¿Quién le teme a la poesía?

¿Quién le teme a la poesía?

VV.AA

Laurel

187 páginas

Pies esfumados limitan el fresco / alas en el sombrero, las sandalias. / Nuestro vector del futuro y su vuelo. Estos tres endecasílabos que escribí mientras pensaba cómo iniciar esta reseña sirven para contar un par de cosas. Los hice a partir de un retrato de Hermes, el Dios mensajero, hecho por Giambattista Tiepolo. Los poemas sobre pinturas son écfrasis. El tipo de escritura que demuestra conciencia sobre sí misma se llama metaescritura. Estas dos definiciones las leí en ¿Quién le tema a la poesía?, un «esbozo de manual no académico para leer y disfrutar poesía» compuesto por 49 entradas sobre tipos de poema, escritas por Marcela Labraña, Macarena Urzúa, Felipe Cussen, Manuela Salinas y Gastón Carrasco, que funcionan muy bien en algunos aspectos.

Uno de ellos es el de la introducción a una escritura esencial para la apreciación y la producción poética como el ensayo literario. A las entradas las atraviesa un tono pedagógico muy agradable que agrupa poemas de manera general, volviendo posible una diversidad de ejemplos a partir de elegir prismas tan vastos como Soneto o Vate. La estrategia más recurrente es poner dos ejemplos alejados en tiempo y espacio, Quevedo y Parra, por ejemplo, o Hildegard von Bingen y Vallejo. De esta forma logran una amplitud de aplicabilidad de las definiciones y, sin decirlo, los lectores asisten a otro fenómeno interesante de la poesía que no sucede en otras disciplinas: el hecho de que están más cerca los proyectos de Elvira Hernández y Safo, que los de cualquier filósofo contemporáneo con Platón.

Pero también puede funcionar como densificación para los que tienen algún bagaje más bien hedonista en el poema y quieren asistir a una lectura con otro alcance, más profunda sin ser técnica, que pueda asociar el objeto que tienen en frente no con los materiales con los que el objeto está construido (tipo de palabras, por ejemplo), sino con la forma del objeto. Así, un poema con palabras como pobreza, hambre o desigualdad, no tendrá un universo comparativo tan cercano, sino que podrá, por el tipo de operación a la que someta al lenguaje, estar emparentado con otros poemas de otros tiempos y espacios que amplíen no solo las posibilidades de esa lectura en particular, sino la de futuras escrituras.

Empecé con tres endecasílabos del dios mensajero Hermes porque, en este libro, los ensayos buscan no solo describir el tipo de poema que abordan, sino entregar la experiencia de lectura de ese poema. Si fuesen ensayos sobre Hermes, no serían del mensaje que entregan sino del viaje, los olores del camino, la temperatura del día, etc. Conocer sería, para estos ensayistas, colaborar con niveles más intensos de apreciación del hecho poético.

Pero también, de paso, enterrar (y pisotear y no regresar a ellos a menos que sea como burla) malos entendidos. En la entrada Poetisa, escrita por Macarena Urzúa, a partir de los ejemplos de Soledad Fariña con «no soy» y Susana Thenon con «La antología», puede finalizar con «Quienes practican la poesía la perciben más bien como un arma, una herramienta de vida y un o_ cio, por eso es que la poesía es una, ni femenina ni masculina. / Todos son modos válidos de decir, de crear, que finalmente es poesía hecha por poetas».

El título del libro y su explicación, a cargo de Marcela Labraña en las primeras páginas, suena a una estrategia muy usual en la infancia: ¿A que no te animas a trepar ese árbol? Decíamos para que la puesta en duda de la valentía, operara en el o la interpelada y la hiciera actuar. Los y las autoras del libro son poetas, investigadoras e incluso, como en el caso de Felipe Cussen, performer del poema. El árbol de este libro es la poesía. La pregunta, tramposa pero bienintencionada, tiene el fin de evitar la desaparición de esas personas que sostienen ese gesto cada vez más gratuito y necesario de leer poesía.

 

Publicado en la edición de diciembre de 2019

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