Oye Gabriela: Dejen los papeles de la Mistral en paz

Una ácida parodia a la disposición de archivo de la Nobel se teje en esta novela.

Oye Gabriela

Elisa Clark

Los Perros Románticos

188 páginas

Hasta dónde está dispuesto a llegar Pedro Pé con tal de llegar primero y publicar la correspondencia inédita entre Mistral y su última compañera ¿Por qué tanta urgencia y apuro? Pedro Pé realiza una caprichosa selección de material y elimina cualquier atisbo de lesbianismo de las cartas. En realidad, Hortence Paredes fue la primera en ver, leer y escanear los papeles, pero el crédito se lo lleva Pé. Otro caso de mansplaining literario.

Así arranca Oye Gabriela, poliédrica novela de la escritora chilena Elisa Clark que aporta una lectura paródica y metaliteraria sobre la fascinación que produjo entre los investigadores chilenos los materiales más desconocidos y preciados de Mistral que Doris Dana guardaba con celo en Estados Unidos. Elisa Clark presenta a los mistralianos chilenos como una jauría de tiburones de baja mar encerrados en un tanque persiguiendo restos y despojos epistolares de su presa.

El vanidoso funcionario de la Biblioteca Central de Chile, que hereda su nombre de una pegajosa canción de Raffaella Carrá, recuerda al protagonista de Los papeles de Aspern, de Henry James. Ese editor sin ética obsesionado con poseer los documentos de un poeta que son propiedad de una anciana, la señorita Bordereau, que es cuidada por su sobrina, Tita. En su búsqueda implacable mentirá, fingirá, manipulará e incluso intentará robar. Pero los otros personajes aparentemente sumisos tampoco se quedarán atrás. La astuta anciana le cobrará una renta excesiva por ruinosas habitaciones de su decadente palacio veneciano aprovechándose de su condición de ex musa de Aspern. Del mismo modo, Tita, se convertirá en una ambigua intermediaria, que también será capaz de engañar e intentará sacar provecho de su rol forzando un matrimonio con el editor a cambio de los papeles. No sabemos qué edad tienen ellas, si son ricas o pobres, si son buenas o malas. Tan ambiguos como los personajes son los papeles. A diferencia de Oye Gabriela, el «macguffin» de Los Papeles de Aspern es que nunca sabemos si los documentos existen realmente o si tienen algún valor.

Mi fragmento favorito de Los papeles de Aspern por lejos es esa escena donde el «bribón publicador» es atrapado con las manos en la masa a punto de robar los papeles por la espectral figura de la vieja dama.

Si hablamos de los papeles arrugados que rescata Elisa Clark, hay varias escenas desternillantes en Oye Gabriela. La primera en la página 82. Clark tiene acceso en la Embajada de Chile en Washington a la caja C-13 donde están las cartas de Doris y Gabriela. Pedro Pé le lee algunas líneas para que Clark las publique en un artículo periodístico en un diario chileno. La voz y el pulso le tiemblan a Pé al leer párrafos donde Mistral habla con identidad masculina. Pedro Pé es una gorgona que cuida su tesoro y cuya mirada petrifica a cualquiera que quiera apoderarse del botín. El mistraliano intenta borrar el lesbianismo y ocultarlo bajo un tupido velo para congraciarse con su jefa evangélica, mientras Clark lo descorre. En uno de los mesones hay un busto de Gabriela que lo mira, que lo mira arrugar y arrojar a la basura la carta que lo avergüenza. Fue esculpido por una de las escultoras que fueron amantes de Gabriela.

Otra de mis escenas favoritas aparece en la página 71. Elisa Clark entra a la oficina del agregado cultural de la Embajada de Chile, un galán de telenovelas que ha encarnado también al único santo chileno. Mientras Pedro Pé —el mejor de toda Santa Fé— le oculta las cartas entre Doris y Gabriela e insiste en su heterosexualidad, el otrora actor reconvertido en diplomático en Estados Unidos le confiesa que leyó las cartas y le cuenta que Mistral no llevaba las riendas de la relación, que lo pasaba mal, mientras Doris iba y venía, la abandonaba, la traicionaba, la dañaba, la dejaba por otras. Al final, el actor usando sus técnicas de galán invita a salir a Clark. La narradora-reportera termina embriagándose en el bar de su hotel a cuenta del diario chileno para el que escribe.

La trama de Oye Gabriela es un divertido juego de máscaras. Desde la portada del libro, la autora-narradora oculta su verdadera identidad. Elisa Clark es un heterónimo. Ella se divierte y con talento histriónico oculta su apellido real. Esa es su estrategia de escritura, de representación. Oye Gabriela se mantiene en la línea de flotación entre lo real y lo real imaginado, entre la autobiografía y la autoficción, sin saber dónde comienza y termina cada una.

La trama está llena de heterónimos, identidades veladas y máscaras, con las que los intelectuales y académicos mistralianos quieren ocultar a Gabriela. Las cartas reveladas por Clark le dan visibilidad a la voz lésbica de Mistral, hablan de cuerpos femeninos vistos por mujeres. En los papeles, Gabriela mira y es mirada por otras —sus amantes y objetos de deseo— y el sujeto femenino existe en función de sí mismo y no en función del rol que la presencia y mirada de la heteronorma masculina le impone. Mistral escribe desde la mirada femenina e interrumpe el esquema que ubica a la mujer como objeto de la mirada del hombre. Incluso, si quiere su voz se disfraza de hombre para escribirle a sus amores de paso.

Oye Gabriela juega con la noción de novela y de autoría, juega con la noción de clóset, representada en una biblioteca pública llena de conservadores cancerberos, una bóveda o caja fuerte con clave, un búnker/cárcel/habitación cerrada. En ese espacio, un claustro aséptico, transcurren y se depositan sus voces lésbicas libres de ácido, mientras en los muros de Santiago Gabriela se transforma en icono queer de la revuelta social que se avecina, vestida de jeans, bototos, un pañuelo verde de aborto libre al cuello y enarbolando la bandera de Chile completamente negra. Pedro Pé y los mistralianos han fracasado.