Presunta desgracia
Catherina Campillay
Libros del pez espiral
42 páginas
En un país signado por los desaparecidos, Catherina Campillay (1994) presenta Presunta desgracia (Libros del Pez espiral, 2021), su primer libro, y con el que obtuvo una mención honrosa en el Premio Roberto Bolaño el 2018. Este breve poemario nos remite no a una, sino a varias desaparecidas, a diversos extravíos que no tienen razón de ser ni vehículo aparente. Estas desapariciones, esta desgracia no confirmada, puesto que no se encuentra un cuerpo ni un indicio que verifique que a quien se busca haya escapado o haya muerto, establece lazos silenciosos y complejos con una historia colectiva de desapariciones: los lanzados al mar, los que fueron sacados de sus casas y no volvieron, quienes simplemente no dejaron rastro alguno desde el cual hallar un indicio.
Sin aludir a esas desapariciones o a esas muertes, este poemario centra su discurso fundamentalmente en acto de desaparecer y en el modo en que este es comunicado, en el lenguaje de los documentos que deben llenar los familiares o conocidos de quien ya no está: «Nombre/ lugar hora/ y circunstancias/ características físicas/ marca de nacimiento/ cicatriz adquirida/ en un accidente de un auto/ tatuaje».
En varios momentos del libro, el movimiento estético que construye Campillay me hizo pensar en el cuarto capítulo de 2666 de Roberto Bolaño: «La parte de los crímenes», en donde durante 382 páginas se narran muertes de diferentes mujeres en Santa Teresa, México, ciudad cercana a la frontera con Estados Unidos. Decenas de muertes descritas con un lenguaje forense: se narran descuartizamientos, cuerpos quemados, violaciones. Detalles que se van acumulando y que siempre me han dado la sensación de querer hacer de la lectura la reproducción de la escuálida memoria colectiva de las muertas de cada año. Vamos y vamos leyendo mientras olvidamos, y siempre, siempre, hay una muerta nueva que describir. Sobre esta acumulación sin memoria que leo en Bolaño y a l que me remite este libro de Campillay, esta escribe «sé que tu cara apareció en la televisión/ pero la gente olvida/ más rápido de lo que imaginas».
La descripción hiperreal que Bolaño usa para dar cuenta de decenas de femicidios se presenta también en Presunta desgracia, el libro despliega un lenguaje que se contrae para, en primer lugar, dar cabida al silencio del acontecimiento: «Alguna enfermedad/ amigos de su entorno social más cercano/ descartan acción de terceros/ ropa aros marca de zapatillas». Y en segundo término, con el fin de develar el modo en que el cuerpo es descrito, los acentos de la mirada del forense, incluso los elementos que no son parte del peritaje son una forma de dar cuenta de una mirada acerca de la desaparición de una mujer, una que sin duda es otra que ante la desaparición de un hombre: «chaqueta de mezclilla azul/ zapatillas negras/ un aro en el ombligo/ con un brillante rosado/ uniforme/ del colegio de donde salió/ cuatro treinta y cinco de la tarde». Es entonces una forma de enterarnos qué es lo que se mira. Así, la estrategia retórica de Campillay es doblemente compleja: el modo y el qué quedan descubiertos.
Sin embargo, al suceso de la desaparición, se suma en este libro una voz lírica que la padece como su testigo, porque el rastro de la desgracia es largo y quienes buscan «buscan fantasmas en documentos policiales/ archivos de pómulos reconstruidos/ bocas con las mismas muecas dos veces». Así, la desgracia presunta es para la posible víctima, pero la desgracia sin apellido recae en quienes hacen de su vida una búsqueda: «creo que no ha vuelto/ porque piensa que estamos enojados/ no lo estamos/ puedes venir/ encontrar tu cama hecha/ la ropa en el clóset». Entonces quienes presencian el vacío de la pérdida no tienen otra forma de convivir con la desaparición que dialogar con el silencio: «imagino que te mecieron las réplicas/ llevándote a un sueño profundo/ espero que hayas escalado/ te hayas alejado del mar».
Estas múltiples voces que se acumulan en el texto dan cuenta así de diversos ángulos desde donde se sufre el hecho de desaparecer, se incorpora inclusive una tercera o cuarta voz que se pregunta «¿con qué foto me buscarían a mí?» como si el foco real de este libro fuera el moretón, el trauma que queda en el ser de quienes no logran encontrar respuestas y luego el foco logra alejarse como arriba de una grúa para mirar de lejos «todos jugamos a las escondidas/ cuando éramos pequeños», nada más lejano que la mirada de quien puede hacer este ejercicio de despersonalizar la pérdida y volverla narración colectiva, o anécdota.
Otro elemento que me parece destacable del libro es el ejercicio metaliterario que se va tejiendo casi imperceptiblemente a lo largo de él. Al configurar la huella de un desaparecido, y el desastre que deja a su paso el hecho increíble de que alguien simplemente deje de estar, se suma el que la huella del lenguaje se vuelve tan confusa y borrosa como los retratos multicopiados en una caja de leche: «Si no hay fotografía disponible/ peritos dibujarán un rostro/ piel más lisa de lo que era/ no capta la curva de su ceja izquierda». Esa desaparición de los detalles, la imposibilidad de acercarse al objeto mismo, la condición de remedo del retrato es también posible de leer como la imposibilidad misma del lenguaje, y, por lo tanto, deja a escritor en el plano del artefacto: «quién tiene la memoria necesaria/ para indicar con el dedo/ el reconocimiento», nos dice, pero reivindica el ejercicio de la memoria: «Después de todo la búsqueda/ no nos acerca/ pero al menos alguien está atento».
Presunta desgracia es un libro inteligente, un libro que decide revisar la desaparición, como dije al comienzo, desde un país signado por ella, y en este desafío logra dar con un espacio que no es un espacio común, y rearticular el tema desde una nueva vereda. En este libro da cuenta de una preocupación por la escritura, por el lenguaje, por el modo en que quien mira se acerca a su objeto, no una mirada que se queda en la temática, que es sin duda fundamental para articular un discurso, sino que la maneja desde el plano de la literatura, de la estética. Sin aspavientos, sin querer alcanzar más que su propio objeto. Por supuesto un libro como este no concluye en nada, se deja de leer con la misma desazón con la que se comienza, y ahí otro acierto de la autora, mantener un hilo delgado y constante a lo largo de todo este primer excelente libro.