinero, entregas un manuscrito, cumpliste tu parte del trato, fin.
Hay, como en todo trabajo, quienes no hacen la pega, comportándose como esos incumplidores que tanto critican. También hay cientos de esos libros que no llegan a materializarse, no se sabe exactamente si por falta de mérito de esa producción, por una falta de mediación entre aquella producción y las editoriales, o por una mezcla de ambas variables. Si hay o no fallas en el sistema de becas será material para otro reportaje, ahora me interesa algo más delicado; porque una beca, como dije antes, es dinero por producción, un apoyo económico [y simbólico] para creadores. Pero hay otro tipo de persona que condenó la lógica neoliberal durante estos días: las editoriales y sus responsables.
Este sector, o parte de él, fue el que me hizo ruido, porque muchos de estos editores reiteran las prácticas del neoliberalismo ¿de qué manera? acaparando la mayor cantidad de apoyo a la industria posible, por ejemplo, o al contar con equipos grandes y respaldos de instituciones pero postular de igual a igual con editoriales cuyos equipos no superan las tres personas. Ese acaparamiento muchas veces los lleva a otra serie de malas prácticas: incumplir los plazos dispuestos por los fondos [hay libros que esperan dos o tres años salir], hacer mal su trabajo [versos cortados por un mal cálculo en los márgenes de impresión en libros de poesía, párrafos enteros repetidos en novelas, errores en tiempos verbales en cuentos, erratas por doquier, mantención de valores altos en libros de los cuáles no pusieron dinero] incluso, en algunos casos, a no hacerlo [reciben dinero para la edición de libros que pasados tres años de esa adjudicación, nunca tocaron librerías ni pudieron ser comprados en ferias] lo que implica no sólo una conducta éticamente reprochable sino, incluso, desfalco al Estado que pretenden cambiar con sus críticas.
¿Está mal el financiamiento? ¿es una crítica al sistema mismo? De ninguna manera, que se financie la edición independiente tiene varias ventajas: compensar la escases de recursos que tienen las pequeñas y medianas editoriales en relación a los grandes conglomerados. Descomprimir el valor de los libros para que puedan llegar a más personas. Multiplicar la cantidad y diversidad de registros y voces a partir de que más editoriales reciban apoyo económico para publicar.
Para lo primero, es indudable que hay diferencias materiales con los conglomerados que después van a verse reflejadas en la capacidad de distribución y marketing, es decir ventas, es decir la posibilidad de seguir publicando. Por eso, estos fondos son a priori una buena noticia, nos permite acceder a la visión más específica de editores que no pueden/quieren desarrollarla en empresas deudoras de otros intereses, con otras exigencias que muy pocas veces tienen que ver con literatura. Pienso en Mike Wilson pasándose a Orjik para publicar Leñador, su novela más radical, luego de su experiencia en Alfaguara. Pero cuando uno revisa quiénes se adjudican el apoyo económico, encuentra, por ejemplo, universidades que reciben varios millones de pesos al año para editar.
Por un lado revisé la línea de apoyo a ediciones del año 2017 y posteriormente consulté a la docente, trabajadora social y gestora cultural Carmen Andrea Mantilla, quien año a año sistematiza los resultados de los fondos de cultura en sus distintas líneas y permite divisar con mayor claridad las variables de género, centralismo, tipo de agentes editores, etc.
Sobre las universidades los datos indican que la cantidad mermó desde el 2014, donde se adjudicaban el 27% de los proyectos, peso porcentual que disminuyó en 2019 a 11, 1%, el análisis mejora en lo respectivo a universidades en regiones. En 2014 estas universidades representaban el 54% de los fondos de esta modalidad, mientras que en 2019 bajaron a 11%, lo cuál «significa que en la capacidad de crecimiento de los agentes editoriales de regiones perdieron importancia las universidades».
Es una excelente noticia ya que estas empresas compiten con, por ejemplo, una editorial de plaquettes de poesía cuyo valor final es de 1.000 pesos. Mientras que, por ejemplo, el libro “Ser y Parecer. Hábitos de consumo como reflejo de actitudes sociales. Valparaíso 1840-1860” de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, obtuvo $3.700.000, en la convocatoria revisada y en librería tiene un valor de $18.000.
En ese sentido, Mantilla piensa que «sí debería haber un tope respecto de la relación costo y precio de venta. Si un libro sale, por ejemplo, $5000 de costo total, no pueda salir a la venta al doble o más. Ese tema me parece atendible, porque las editoriales lo que están haciendo es capitalizar con recursos del estado para sus proyectos con fines de lucro. Desde esa perspectiva sí debería haber un mayor control respecto al valor final de venta de los libros».
¿Cómo cobran sus libros los mismo pesos que una editorial conformada por personas físicas [tres, cuatro la mayoría de las veces] si estas empresas, además de endeudar a medio Chile profesional, reciben dineros del Estado para sus ediciones?
Obviamente el valor de cualquier producto está directamente relacionado con sus costos, en caso de recibir dinero del estado, los costos deberían bajar por estar subsidiados, al menos la edición subsidiada. Pero estas editoriales, cuyo personal recibe sueldos de estas empresas, no lo toman de esta forma y «hacen como que» el dinero es suyo. Así, realizan el mismo cálculo que una microeditorial que con una sola beca edita dos o tres libros. Entonces el Estado les financia las ediciones, los estudiantes les financian los sueldos y ellos se quedan con los libros.
Hay casos positivos en ese sentido. La fundación A Cielo Abierto recibió $1.700.000 para publicar El circo en llamas, libro que recopila las ponencias de distintos críticos nacionales sobre el estado y el lugar de la crítica literaria. Ese libro no sólo salió en tiempo y forma sino que es habitual que lo regalen a los y las asistentes de actividades de literarias que se realizan en La Sebastiana, sede donde poetas/gestores de esa fundación, realizan festivales, lecturas, talleres, etc. Entonces no se trata únicamente de ser una empresa o un particular para abordar de una y otra forma la gestión de este dinero y de estos objetos, sino del concepto que cada cuál tenga sobre literatura, difusión de la literatura, importancia, etc.
Porque es esperable que empresas con relaciones tan cercanas al poder económico como las universidades privadas atenten contra la democratización del arte y del conocimiento, pero también hay editores independientes que, al no haber una regulación fuerte, por momentos incurren en esas prácticas cuestionables.
Como dije, tomé como muestra la convocatoria 2017 del fondo del libro en la modalidad Apoyo a la industria, en la sub-modalidad de Apoyo a edición. En ella, la editorial Alquimia, bajo el nombre de Serifa Producciones y Editores ltda, se adjudicó 8 fondos, el 9 porciento del total de fondos otorgados en esa línea, por un total de $19.395.394, para publicar 12 libros. Contranatura, de Rodolfo Hinostroza y Ave Soul de Jorge Pimentel son de ese año, luego de consultar con dos libreros que en efecto cuentan con libros de esa editorial, no logré dar con ninguno de ellos. Tampoco con las antologías de Tomás Harris o Jaime Luis Huenún que también recibieron apoyo ese año. Al consultar a la editorial, me comenta que dos de esos libros están listos, uno en proceso de producción y otro no saldrá por problemas legales. Lo que significa que, aunque pasado los dos años del plazo legal, puede que estén dentro de una prórroga, en ese caso surge otro interrogante ¿para qué postular a mansalva para recibir financiamiento por trabajos que no podrán hacer, en lugar de dejar esos fondos libres a otras editoriales? ¿Esa lógica de pulpo no es acaso la que el pueblo salió a hacer trizas durante estos meses de estallido? Hay otros ejemplos más sensibles que estas simples, aunque cuestionables, demoras.
Ese año Das Kapital se adjudicó fondos para publicar la Iconografía de Juan Emar, libro que a la fecha continua sin salir. El mismo año Rolando Martinez se adjudicó $1.692.180 para la publicación de Ciudad Bárbara, poemario del autor prometido a esa editorial, libro que termino saliendo en 2018, es decir, un año después de lo que debió haber salido. Además, durante el 2019 vendió, en verde y a $30.000 pesos, la poesía completa de Humberto Diaz Casanueva, proyecto que se había adjudicado $4.665.000 para ser publicado durante el 2017. Según palabras de Diego Sanhueza Jerez, responsable del proyecto, luego de muchísima insistencia a la editorial para que cumplieran su parte del trabajo, tuvo que poner una denuncia a la editorial para que el libro saliera finalmente.
Mantilla, sin embargo, considera que la inexistencia de libros en librerías no es un motivo para afirmar el incumplimiento de un proyecto, porque la línea tiene como fin la edición y circulación de esos libros, lo cuál «no sólo se puede sino que es recomendable que suceda en ferias, en venta directa, porque el ingreso al circuito librero produce en editoriales pequeñas, en general, una merma en los ingresos». También, que es relativa la cantidad de proyectos que adjudica uno u otro agente editorial, para ella «la mirada debería estar puesta en hacer un control o general topes respecto a la cantidad de dinero que cada editorial pueda adjudicar en un mismo proceso o en procesos similares. Por ejemplo, pudiese ser que las que participaron el año anterior y adjudicaron recursos, no puedan participar este año, como sucede con las becas de creación. Me explico: todos los proyectos de Cuadro de tiza pueden parecer mucho, 4 o 5 proyectos en un mismo proceso, pero en realidad todos esos proyectos juntos, representan el mismo monto, incluso inferior, a un solo proyecto de otras editoriales. Entonces hay que tener a la vista cuánto es la inversión para cada uno de los agentes editores más que cuál es la cantidad de los proyectos».
Otro punto interesante es si las postulaciones se hacen para publicar libros o para ganar dinero. Sobran ejemplos de colecciones que se postulan, se comprometen autores, y si los fondos no salen, los libros no se publican. Esto no se puede comprobar con datos como los anteriores citados, ya que la materia de esta información es el off the record de poetas que no quieren exponerse en un medio como el nuestro, donde todos terminamos cruzándonos, donde los editores deciden si se otorga o no una beca, un premio, etc. Complicando no sólo la objetividad de la entrega de esos recursos, sino la posibilidad de denunciar malas practicas.
En otras sub-modalidades de apoyo a la industria, hay casos en los que, quienes figuran como responsables de proyecto, lo elaboran con un equipo y cuando los dineros se adjudican, el dinero pactado se lo queda el/la responsable. O casos de micro-editoriales que piden dinero para ítems tan ridículos como adquisición de Indumentaria Editorial y Merchandisig ($800.000) junto a otros más comprensibles como adquisición de maquinas ($3.100.000), per que en tres años desde su adjudicación no editaron ni un fanzine.
Que se financie la cultura es una excelente decisión, cuanto más aumenta el presupuesto en cultura y sobe todo en fondos concursales el país tiene más posibilidades de democratizar el conocimiento y por ende, su calidad de vida, pero es momento de hacer ajustes, sino desde el Ministerio y su forma de gestión y control, al menos de nosotros, las y los trabajares de la cultura, que durante estos meses nos reventamos la cabeza pensando de qué manera contribuir a un país mejor.
Para cerrar, le pedí a Carmen una opinión más personal y menos numérica sobre las posibilidades que ella veía de mejorar no sólo la instancia de obtención de fondos, sino de apuntar hacia una autonomía y viabilidad que reduzca las posibilidades de mala praxis, respondió:
«Creo que, lo primero, es la asociatividad real que implica, por una parte, cuidar algunas instancias que han obtenido solidez a través de los años, como la Furia del Libro, profundizar las acciones democráticas institucionales basadas en cooperativismo real, lograr una lógica de negociación de cuerpo. Me parece tan extraño que después de una década no hayan logrado, por ejemplo, acuerdos con imprentas por manejo de volumen, un gran acuerdo de precios de imprenta con un par de imprentas para todas ellas, o lo mismo pero en distribución. Me parece super necesario lo que hace LaKomuna en distribución, por ejemplo, pero yo habría esperado una iniciativa de ese tipo desde la misma orgánica de la Asociación de Editoriales Independientes mucho antes. Abrirse a la lógica de negocio internacional: si sale mejor imprimir en Perú, pues imprimo allá. Nuestros tirajes son muy pequeños (alrededor de los 300 ejemplares) y por esa razón los precios tampoco pueden beneficiarse por costos de volumen por cada impresión, entonces una opción es salir a buscar ventas fuera del país para mejorar retorno por venta, ampliar el tiraje que permitirá disminuir el costo unitario de libros, etc. Hay otras áreas que adolecen de problemas que no se ha logrado solucionar en forma colectiva: no hay crítica a los libros, pues la solución es apalancar recursos suficientes para pagar una persona que ejerza esa función, con plena autonomía, pero para un conjunto de editoriales que son las que están desarrollando sobre sí el mayor peso de la nueva producción literaria del país.
Soy de la idea de armar equipos de profesionales al servicio de varias editoriales: un par de personas diseñando proyectos en otros ámbitos que exceden la edición propiamente tal del libro. El viaje del libro no puede terminar cuando sale de imprenta. Hay que desarrollar acciones de mediación, llevar lxs autorxs a las aulas, a medios de comunicación, hacerles entrevistas que puedan ser consultadas por otras personas. No puede ser que un/a autor/a emergente gane un premio y no puedas encontrarle una sola foto decente como para acompañar la noticia en un medio de comunicación. Las editoriales no están llamadas a sólo hacer un libro, deben ser la productora de su autor o autora. Y ahí estamos a años luz todavía de comprenderlo.
Mira, un ejercicio cualquiera: Un libro promedio en poesía vale 8 lucas, menos el IVA queda en poco más de 6 lucas (que voy a redondear a 6 lucas), con un tiraje promedio de 300 ejemplares y suponiendo que vende en un año la mitad del tiraje en su casa matriz y sucursales, y la otra mitad en consignación en librerías a las que se le aplica un 40% de descuento, da un total de venta neta en matriz y sucursales de $900.000.- y en librerías de $540.000.-. Al autor le corresponde el 10% de esa venta neta, es decir $144.000.-, ponle 150 lucas con el redondeo que hice.
Si tú como editor o editora, imaginas que eso está bien como pago a tu autor/a, eres parte del problema».