La distancia, 3.120 kilómetros, es tanta, que solo queda hablar por teléfono. Esta vez no puedo apelar a ver a Pavel Oyarzún (1963), pero sí cuento con un par de imágenes en mi memoria, algo fugaces, no tan extensas como hubiera querido: sentado en un bar en Punta Arenas el 2011, a punto de girar otra vez su escritura; el verano de este año en Valparaíso, dialogando con absoluta calma, con una estampa que parece haberlo acompañado siempre.
En pleno invierno uno puede imaginar al viento cortando o interrumpiendo esta conversación, pero la voz de Pavel se escucha clara, fuerte, segura, como su mirada en las imágenes que lo han atrapado durante estas décadas de producción. Ni como poeta autoeditado, ni como novelista reconocido deja entrever duda. Ese carácter agazapado como un lobo cubierto en la nieve, extendido y liberado en la escritura, acoge también la amabilidad.
Imagino su voz exhalando vapor frío en su celular, pero en su cuerpo corre sangre. Nadie sin sangre podría haber desenterrado historias rebeldes sepultadas por la mala memoria. Tras pasar la mayor parte de su juventud en dictadura, su escritura explota en democracia, en un camino persistente y alejado de las luces.
Lo imagino, también, hablando y enseñando junto a colegas como Óscar Barrientos y Christian Formoso, generando escuela en Punta Arenas, la primera de escritores residentes, rompiendo el paradigma de una ciudad escrita por afuerinos o viajeros. Deambulan por una ciudad cercada geográficamente, haciendo lo que deben para las nuevas generaciones, no solo trabajando para sí mismos.
Lógicamente, dos editoriales con marcado carácter político publican y hacen circular por Chile a Oyarzún. Nadar compiló la poesía en Palabras abren sepulcros (2015) y LOM, cada tanto, va entregando sus libros narrativos: El Paso del Diablo (2004; su adaptación al cine está en posproducción), San Román de la Llanura (2006), Barragán (2009) y Krumiro (2016). Las condiciones objetivas explican más: la cercanía al anarcosindicalismo de la primera editorial, que conecta con el rescate de la Federación Obrera de Magallanes de Pavel; con LOM una visión de izquierda pero abierta a diferencias; fácil es comparar la última novela con obras de Mijaíl Bulkágov, censurado en la Unión Soviética y también parte del catálogo de la señera editorial.
La primera etapa novelística nos acerca de golpe a un pasado rebelde, en el que el elemento histórico no es tomado de forma utilitaria para la ficción, sino que actúa como elemento constitutivo. La segunda, nos asfixia con el punto seguido, como si hubiera hallado el nervio del lenguaje, tal como en esa lectura veraniega en Valparaíso.
Siempre, además, hay algo incómodo, una forma incorrecta de presentar los temas, con altas cuotas de humor negro. Un lector pudo haber leído Krumiro para integrarlo a la narrativa chilena que trabaja el tema dictadura —de forma a veces oportunista—, pero el carácter incorregible que ya marcaba los primeros libros de poesía de Oyarzún se resiste a las etiquetas. Es demasiado para eso, no está para ese lugar. En más de una hora de conversación no ríe, entiende la gravedad. Esto es serio, siempre lo fue. Las risas: para los niños.
Revisando un hito formativo austral, está el Centro de Escritores Jóvenes y Aristóteles España.
Tomé contacto con Aristóteles cuando vuelve a Punta Arenas a radicarse, en la época en la que él estuvo en el Centro de Escritores Jóvenes yo no estaba vinculado a la literatura, más bien estaba en una incipiente militancia en las Juventudes Comunistas, así fue nuestro primer contacto. Posterior a eso Tote se va a Santiago, luego sale del país y regresa en los noventa a Punta Arenas. Allí nuestra relación fue básicamente literaria, una amistad muy grande. Compartimos visiones comunes respecto a la literatura de Magallanes, una suerte de fijación que tuvo por décadas en el paisaje, de postal, inmóvil y deshumanizada. Compartimos el diagnóstico y la necesidad de afianzar una nueva literatura acá.
La antología “InSURgentes, la nueva poesía magallánica” apunta también a eso.
La comenzamos a trabajar con Juan Magal en1996 y se publica el 98. Ese trabajo lo conoció Aristóteles, lo compartimos. Reunimos 25 poetas. Para fundar una nueva poesía era fundamental Dawson, el libro de Aristóteles, publicado por Brugera en 1985, que antes había circulado aquí en Punta Arenas en un formato artesanal, mimeógrafo de por medio, a finales de los setenta. Daban cuenta sus versos de la experiencia del prisionero de político, muy joven, menor de edad. Dawson es el punto de inflexión, comienza una nueva etapa en la literatura magallánica.
Es interesante pensar en esa antología también como cambio de paradigma, una literatura magallánica hecha por gente que vive allá, como tú, Óscar Barrientos y Christian Formoso. Antes, cuando uno revisaba la literatura austral, hallaba muchos escritores que escribían en estancias o viajes.
Es cierto eso, se daba que los pocos escritores que lograban trascender los límites del territorio eran muy circunstanciales, o básicamente migraban al centro del país, particularmente a Santiago, como Francisco Coloane, Rolando Cárdenas y el mismo Aristóteles. Parecía una condición que el escritor de Magallanes que quisiera que su obra fuera conocida tenía que abandonar el territorio. Esa premisa se rompe, también porque somos escritores que hemos sido editados por editoriales de Santiago, eso no ocurría antes. Durante mucho tiempo las publicaciones magallánicas nacían y morían aquí. Era muy difícil tener acceso a las editoriales santiaguinas. Somos escritores residentes, escribimos aquí, hacemos aquí toda nuestra labor. Es una situación nueva.
¿Qué significa allá la lectura de Rolando Cárdenas?
Nació acá, a los veinte años se fue a Santiago y prácticamente no regresó más que esporádicamente. En sus 5 libros de poesía está presente la Patagonia. Hace una poesía muy cuidada, muy concienzuda, trabajaba mucho sus textos. Jorge Teillier decía que no tenía poema malo. Ese aserto lo define muy bien, porque no es prolífico. Su poesía reunida por Ramón Díaz Eterovic alcanza niveles notables.
¿Cómo se hacían, cómo circulaban esas ediciones magallánicas de poesía?
Aquí básicamente desde la segunda mitad de la década del ochenta, el método era la autoedición. Nosotros los autores nos conseguíamos algún dinero, la mitad de la publicación, íbamos a la imprenta acá en Punta Arenas y pagábamos un porcentaje para que se imprimieran 500 ejemplares. Luego venía la presentación, que ojalá fuera bastante concurrida para vender, y después la venta personal, mano a mano. Se usó, yo mismo usé ese método, y para eso tú recurrías a la ayuda de familiares, de amigos, eso era bastante común. Era el modus operandi de los poetas de aquellos años. Una suerte de sueño del pibe era que te pescara una editorial de Santiago, pero un sueño que veíamos algo quimérico, muy lejano. Las primeras publicaciones nuestras son inhallables. Yo no tengo la primera edición de La cacería, no he visto ningún ejemplar. Por eso agradecí la antología Palabras que abren sepulcros.
Pero tú parecías tener fe en romper el sino del aislamiento, se nota al leer esos primeros libros.
Una nueva generación de poetas quería romperlo, era un autoimpuesto por una poesía muy ligada al territorio en términos telúricos. Era muy difícil que una persona de afuera sintiera ligazón con los temas. En nuestra poesía de aquel entonces estaba lo universal, en la que el centro, más que en el paisaje, estaba en la condición o drama humano que es común a todos.
Un adjetivo que estaba en una de las primeras reseñas en prensa austral a tu poesía era la arrogancia. Sin ese rasgo no se hubiera podido atravesar ese largo trecho.
Es cierto, especialmente con La jauría desquiciada (1993), que tiene un tono más sentencioso, con los recursos poéticos que yo tenía en aquel entonces. Escribía de mi tiempo, de lo que ocurría, de la sociedad contemporánea. Los lectores de aquel entonces lo vieron así acá.
Tiene ferocidad el libro.
Ahora todo uno lo ve con el tiempo. El otro día conversando con unos chicos en un taller literario, les decía que en el momento que se está produciendo el fenómeno poético uno no tiene consciencia de las aportaciones que puede hacer, o lo que puede tener de disrupción en un escenario. Uno está escribiendo y tiene que escribir fuerte, así te entroncas con otras tradiciones de ruptura, para eso no sirven los elementos tradicionales de la poesía de Magallanes. Sé que en no todos los sectores de acá fue una poesía aceptada, los más reaccionarios lo veían como algo extraño, como salida de madre. Yo contaba con compañeros de generación, como Marcela Muñoz, que también rompía la tradición de la mujer en una sociedad patriarcal como la magallánica, tenía referentes en otras partes del país; recuerdo haber estado en un encuentro en Santiago en 1991 y haberme sentido muy hermanado con algunos poetas de distintos lugares de Chile. Me sentía parte de una poesía que superaba con largueza las fronteras magallánicas.
Cuéntanos del grupo literario Esperanto.
En ese tiempo éramos escritores vinculados al Partido Comunista, el Esperanto era el sueño de tener un solo idioma en el momento culmine del socialismo. Fuimos un grupo de compañeros y amigos con proyectos literarios muy distintos, no tuvimos el aprendizaje típico de los grupos literarios.
Suena bien colectivizar las productividades.
Sumamos a otra gente, más joven, y tuvimos contacto con otros grupos. Tuvimos una dinámica distinta, eran lecturas anunciadas, como lecturas públicas. No éramos un círculo cerrado como la Sociedad Literaria de Magallanes, muy vinculado a lo oficial, incluso a las páginas sociales.
Nos podrías contar de las relaciones literarias en la Patagonia, y de ese rasgo más binacional que hacia el centro.
En lo personal tengo mucho vínculo con muchos poetas de la Patagonia argentina, durante un buen tiempo durante mi labor poética era mucho mayor el conocimiento con poetas de allá. Hoy día no es tan intenso, no sé si ocurre lo mismo con generaciones más nuevas. Cuando me inicié poéticamente el vínculo de salida para nosotros, casi natural, era la Patagonia argentina. Era más fácil tener contacto con ellos que con Chile. Fue formativo. Hay un elemento nada nacionalista como en el centro, por lo menos en un sector de la población en general, no solo escritores, el nacionalismo no es tan marcado, no es tan odioso. Eso te demuestra que los procesos culturales son mucho más amplios de los que puede definir un Estado nación. Hemos vivido en la Patagonia en un territorio binacional.
¿Por qué decidiste cambiar de género literario?
En Magallanes parecía que iba a ser un poeta de por vida, de hecho cuando me inicio en la literatura no me imaginaba escribir narrativa, a pesar de que era un buen lector de novela y cuento. Esto ocurre a comienzos del dos mil, algo cambió en mis pretensiones literarias, llegó un minuto en el que necesitaba escribir historias y un lenguaje narrativo. Fue muy natural. No se me hizo difícil porque mi poesía era más narrativa que lírica, vinculada a la historia, es como dar un salto pequeño y trasladarse a otro patio que colinda allí no más. Me meto en temas históricos que ya había abordado en la poesía. Entiendo natural también integrar elementos poéticos en mi narrativa, y aclaro que sigo siendo un muy buen lector de poesía. En seguida noto si un narrador lee poesía. Es curioso, pero hay narradores que no lo entienden a veces. Los lectores o escritores de poesía sabemos resolver ciertas cosas a nivel de lenguaje que precisamente son las herramientas de la poesía.
¿Ya proyectas una nueva novela?
Estoy recabando información. Tengo un método en que comienzo a buscar, hacer anotaciones. Mis novelas tienen mucho vínculo con episodios históricos. Tengo alma de investigador, me meto a bibliotecas, releo, busco en internet. Disfruto mucho cuando ya tengo un proyecto de novela.
Quiero discutir contigo otro factor, el carácter incorregible que descansa desde este patear mesas en la poesía magallánica a las pulsiones narrativas, que tienen mucho que ver con la rebeldía al destino, lo desagradable del periodista en San Román de la Llanura, la obsesión sexual en Krumiro. ¿Convives con ese carácter o existe solo para la escritura?
Convivo con él, dentro de lo necesario para situarme en un ámbito social, pero es cierto lo que dices, en la poesía y en la narrativa está ese elemento insurgente. Eso hace de la escritura una actividad muy esencial, muy particular. Recuerdo una entrevista del norteamericano Philip Roth, en la que decía que cada vez que se enfrentaba con una nueva novela confrontaba al aprendiz que había en él, cada novela era un desafío nuevo más allá de las décadas de trabajo literario. Eso lo podemos extender a la pasión, se nota cuando el escritor lo hace con pasión, de una forma muy intensa. Yo siento eso, que con una novela puedo estar haciendo al menos un pequeño aporte, aunque sea, ínfimo a la literatura. De otra forma no escribiría, me dedicaría solo a leer. Jamás un escritor puede caer en el presidio del conformismo con su obra, con su vida, con la sociedad, esa actitud burguesa, que la vida pasa delante de ti y que sea como estar dentro una pantalla. Lo he mantenido, está presente en Krumiro.
Krumiro rompió las expectativas de lo que podemos esperar de ti.
Rompe para todos, para bien o para mal, ese impulso lo mantengo, no me obligo, lo siento así. En el minuto que escriba por escribir o por sumar un nuevo título voy a parar inmediatamente.
Aparte, toca el tema de la militancia. ¿Cómo es escribir como militante comunista? ¿Hay conflicto?
Dejé de militar hace muchos años, pero sí escribí poesía siendo militante. Lo que sí, pretendí no hacer panfletos, o sea que mi militancia no significara una poesía sin recursos, sin ser un policía del realismo socialista. Nunca tuve un cruce respecto a eso. Sé que por un tiempo, por razones circunstanciales, los escritores comunistas se valoraban más por su militancia que por su producción literaria, lo cual es un profundo error. Si tú te fijas en los escritores, sobre todo en los cincuenta o sesenta que eran militantes, eran muchos, pero los que tienen un valor literario son pocos. Lo que quiere decir que la literatura sigue siendo un producto que tiene valores propios. Un escritor puede ser un perfecto reaccionario; si nos ponemos en la onda de una claridad, puede ser medio espeluznante que siendo de posiciones políticas reaccionarias produjeron obras literarias de altísimo nivel: Borges, Pound, Proust y Vargas Llosa, entre muchos otros.
¿Has pensado en escribir una novela ambientada en el presente?
Sí, antes bromeaba con eso, era como si estuviera en blanco y negro, más encima con caballos, Winchester, Mausers. Sí, quiero escribir una novela más contemporánea.
Krumiro va acercándose, ocurre entre los setenta y los noventa. Voy a trabajar algo contemporáneo. Más que una novela quiero escribir algo con varios narradores, lo que Faulkner llama los vasos comunicantes, que haya saltos en el tiempo, eso me interesa mucho. Saltos del presente al pasado, al futuro, incluso.
Vicente Oyarzún, tu hijo, está entre las voces nuevas del sur. ¿Se hereda el oficio?
Va a publicar pronto Estación adversa. No tengo la distancia necesaria por nuestra filiación, pero sé que es un aporte lo que hace, es muy consciente de su oficio. Eso quiere decir que toma con máxima responsabilidad la literatura. Tengo la expectativa que Estación adversa tiene potencialidades que los lectores podrán descubrir.
Krumiro
Pavel Oyarzún Díaz
LOM
117 páginas
Por Priscilla Cajales
La derrota de un país, de un partido, de una generación que vio con vergüenza el fin de un proceso y el comienzo de una larga partida comandada por quienes les jugaron una mala pasada de antología. Por los cobardes, o peor aún, liderada por los traidores. Los krumiro, dentro de una huelga, son precisamente eso, quienes traicionan y se venden, insulto que sobre quien caiga, es igual a una marca indeleble.
Es en los setenta cuando comienza el periplo del protagonista de esta novela de Pavel Oyarzún, quien lo describe como parte de un linaje intachablemente proleta, hijo de una ética firme como el hierro y que es incapaz de sobrellevar. Y en este fracaso vemos su caída, la violencia dura del macho, y la transformación de la mujer en un objeto de uso y abuso, todos componentes esenciales en la construcción de este personaje.
Sus incursiones sexuales, sin excepción, son de una violencia meritoria de un enfermo que se ve caer al abismo de la inmoralidad, pero que se aferra con uñas y dientes al deseo de ser parte de una revolución nacional. Esta ética diferenciada es el marco en el que se mueve este texto de Oyarzún, quien hace un zoom descriptivo ahí donde el descarnado protagonista se vuelve un cazador, esperpento de una masculinidad fracasada en cada ámbito a la que se le enfrenta.
“Sin embargo, no todo era fiesta para mí. Mi pulsión sexual, insana donde las haya, a menudo chocaba contra el muro del materialismo histórico. Y me refiero a cómo iban las cosas en Chile. Siempre la historia de esta larga espada de sangre me golpeaba duro. Me dejaba groggy, como si hubiera recibido un uppercut de Monzón o de Salvador Sánchez. Más aun en aquella época en que mi sensibilidad social crecía tanto como mis ganas de zamparme a esa indiecita. De destazarla”.
Cuando más patético se vuelve el relato es cuando la narración establece un paralelismo entre la decadencia del protagonista y los avatares de la resistencia, así lo vemos en medio de un intento de violación mientras militantes o campesinos eran desaparecidos y asesinados por la dictadura. O masturbándose hasta las náuseas, mientras en las afueras de Santiago fallaba el atentado que hubiera cambiado la historia.
El personaje está delineado, pareciera, para generar rechazo, tanto por su cobardía, o por su inagotable violencia machista. Dado este caso, tenemos en este doble agente a quien logra migrar desde el extremo sur del país y meterse en las filas de la resistencia en las poblaciones más rojas de los ochentas en Santiago, y al que trata y ve a las mujeres, incluso a sus compañeras de filas, desde un reduccionismo meramente genital.
Así, el proyecto de formar al hombre nuevo de la izquierda más radical, se ve enfrentado a la imposibilidad de superar las gruesas barreras de la violencia machista, una enfermedad que innegablemente contamina las filas de los movimientos sociales y que es la base para una sociedad fracasada y desigual. Este krumiro lleva en la frente la marca de la derrota, porque estos hombres solo engendran odio y vergüenza, nunca, o nunca más, les creeremos que sus frutos puedan ser otros.
La lectura de esta novela me llevó referencialmente a la población donde nací, la José María Caro, ahí donde las papas quemaban todos los días. Recuerdo a las vecinas hablar de los jóvenes que venían de afuera, esos con zapatillas de marca y que hubieran querido que fueran los pololos de sus hijas. Esta novela nos muestra que los canallas no sólo eran los del bando del frente, que la violencia fascista también se puede poner la boina del Che. Porque siempre es más fácil reconocer al enemigo cuando tiene un uniforme, en cambio, cuando va disfrazado de compañero de armas, de activista o de amigo, puede llegar a ser incluso más peligroso.
Publicado en el número de septiembre de 2018