Poesía que viaja por carreteras de provincia

USD 50.000 ganó Juan Malebrán en el Concurso literario Manuel Acuña de poesía en Lengua española, en México. El autor, que vive en Bolivia, ya ha aparecido un par de veces en estas páginas por sus libros hechos en regiones. 

El 2006 en Coquimbo, en medio un encuentro de escritoras, conocí a Juan Malebrán, según recuerdo, había llegado haciendo dedo desde Alto Hospicio. Trae consigo textos que un par de años después serán Entretenciones mecánicas (Cinosargo, 2016) su breve y primer libro. Nos tomamos más de un par de cervezas.

Juan Malebrán nació el 79 en Iquique, vivió en Alto Hospicio hasta el 2008, cuando decide irse a Bolivia, en donde comienza su trabajo en el espacio cultural proyecto mARTadero, Cochabamba. Se transforma en el encargado del área de literatura y lleva a cabo varios talleres para jóvenes escritores. mARTadero es responsable de un interesante tráfico de artistas de la tripartita frontera de Perú/Bolivia/Chile. Está a cargo del Panza de oro, encuentro que ha posibilitado la comunicación entre autores como Elvira Hernández (Chile), Raúl Zurita (Chile), Amaranta Caballero (México) o Juan Cristóbal Mac Lean (Bolivia), entre más de noventa escritores que han asistido a sus seis versiones. Desarrolla lazos de trabajo con otros escritores y gestores culturales del norte de Chile, como es el caso de Daniel Rojas Pachas, quien desde Arica y ahora México articula la editorial Cinosargo y ha realizado varias versiones del Festival latinoamericano de poesía Tea Party. Así, es posible seguir una huella de trabajo cultural que insistentemente pone en tensión los límites territoriales y que ha posibilitado un tránsito desde y para la provincia desplazando las ideas de centro/capital.

Desde Reproducción en curso (Yerba Mala Cartonera, 2008) Malebrán viene desarrollando un escenario para su escritura, si en ese poemario sus preocupaciones oscilaron entre la construcción de imágenes descarnadas sobre los cuerpos (humano/ animal) y el territorio. En Bozal (Hebra, 2014), el ojo se desplazó hacia la muerte y la confrontación con la voz del padre. Bozal es sinónimo de maldición como lo es el alcoholismo, sobre todo cuando va acompañado de la palabra pobreza, de «Malebrán»:

«Esta suerte la define un apellido
que letra a letra se paga
como una deuda pactada 
en la sed y el parentesco. 
Un mismo hígado y
las ganas de lanzarlo
boca afuera, como se lanza
el asco cuando atora o
el chorro caliente contra el poste o
en los bordes de la mesa. 
Malebrán te llaman en las cantinas
como a mí mismo siendo niño
paseando con la leche de la burra. 
Porque de líquido en líquido nos gastamos
el medio siglo que nos corresponde.
Porque que nadie sale

tan fácil de esta —te digo—
Porque letra a letra nuestra deuda se paga
cada noche —peso a peso— en cada sorbo». (Pág. 29)

A partir de Entretenciones mecánicas se presenta una variante en este proyecto, variante que implica moverse hacia la reflexibilidad del lenguaje, de la situación inacabada en la que sí o sí se encuentra quien escribe. En Bozal o en Reproducción en curso aparece en relación al trabajo del tono, de la fragmentación o dislocación del verso. En este tercer libro, esa reflexión sobre el lenguaje pasa a ser centro:

«Igual que proponerse ajustar el ojo para dar con el borde de las cosas

antes de que estas comiencen a difuminarse como lo hace

ahora mismo nuestro vaho contra el ventanal o

como intentar una réplica de los gestos que ejecuta un sordo en pleno insulto:

ceño, puños y muecas traduciendo la rabia

en una performance ensayada frente al espejo y en solitario».

Este ejercicio se ejecuta a través del motivo del viaje, de la mirada de quien está «siempre del otro lado de la ventana», como respuesta a la búsqueda de lo nuevo (o al final de Los detectives salvajes) como si por repetición no se empañaran de tedio las cámaras de todos los turistas del mundo. Pero no solo de los turistas del  mundo, también la de los amantes que viajan a la ciudad de las góndolas y evocan repetitivamente la mecánica del amor.

 

En Trópico (2019) no solo se despliega este asunto, es posible ver el trabajo con la palabra en relación a su textura. El modo en que el sonido es vehículo y objetivo. Se trata de un libro al que hay que adentrarse enciclopedia en mano como si se tratara de un cuchillo que escasamente logra despejar el paisaje. El habla está tomada por la espesura de plantas que no caben en macetero o jardín. Se sale de la ciudad, ya no le interesa la referencialidad del paisaje urbano, su idea de progreso o comodidad.  En cambio «no hay/ manera de evitar el riesgo/ que suponen ciertos territorios»:

«o por aquello que el ojo nombra

con tal de mantenerse a flote

sorbe cuatro tablas

a través de lo silvestre» (Pág. 2)

Porque en este libro el sujeto va a tientas o en medio de un ataque de fiebre:

«No la mancha violeta del horizonte

ni el hábito —poético— de la contemplación

sino la serpiente agazapada

mandíbula al cuello

el jochi alcanzado por la ballesta y

las esporas que agitan la caída del ciervo

no la tersura del iris

ni aquello que en su porfía nombra» (Pág. 24)

Lo humano sobrepasado por la natura. Apenas se le permitirá tomar un lente para fotografiar o una varilla para mover el cuerpo de un perezoso que era «ayer pirueta / en la copa del toborochi».

 

Es posible percibir en Trópico la influencia de las voces que a través de los epígrafes se despliegan en el poemario al modo de breves señas: «Todo es potencia y ritmo / voracidad y hartazgo» citando a Otero o «de pronto asomó el sol / optimista como un niño idiota» de Watanabe, y menos a la vista, la influencia de Lihn, sobretodo en el primer texto «aunque los hombres en la cubierta / lo tengan claro y / no haya nada que ver en la mirada». Desde ahí Malebrán se despega (interesante gesto el de usarlo como motor de partida) y decide comenzar un tránsito desde y para el desapego no solo de la ciudad, sino de lo conocido. Se mete en la humedad de una cueva para esperar a que salga el sol, o a que el barro le permita moverse, y encontrar el camino, ya no de regreso, sino ese que le va a permitir desarrollar, como lo ha hecho hasta ahora, su escritura.

Dos de estos libros de tirajes ínfimos están disponibles en la red, dando la cara a los que todavía creen que ese gesto es una forma de hacer trampa. La escena en este caso se completa cuando se entiende el posicionamiento político del trabajo territorial, de la insistencia de Malebrán en dar cabida a esos encuentros de escritores con la comunidad de Cocha, en las cárceles, en escuelas para ciegos, en pequeños centros culturales. A los que se llega después de tres buses, en caminos tan estrechos que dan ganas de saltar por la ventana para terminar ya con la tortura. En cada curva el barranco ahí, aguantado solo por la coca que el chofer mastica que mastica.

¶¶