Procesos escriturales, Mujeres de Puño y letra

Ángela Neira-Muñoz (Editora)

Mujeres de Puño y Letra / Cuarto Propio

219 páginas

1938, Montevideo, Juana Ibarbourou, Alfonsina Storni y Gabriela Mistral se reunieron en torno al tópico del oficio en una jornada donde la última leería un texto que nació, con justicia, canónico, ineludible para cualquier persona con el impulso de articular una sintaxis en una hoja con intenciones artísticas: Cómo escribo.

Procesos escriturales es un libro que recopila un gesto similar, aunque en ninguna de sus introducciones lo mencionen y solo dirijan sus críticas a demostrar puntos que probablemente las académicas a cargo del «proceso editorial» [no libro] que reúne «archivos y genealogías y no productos artísticos dentro de un circuito capitalista/ patriarcal» [no poemas] estén investigando en sus respectivas carreras. Esta falta de menciones es una pena, porque en el afán de evidenciar la invisibilización de la mujer [que no definen] en contraposición del hombre [al que tampoco definen] como si fuera lo mismo ser un varón trans, negro y/o pobre, como si un destino biologicista determinara la división de explotadxs en el mundo, editorial o el que sea, hacen de la propuesta de una nueva crítica feminista encarnada, un cúmulo de retórica neoacadémica donde se menciona la inutilidad de palabras enormes como «canon crítico tradicional» sin proponer, en términos concretos, una alternativa, ni hablar de la definición de ese canon, que los lectores deberíamos adivinar.

Arriesgo una tesis.

Las introducciones tienen una base teórica pragmática, el único autor que se cita durante los cuatro textos introductorios es Richard Sennett. El pragmatismo, corriente filosófica principalmente norteamericana, opuesta al formalismo y al racionalismo, reemplaza la oposición realidad/apariencia por pasado/futuro. Además, su mayor anhelo es tratar de unir la filosofía a las prácticas artísticas, científicas, económicas, política y religiosas. Así se explica esa negación de las especificidades que estudios de otras perspectivas menos utilitaristas demostraron en el lenguaje, por ejemplo, se niega que haya pensamiento de «subjetividad sin sujeto» cuando El sex appeal de lo inorgánico, de Mario Perniola y los textos fundamentales de Hito Steyerl a partir de ese concepto, llevan 20 años de traducidos. Hay otras invisivilizaciones. Se afirma que una antologada se «sitúa fuera de las relaciones occidentales con la naturaleza poniéndola en el centro de la vida y el conocimiento» cuando este reseñador inmigrante ha leído por lo menos tres libros de poemas sobre pájaros en los últimos dos años editados en este país. Y se afirman cosas como «No existen variables y metodologías propias de la tradición crítica literaria que pudieran dar cuenta de una escritura que contiene precisamente un objeto de conocimiento y, al mismo tiempo, el conocimiento en sí mismo» [como si fuera poco, esto se dice de la editora] cuando Alain Badiou en sus teorías del poema viene diciendo hace algunos años que la diferencia entre filosofía y poesía es que una persigue el conocimiento y la otra lo encarna y Mario Montalbetti en Cualquier hombre es una isla da ejemplos interesantes de cómo aproximarse a un objeto de estas características.

Lo cierto es que durante el año 2016, en Concepción, Ángela Neira—Muñoz y Ángela Rivera organizaron seis ciclos que incluyeron a 20 poetas chilenas que expusieron sobre su aproximación a la escritura y leyeron su producción. La idea es, no solo brillante, sino también necesaria, porque, por más diferencias que este reseñador tenga con la perspectiva utilitarista del pragmatismo gringo, la inequidad es una de las condiciones que afrontan las escritoras antes y durante su carrera.

Así es como la mejor escritora chilena tuvo que competir con algunos simplemente buenos en el último Premio Nacional cuando, por obra—trayectoria—relevancia, el único competidor de Diamela Eltit era Germán Marín.

La lista de las antologadas es diversa, tenemos a Rosa Emilia del Pilar Alcayaga, poeta radicada en Valparaíso, a cuyo poema Sobran ojos persiguiéndote (o la Medea chilena) de versos largos, concentrados pero transparentes, de largo aliento, no le entra un alfiler [Elvira dixit]. También un grupo, en cuyos poemas hay más de discursivo que de formal, integrado por Maha Vial, Rosi Sáez, Carolina Muñoz, Mónica Vargas, Eli Neira y Karina Kapitana Aguilera; y al que quisiera relacionar a Karo Castro y Amanda Varín en tanto el fondo de los poemas de estas últimas es deliberadamente situado en temáticas similares, pero que, por riesgo formal, logran darle el vuelo al lenguaje empleado que no sucede en las anteriores.

Resaltan, además, Daniela Catrileo, autora de Río herido, que incluye unos fragmentos de Guerra florida, de próxima aparición, y contiene versos como estos: «Así que esto era así se siente / ¡Esto es recibir un disparo! / un zarpazo de plomo hasta desaparecer / tiene tus nudillos tensados / en la cuerda del arco / tus pensamientos dirigidos en volver a ella». María Teresa Torres, de poemas e ideas interesantísimas, en las que resalta un poema llamado Intorno (que recuerda al Inscape de Denise Levertov) y se relaciona con los siguientes versos del Santiago Rabia de Elvira Hernández [qué decir de una de las mejores poetas vivas en la lengua, más que su introducción en prosa es imperdible]: «tanta cerrazón me digo / esta entrada no se abre ni con napoleón / despacio por las piedras new jersey vallas papales / yo no sé por dónde voy / váyase por dentro oigo como si me leyeran el pensamiento».

También está Teresa Calderón, que arroja luces sobre la condición del oficio, y aunque declara su interés por lo femenino, nos advierte que el poema es un objeto independiente y hay que respetar «su esencia por sobre el deseo de lo que se quiere decir allí».

Paulina Ibieta, cuyos poemas potentes avanzan a fuerza de repeticiones, con una sintaxis rota o puesta en duda, con gestos por momentos a—gramaticales pero con sentido como dirección y no como mero significado, que sin embargo permiten ese tono especulativo que, aún afectado y dejando imprimir intimidad al objeto poémico, producen esa apertura ideal reclamada por Lyn Hejinian.

Y Soledad Fariña, que coincide con Elvira Hernández en que sus procesos escriturales vienen con cada libro. Además de aportar a la antología otra escritura con la que es posible trazar el nexo de lo interior mencionado a propósito de Intorno y ese camino interior de Elvira: «Viajo y rozan los bordes mi arenilla dormida / Adentro más adentro de la cavidad sonora / tus vocales las mías / en el ronco gemido».

Necesario en un presente resbaladizo, convulsionado, en constante ebullición, Procesos escriturales, Mujeres de Puño y Letra es un gesto y una propuesta de discusión interesantísimo. La pregunta que persiste durante el libro y debe necesariamente tocarnos a todas las lectoras y lectores y donde creo, las antologadoras y editoras del libro dan en la tecla, es sobre las condiciones de composición de nuestro canon.

Publicado en el número de abril del 2019

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