Cuando un hombre tiene setenta y cinco años, aunque esté firme como un roble o como una pared de hormigón armado, sabe que ya tiene más vida por detrás que por delante. Algunos, los más sabios o los más reprimidos, esperan sin mayores aspavientos que todo se acabe; otros, se aterran y se esfuerzan por estirar lo poco que les queda de elástico con químicos legales e ilícitos o se deprimen, se vuelven taciturnos y sombríos, y van reemplazando las oraciones por monosílabos y los monosílabos por gruñidos y, finalmente, por un silencio rabioso; hay otros, una especie en sí misma, que intentan desesperadas acrobacias de último minuto: regresar fervorosos a la iglesia cuyos mandamientos pisoteaban hasta ayer, ir en busca de hijos abandonados esperando el perdón de sus vástagos o dejar la sal; otros, los más decididos o los más desesperados, simplemente se suicidan; y hay otros, estos son difíciles de hallar, que escriben poesía, llevan un diario, fuman marihuana, adoptan una gata huérfana, perfeccionan la técnica de la salsa de tomates y se ponen a pololear. Marcelo Charlin es de estos últimos.
No sería justo decir que Charlin es un poeta poco conocido, porque poco, en su caso, sería demasiado; sin embargo, la suya no es la historia del escritor incomprendido e ignorado por la odiosidad de la crítica o del medio literario nacional. Ni yo, que soy su amiga hace años, sabía que era poeta. No se esfuerza en mostrarlo, tampoco en ocultarlo. Él escribe y publica, sin prisa alguna, cada cincuenta años. En 1968 lo hizo en El corno emplumado, en 2019 en Pequeño Dios Editores con un poemario titulado Noticia en desarrollo y por estos días, quizás consciente de que ya no le queda medio siglo más para seguir su tradición, prepara otro, al que tituló, sin rodeo alguno, Las vueltas de la muerte.
Charlin vive en el cerro Barón, en un departamento pequeño y cálido, con una gata cachorra con quien tiene una relación conflictiva. El departamento, eso sí, no es de él; se lo arrienda a su polola, que hasta hace no mucho era su jefa y a la que, confiesa, le echó el ojo apenas la vio y a quien conquistó con algunos poemas no muy píos que digamos. Han pasado seis años desde entonces. Ella tiene veinte menos que él y vive en el edificio de al lado en su propio departamento; juntos se construyeron una casa en una isla del sur y cuando van para allá hacen una tregua y viven algunos días bajo el mismo techo. Hay un dicho que dice que el secreto del amor está en que cada uno tenga su espacio. Lo practican al pie de la letra.
Las paredes del departamento están llenas de fotos y de cuadros. De sus hijas mayores Alva y Sara (que ya van llegando a los cincuenta); de Nicolás, su hijo de veinticinco, con quien durmió hasta que tuvo catorce y con quien hubiera seguido durmiendo si la madre de este no hubiera intervenido de manera definitiva; fotos de él mismo, joven, con rulos, bigote y tirando pinta en el Londres de mediados de los setenta; un afiche cubano de la época de oro de la gráfica revolucionaria; un póster grande de Manhattan de Woody Allen; la nave Halcón Milenio de la Guerra de las Galaxias; un autorretrato de una de sus hijas; una ilustración hecha por la ex-polola de Nicolás; un grabado del Loro Coirón; una fotografía de mujeres desnudas de Deborah Turbeville; un cuadro surrealista pintado por Coca Roccatagliata, su primera esposa, y un dibujo de Leonora Carrington dedicado de su puño y letra a Coca; estas dos últimas piezas, rescatadas por él de la hoguera a la que fueron a parar la mayoría de las obras de su ex mujer cuando se hizo evangélica y los frutos de su trabajo artístico, de un erotismo cautivante y provocador, le parecieron demoníacos.
Pa qué trajiste tanta weá, reclama cuando empiezo a sacar de la bolsa plástica las prietas, el arrollado y la botella de vino que le llevé. Tiene en la mano una lata de Cristal. Le pido una.
Su primera aparición impresa fue en 1968, en el número 25 de la revista mexicana El corno emplumado. Allí, entre William Carlos Williams, Ernesto Cardenal y una dedicatoria al «comandante guerrillero ernesto “che” guevara muerto en las montañas de bolivia», aparece su nombre, el de Claudio Bertoni y el de Cecilia Vicuña bajo el título de «Tres poetas chilenos». Los elogian, los llaman «el último fruto del árbol de la poesía en lengua castellana» y los emparentan con una constelación mayúscula: «la línea más honda de la poesía sigue caminado: es la de San Juan de la Cruz, Arnim, Baudelaire, Blake, Apollinaire, Paz…» Así fue el debut poético de Marcelo Charlin. Luego de eso no publicó más, hasta ahora.
—¿Tú conoces la entrevista que nos hizo la Soledad Bianchi para su libro?
—No.
—Es una entrevista larga. Te va a servir.
Vuelve con el libro La memoria: modelo para armar. Grupos literarios de la década del sesenta en Chile. Entrevistas. A fines de los ochenta, Bianchi conversa con cuatro de los seis integrantes que tuvo La tribu No, grupo que hubiéramos olvidado si no fuera por Claudio Bertoni y Cecilia Vicuña que llegaron a ser reconocidos. Los fragmentos de las entrevistas son sustanciosos y divertidos, llenos de historias, anécdotas, palos entre unos y otros, y cahuines de antología que vale la pena visitar. Algunos: la funa que hicieron al Congreso de Escritores de 1969, la farra que se pegaron con Julio Cortázar en el 70, la lectura poética que casi le cuesta el puesto a Nemesio Antúnez en el Bellas Artes y la agarrada de mechas que tuvieron con Ernesto Cardenal en la casa de Antonio Skármeta. El grupo se disolvió rápido. Bertoni y Vicuña hicieron las cosas por las que los conocemos. Francisco Rivera, Sonia Jara y Coca Roccatagliata terminaron evangélicos. Charlin vivió varias vidas: se recibió de arquitecto en la Chile, hizo un posgrado en Londres con una beca millonaria de una fundación judía, regresó, diseñó, reparó y construyó casas, se fue a Canadá y ganó otras becas millonarias para doctorarse en sociología, volvió y trabajó en la FLACSO, se dedicó a los estudios de mercado, tuvo esposas, amantes, hijos y nietos y fue, a regañadientes y solo por necesidad, profesor universitario. En todos estos años, nunca dejó de fumar marihuana ni de escribir en su diario.
Este libro es mi poesía, me dice ojeando The Anthology of New York Poets editada por Ron Padgett y David Shapiro en 1970. Para envidia de los que amamos ese tramo de la cultura estadounidense, Charlin vivió dos años en Nueva York a fines de los sesenta. Hizo lo esperable: se drogó todo lo que pudo, estuvo en Woodstock, vio en vivo a la Janis Joplin, se hizo el beatnik y vivió de cafiche mientras su esposa bailaba en toplees en un cabaret de Manhattan. Pero un hecho, entre esa ensalada de excesos que los hijos de la clase media acomodada de este país tercermundista podían permitirse, tuvo una significación imperecedera: su encuentro con los poetas de esa antología, que todavía mira como si se tratara del amor de su vida. En el texto que escribió para presentar la traducción que hizo, y que no ha podido publicar por falta de una editorial interesada, relata cómo fue que el libro llegó a sus manos: «Era un café donde, además de tomar cerveza, los parroquianos levitaban a diferentes alturas. Cuenta la leyenda que en el estado de ingravidez en que nos encontrábamos esa noche R.D. [se refiere al poeta Richard Dubuffet] me dijo anda a comprarte la Antología de poetas de Nueva York será mejor. Al otro día fui y me la compré y la he andado trayendo de un lado para otro desde entonces. También le di una fotocopia a Claudio». Esa poesía le voló la cabeza no solo a él. Bertoni, que recibió la fotocopia (y eso que el libro solo costaba 4 dólares), escribió en la contratapa imaginaria de la traducción inédita, lo siguiente: «Charlin trajo este libro (An anthology of New York Poets) el año 1969 [hay una confusión en la fecha] desde precisamente Nueva York y cambió mi poesía para siempre y escribo esto para unir egoísta y envidiosamente mi nombre a estas traducciones a esta antología repleta de “líneas vivas” como pedía Charles Olson a la buena poesía / No puedo exagerar el gusto que me da leer una y otra vez estos poemas vivos precisos serios divertidos complejos tiernos duros ambiguos deslenguados y deliciosos / ¡No se los pierda!/». Vivos precisos serios divertidos complejos tiernos duros ambiguos deslenguados y deliciosos son adjetivos justos también para describir la poesía de Charlin. Mi poema favorito, y en esto coincidimos con Bertoni, lo confirma. Ahí va:
Historia de amor
Como otras esta historia transcurre
la mayor parte del tiempo
en uno de esos grandes complejos
industriales que crían pollos
en jaulas individuales
donde los desdichados pájaros
crecen hasta que revientan
y los sacan para estirarles el cogote
o meterles una picana eléctrica en el culo
pelarlos y meterlos piluchos
en una bolsa de plástico para terminar
en la mesa de algún ciudadano cualquiera
pasando por el supermercado donde esperó
inmóvil que una señora como usted
lo ponga en el respectivo carro
y lo pase por la caja.
Allí nos conocimos
en la cadena sin fin
por la que pasaban los cadáveres
ella frente a mi inevitablemente nos miramos
mientras les amarrábamos las patas
con un elástico y los dejábamos
seguir su camino.
Hasta hace unos años, Marcelo Charlin pagaba una cuota mensual a una organización suiza que gestiona eutanasias VIP (con cena de despedida para la familia y amigos y una inyección letal), pero desde que averiguó con su hermano médico que matarse con cianuro, elemento fácil de conseguir y de consumir, era harto más barato, consideró que lo de los suizos era un gastadero innecesario. No le teme a la muerte, dice, sino al dolor y para eso, agrega, me tomo un Mejoral.
Muchos de los poemas del libro tratan de la muerte. En distintos tonos, con densidades variables, con ánimos cambiantes. No se enfrenta a la muerte siempre con la misma cara. En algunos se hace el choro, como en este que le sacó una carcajada a mi padre que últimamente se ríe bien poco y que tiene la misma edad de Charlin: «la idea de la muerte es lo único/ que templa nuestro espíritu/ y para confirmarlo/ me hice una paja/ emulando al estudiante/ que sabe que la paja mata/ pero no le teme a la muerte». En otros se vuelve sombrío: «ya van dos veces que me has preguntado/ por mi cara triste/ y tienes razón/ estoy triste/ y lo que me tiene triste/ es ver como tú te vas yendo a tu vida, / esa vida tuya en la que poco a poco/ sé que no voy a estar». Con risa, con asombro, con calma, con pena, va elaborando un tránsito que no por asumido es menos estremecedor.
Leyendo y rumiando su libro, me imaginé a Charlin como una versión porteña y clandestina de Scheherezade, como el protagonista de un drama anónimo que ocurre todas las noches en el pequeño departamento de Barón que le arrienda a su polola. La muerte rondando y él tratando de despistarla con poemas. Se lo cuento. Nos quedamos callados.
—Tení razón —me dijo después de un rato.
Quise tomar más vino, pero ya se había acabado.
PETER SCHJELDAHL Nació en Fargo, North Dakota, y creció en Minessota. Abandonó sus estudios universitarios para instalarse en Nueva York y dedicarse al periodismo. En 1964 pasó un año en París, donde se «contagió» con la poesía surrealista y declaró entre sus héroes favoritos, además de Frank O’Hara y John Ashbery, a Charles Baudelaire. Publicó algunos libros de poemas entre los 60 y 70, para terminar abandonando la poesía y dedicarse tiempo completo a la crítica de arte. En esa línea publicó en revistas como Artforum, Art in America, Vogue y Vanity Fair. Perteneció a los equipos editoriales de Village Voice y New Yorker. Obtuvo el Clark Prize for Excellence in Arts Writing y ganó la apreciada beca Guggenheim.
LIBERACIÓN
Mi vida ha sido tediosa
Confusa y ocasionalmente
desagradable e histérica
Pero nunca he dicho deliberadamente
nada sin absoluta sinceridad
Mis propios desacuerdos son malentendidos
equilibrados con un optimismo paralizante
Rara vez sostengo una opinión
más allá de unas pocas horas
Terminar un poema me deja desesperanzado
también hago colajes apacibles intrigantes
que me fascinan por su incoherencia
A veces me gustaría matar a alguien
pero en realidad lo único que quiero
es zamarrearlo (a nadie en particular)
Me siento mejor cuando camino solo
soy más bien alto, ágil y ligeramente rabioso y también tengo un ojo penetrante para todo
Actualmente sospecho de todo el mundo y nada me interesa mucho
lo cual no es otra cosa que mi propia humildad
.
RELEASE
My life has been tedious
Confused and occasionally quite nasty
And hysterical
But I have never deliberately said anything without a lot of sincerity
My disagreement with myself
Are misunderstandings
Counterbalanced with a lot of optimism
I rarely hold opininons for longer than a few hours
Finishing a poem leaves me in despair
But I also make mild, intriguing collages
That Fascinate me by their separateness
Sometimes I would like to kill someone
But I guess all I really want
Is to grab them an shake them
(No one in particular)
I feel best when alone and walking
Quite tall. agile, and slightly vicious
Also with a penetrating gaze for everything
I am currently suspicious of everyone
And regard nothing very haighly
I do this out of certain humility
RON PADGET Nació el 17 de junio de 1942 en Tulsa, Oklahoma. Cuando todavía era un estudiante secundario, creo la revista The White Dove Review con dos de sus compañeros, donde publicaron poemas inéditos de Allen Ginsberg y Robert Creeley. La revista alcanzó a tener cinco números. En 1960, Padget llegó a Nueva York a estudiar en la Universidad de Columbia y en 1965 obtuvo la beca Fulbright con la que vivió durante un año en París, donde estudió y tradujo poesía francesa. A su regreso se instaló definitivamente en el East Village de Nueva York y formó parte de la Segunda Generación de Poetas de N.Y., junto a Ted Berrigan, Brainard y los demás.
LA CABEZA DEL GRANJERO
En ese instante se produjo el estruendo más aterrador de todos los que se habían escuchado antes y todo el lugar brilló con una luz intensa. Todo el mundo quedó estupefacto por un momento y cuando recobraron sus sentidos mirando al granjero vieron una llamarada en su cabeza.
…Fuego! Fuego! gritó ella, tu cabeza está en llamas! te cayó un rayo.
Cresta, es cierto, está hirviendo! gritó el granjero mientras arrancaba del establo.
THE FARMER’S HEAD
At that instant came a crash more terrific that any that had preceded it, and the whole place glared with intense light. Everyone was momentarily stunned, and when they recovered their senses, Ernest, looking towards the farmhouse, saw a sheet of flame coming from the farmer’s head.
«Fire! Fire!» she shouted. «Your head is afire! It’s been struck by lightning!»
«By gum! So It has!» yelled the farmer. «It’s blazing!»
He was rapidly shouting this as he run from the barn.
ED SANDERS Nació el 17 de agosto de 1939 en Kansas, Missouri. Es un poeta, cantante, activista social, ecologista, novelista y editor. Ha sido llamado el puente entre las generaciones Beat y Hippie. Actualmente vive en Woodstock, Nueva York, con la pintora y escritora Miriam M. Sanders, que ha sido su esposa durante cerca de cincuenta años. Durante este tiempo ha inventado instrumentos musicales exóticos, como la Corbata Habladora, la Lira Micro de un solo tono y la Lira Lisa, un artilugio musical con interruptores activados por luz y una reproducción de la Mona lisa de Da Vinci.
de Afrodita
uno no podría esperar más
que una chupada de pico.
Hesíodo opinaba que ella
era una chupa picos.
From Afrodite
One could get, say
A blow job
She was
As Hesiod says
A «lover of dicks»
No doy ni
un moco de mula
por ninguna
maldita
«Transmutación Simbólica
en la Eucaristía»
si no cachaste la onda
o si no es marihuana
y no estás obsesionado
por una zorra tamaño del pico
Entonces cágate en ella
I don’t give
a pound of
mule mucous
for any fucking
«Transformation Symbolism
In the Eucharist»
If you can’t dance to it
Or if it isn’t dope
Or possessed of a dick sized
Aperture
Then shit on it
TOM VEITCH Nació el 26 de septiembre de 1941 (otras versiones hablan de 1951) en Bellows Falls, Vermont. Vio sus primeras colecciones de poesía publicadas en 1964 (Literary Days, «C» Press, mimeógrafo) y 1966 (Toad Poems, Once Press). Dependiendo de la versión sobre la fecha de su nacimiento, en un caso tenía 23 años, en el otro, 13 (!). Usted dirá. En cualquier caso, lo que nos interesa de su biografía son, básicamente, cuatro hitos, el primero la ya mencionada primera publicación en el marco de su vínculo con la Escuela Poética de Nueva York, el segundo su temporada en un monasterio benedictino donde conoció al monje Elías en 1967, el tercero su relación con George Lucas y su participación en el guión de la saga de La Guerra de las Galaxias de la cual publicó una serie de libros (cómics) y, el cuarto, su reencuentro con Elías en 1994.
COMBATE NAVAL
La moraleja de mis pensamientos
Es la almeja que escupí en tu boca
después que me negaste
el acceso a tu vagina
es la moraleja de los pensamientos
que enumero a continuación
No te amo porque
no quiero ni me importa
porque estoy cansado del amor
cansado de ti, de preocuparme,
de querer preocuparme,
cansado de tu pezones duros
pegados a mi barriga
cuando te chupo la zorra.
NAVAL ENGAGEMENT
The great moral of my next set of
Surf thoughts will be the clam
In your mouth which I spit
There after you denied me your
Womb—
You’re a girl I do not love
Because I did not want to
Nor cared to
Because I was tired of love
Of you, of caring, of wanting
To care, of the red-hot pokers
Of your tits sticking into my
belly while I sucked you off.
Tee hee.
PRINCIPALMENTE
principalmente y de antemano
siempre que se hace una pausa
para recordar el polvo cósmico,
en la nuez de la garganta
se rompen los espejos
y no queda nada entre medio
excepto recuerdos inmóviles
quebrados al morir
fragmentos de una idea
perdidos para siempre
en la vacuidad de la nada.
Amén.
PRINCIPALLY
principally & before
whenever one pauses
to remember the cosmic dust
on the crust of his apple
there is separation into mirrors
nothing between
but still reflectors
break later, at death
fragments of idea
lost for ever
in the empty
empties.
Amen.