Estamos en el Carioca, el bar favorito de Óscar Barrientos Bradasic (1974). Viene caminando el schop de medio litro como todos los que sirven en todos los bares de este país, aun al final del mismo: Punta Arenas. Se escucha Arjona y en la pantalla juega Colo-Colo. El escritor no parece sufrir con estos estímulos y sus manos acarician sus anillos o su barba aleatoriamente mientras piensa y habla.
«La literatura es un proceso de entrenamiento, yo la comparo con las artes marciales», apunta. En su casa hay un dojo para entrenar. A metros, muchos pósters y poleras de héroes de cómic que miran una biblioteca totalmente colapsada en la que los libros se caen, casi.
Paradójicamente nos da cita en esta conversación un libro delgado y pequeño, de bolsillo: El correo del viento (LOM), un cuento largo publicado en la colección de Libros del ciudadano, esa accesible forma de leer que nos recuerda los minilibros de Quimantú.
Es la última entrega de una obra gruesa, que partió, según la Biblioteca Nacional, a los ¡14 años! Barrientos era el más precoz del grupo literario de la ciudad austral y ya en la adolescencia leía autores como Enrique Lihn, importante influencia en tanto la extensión de su escritura, en la que se ha movido hacia soportes como el cómic.
Para el magallánico, su obra realmente comienza con La ira y la abundancia (Mosquito editores, 1997). Allí, en el prólogo de los relatos, escribe: «Me presenté epistolarmente sin máscaras ni engaños, como coleccionista de relatos de ciencia ficción, interesado en recoger argumentos para una novela».
Un coleccionista que con el tiempo se ha impregnado de las personas que ve cotidianamente en el sur y les otorga fantasía. Así fue que se fijó en un cartero, en medio de la pandemia, remecido por el viento en su barrio croata; la imagen que da pie a su nuevo cuento. Un género que le ha traído reconocimientos como los premios Fernando Santiván (1998) en Valdivia y Julio Cortázar (2015) en Cuba.
Su prosa fue apareciendo con persistencia en este siglo, lo inician: El diccionario de las veletas y otros relatos portuarios (Cuarto Propio, 2002) y Cuentos para murciélagos tristes (Cuarto Propio, 2004). Es con este libro que las lecturas críticas salen de la prensa austral y llegan a las páginas del centro; en la revista Rocinante, Cristian Vila conecta el Puerto Peregrino ficcional con Punta Arenas. Continúa Remoto navío con forma de ciudad (Cuarto Propio, 2006), del que Hernán Poblete Varas reconoce «(…) este vendaval de sueños que alivian nuestro burdo realismo» en El Mercurio. Ya para entonces sus cuentos son antologados en Venezuela.
El trabajo no paró, pues siguieron El viento es un país que se fue (Das Kapital, 2009), Quimera de nariz larga (Piedra del Sol, 2011), Carabela portuguesa (La Calabaza del Diablo, 2013). Trilogía de Puerto Peregrino (Cinosargo, 2015), que es la primera compilación de su personaje fetiche, Aníbal Saratoga, la que luego será nuevamente articulada por Emecé incluyendo la inédita Dos ataúdes. Remata su obra ¡hasta el momento! Pequeñas patagonias (2018, LOM).
Para la poesía también hay espacio con Égloga de los cántaros sucios (El Kultrún, 2004) y Rémoras de tinta (Alquimia, 2014), y para la crónica con El barco de los esqueletos (Pehuén, 2014). Sobre su poesía, admite que «siempre he escrito. Tengo mucha inédita». El territorio no dejó de estar presente en ella desde Égloga…: «El río se llevaba los sueños rotos hacia el estrecho de Magallanes», comenta el escritor, entre sorbos de su bebida favorita. Fue reconocido por la Fundación Neruda por su trayectoria poética.
Después de esta tracalada de nombres, el mismo Barrientos acota: «Soy el niño símbolo de las independientes. Mosquito era una editorial más pequeña, tiene un sello porque tuvo libros señeros. Pasa lo mismo que con La Calabaza, tiene un nombre, tiene un sello. Cada historia fue una historia de amistad, amigos que leyeron mi trabajo y lo encontraron interesante. Algunas editoriales las encontré más interesantes que otras, algunas son muy desprolijas, otras son más rápidas y eficientes en la difusión, en que tuviera un correlato crítico, porque la plata no es tema. Cuando voy a la Furia del Libro y veo tantas editoriales me doy cuenta de que fui parte del proceso de nacimiento corporativo de las independientes, por una casualidad del destino».
«Yo lo animé y lo animo, microeditoriales, fanzines, que el mundo editorial tenga un abanico muy grande lo encuentro sano para el país. Las editoriales han hecho una labor que el Estado abandonó», afirma.
–Pero cuando uno se imagina una editorial estatal imagina Quimantú, que duró dos o tres años.
–Es que la experiencia de Quimantú es tan paradigmática. Yo creo que las editoriales estatales existen, son las editoriales universitarias, la editorial de la Biblioteca Nacional. Algunas son muy buenas, otras no tanto. Siempre hay un apetito refundacional de volver a hacerla. No sé si estamos en tiempos de…
–Igual hay formas medias snobs de llevar las editoriales universitarias.
–Las editoriales universitarias han dado pelea en el territorio. Hablo de la Universidad de Magallanes. Rescato el caso de la Universidad Austral, de Valparaíso, de la Católica del Maule. Han fijado un derrotero de la territorialización del problema. ¡Socia, amiga! ¡Otras dos!
–En tu nuevo libro el cartero está enamorado de su oficio. ¿Te pasa lo mismo?
–Soy un tipo que se enamoró de su oficio, y en un momento de la vida decidí ser escritor a costa de lo que sea. Es una tarea muy compleja, donde la palabra resistencia tiene un rol fundamental, donde a veces son más las voces que te desalientan que las que te estimulan. Es un medio difícil. He querido construir mi literatura y compartirla con otros en espacios territoriales, como lo hacemos con el colectivo Pueblos Abandonados…
«Crear un escritor que haga talleres literarios, que haga revistas, que esté en el pulso de lo que va ocurriendo, involucrado en los procesos sociales. No es una torre de marfil. Es un amor correspondido, me atrevo a decir».
–El correo del viento contiene fantasía. ¿Cuál es tu relación con ella?
–La fantasía es muy política. No me adscribo a un concepto de literatura fantástica con el sentido de que el factor sobrenatural obnubile la realidad. Me gusta más la alegoría. Y en esa alegoría la literatura fantástica es profundamente política. Tiene lo ideológico y la crítica a los sistemas de representación capitalista como una gran caja de resonancia. Me gusta trabajar eso, lo hice en las novelas de Saratoga, que más allá del personaje dipsómano todos los libros están recubiertos de una crítica muy fuerte. Carabela portuguesa es una crítica frontal a las salmoneras.
–Hablemos de la crónica también. Para mí El barco de los esqueletos es tu mejor libro.
–Intenté ensayar crónica, primero más como columnas y artículos, homenajeando la tradición de los grandes cronistas chilenos, pero surgió a partir del barco Marlborough, el que navegó veintitrés años a la deriva, la necesidad de reescribir la historia desde una crónica. Apelando al hecho real, porque el barco zarpó y hay fotos y que aparezca en el Estrecho de Magallanes… Había que llenar esos años con especulaciones. Traté de llenarlas con reflexiones sobre el olvido porque no soy historiador naval, porque los buques fantasmas son retazos de la memoria que insisten en no desaparecer del todo.
–Con el género que mejor te ha ido es con el cuento. Pequeñas patagonias tiene más de una edición y hasta fue traducido al croata.
–El cuento es mi género favorito. Como un género muy emparentado con la poesía, con la síntesis, con la economía de la forma. Los cuentos de Pequeñas patagonias son los más territoriales que he escrito, donde traté de absorber el influjo balcánico con lo más delirante que se me había ocurrido. Se tradujo al croata, me produjo mucho orgullo porque son mis antepasados.
–Haces surgir todo lo freak de Punta Arenas.
–El doble de Bon Jovi, el doctor PC, existen, son personajes que habitan Punta Arenas… los locos poseen algo muy poco común que es la fe, la cordura tiene muchas dosis de escepticismo. A mí la fe me alucina, es como un rayo, me conmueve la fe no siendo creyente.
–¿Por qué Punta Arenas es así?
–Algo de aislamiento hay, es una isla rodeada de nieve. Punta Arenas antes de ser tierra de pioneros fue durante muchos años colonia penal, donde llegaron presos políticos y presos comunes. Y eso implica una reflexión foucaultiana: el lugar de aislamiento produce un vínculo con la sinrazón y el absurdo mucho más cotidiano que el lugar donde la normalidad rige y normaliza. No es tan literario lo que escribo, tú lo puedes ver…
[Quisiera decir no, pero horas antes estábamos en un museo repleto de cráneos de cachalotes que fueron a morir a la tierra austral, y terminada esta entrevista, armamos un asado donde Barrientos contactaría por WhatsApp a un tenor que de los programas de variedades regionales saltaría a Ucrania, el que le envió como respuesta videos concursando en programas de talentos televisivos y fotos con publicidades y otras caminando con una mujer ucraniana].
«¡Otros dos para el señor Barrientos!»:
Pueblos Abandonados
Abandonados, el segundo de esta nueva etapa. El año pasado fue realizado de forma virtual desde la Universidad de Magallanes y a fines de agosto se juntarán los escritores y las escritoras en Chiloé, al alero de la Universidad de Los Lagos.
En la reseña autoral de El correo del viento se informa que Barrientos «Pertenece al colectivo Pueblos Abandonados». No es parte, «pertenece» desde su creación, la que relata: «Yo recuerdo haberse constituido en un encuentro en Valdivia. En aquel momento fuimos a un bar con Bruno Serrano, Pepe Cuevas y Marcelo Mellado, y en un momento de conversación empezó a surgir la marginación de los espacios fuera de la Región Metropolitana, el mismo Pepe alegaba eso pese a ser muy santiaguino».
«Nos quedó dando vuelta con Marcelo el trabajar la idea de aislamiento y hacer judo con eso, usar la fuerza del enemigo, ocupar la fuerza de la centralización en contra, recuperar literatura anterior a los 50, que fue la generación más cosmopolita: Edwards, Giaconi. De alguna manera la generación del 90 replica ese modelo: Santiago como una ciudad globalizada, una más de las capitales mundiales».
Pueblos abandonados, reconoce, está
«a contrapelo de un tiempo poco movimientista, un tiempo que más bien condena la organización y que al contario, estimula la idea del escritor aislado no militante».
–Se habla de territorio en PPAA.
–Es una reivindicación del territorio, no hablamos de provincia ni región, porque región está conectado con el proceso de Pinocho, y la palabra provincia sonaba nostálgica. En un país hay sensibilidades distintas y ahí surgieron muchas literaturas. En este momento se ha transformado en un espacio de problematización interesante, aunque el centralismo es un fenómeno muy arraigado, supera a quien quiera derogarlo. Por eso tenía que tener un factor contracultural, no tenía que ser solemne. Hay un hálito carnavalesco más ligado a la sátira y a la parodia.
–Esa política también evita el extractivismo. ¿Cómo vives tú que tu territorio sea parte de relatos de gente de afuera?
–Hay mucha cosa metropolitana que tiende a exotizar el territorio, hay mucho programa de televisión. En el fondo no conciben estos territorios como ciudades, sino como lugares rurales donde se vende artesanía y alcohol y trajes típicos y esperan encontrar un ovejero en estado puro. Hay una idea super reaccionaria de ver el territorio, y digo reaccionaria porque alberga una idea perversa.
Del Caribe y el sur, sin Santiago
–Revisando tu trayectoria, tienes premios en el sur o en Centroamérica. ¿Qué piensas de esto?
–No sé, quizá ratifico mi posición de desterrado. Quizá hay una mirada de identificación con los pares, con los coterráneos, los sureños, que es mayor a la que se genera en el centro. No lo descarto para nada; mi literatura generaba no sé si indiferencia, pero sí extrañeza, una literatura que no estaba en ninguno de los rótulos de mi propia generación. No entraba a negociar semióticamente con la literatura de los hijos, no era inmediatamente política aunque es muy política. Tiene que ver con inconsistencias en la recepción de los textos. En el premio de Cuba me decían después que el mundo de la Antártida les había parecido algo extremadamente interesante en relación al mundo caribeño, una orquesta antártica de pingüinos y focas, quizá esa extrañeza concuerda más con mi extrañeza. No había reparado en lo que me dices.
–Saliste a la palestra como el mentor intelectual de Gabriel Boric, hoy presidente. Varios te hacíamos en un cargo.
–Nunca ha estado en mi horizonte. Me interesa la política como ciudadano. A lo mejor sí más adelante. Fue bien invasivo por la prensa, por el cariño que le tengo a Gabriel y a la izquierda. Siempre nos comunicamos, siempre hablamos de literatura. Somos amigos y hablamos esencialmente de libros. Cuando era mi alumno teníamos mucha afinidad política. Ahora le tocó un rol complicado, pero confío en que lo va a hacer bien.
–Durante estos días he visto cuánto te quiere tu comunidad, te saludan en los bares ,pero también en librerías y la gente común. ¿Cuáles son tus sueños?
–Mi sueño es seguir escribiendo. Seguir creando cuentos, montar obras de teatro, consolidar mi comunicación con autores en distintas partes del territorio, incluso con Latinoamérica. En septiembre sale un nuevo libro con Tusquets y pronto un cómic financiado por un FONDART.
–¿Qué te interesa del cómic?
–Frecuento el cómic desde la infancia más remota. Me da la oportunidad de que la niñez no me abandone del todo y llevar a un formato interesante y atractivo algunas ideas que no logro ensanchar en la narrativa.
–Te la has jugado por Ramón Díaz Eterovic en el Nacional. ¿Por qué?
–Porque me parece un escritor de impecable factura, que ha sido extremadamente riguroso en la construcción de sus novelas, casi un orfebre, ha hecho de la novela policial una política, sobre todo con el pasado reciente en la transición. Es también un escritor extremadamente generoso con las generaciones más jóvenes, entiende otras escrituras. Es un escritor de la vieja guardia en que trabaja sistemáticamente su literatura.
–¿Con qué libro sugieres iniciar su lectura?
–Los siete hijos de Simenon, porque es una novela muy fina, muy delicada, que trabaja los desastres ambientales.