…hasta que te das cuenta de que tenés un arma: la máquina de escribir.
Rodolfo Walsh, en entrevista a Ricardo Piglia, 1970.
Disparar letras no mirando el teclado, la página, sino mirando el entorno social, es la fantasía de muchos que no son capaces de sostener un texto en sí mismo. Walsh cruzó todo el tramo de lo posible para ser escritor público. Partió siendo un narrador tradicional y buscó la salida política pese al reconocimiento de sus primeras ficciones. Fue renunciando a un lugar de confort mientras se insertaba en el periodismo y su obra se tornó hibrida. No es posible leer un registro sin el otro desde que decidió lanzarse sin mirar atrás.
Sus habilidades narrativas se pueden ver en su más alto grado en «Esa mujer», cuento habitualmente inserto en antologías argentinas de género. Es un diálogo entre un predecible álter ego de Rodolfo Walsh, periodista/escritor, y un importante militar que conoce el destino del cuerpo de la mujer más importante de la historia argentina. En el diálogo no se la menciona, el militar se evade y enrosca, tratando de volverse inocente al contar lo que podrían haber hecho:
_
—Fondearla en el río, tirarla de un avión, quemarla y arrojar los restos por el inodoro, diluirla en ácido. ¡Cuánta basura tiene que oír uno! Este país está cubierto de basura, uno no sabe de dónde sale tanta basura, pero estamos todos hasta el cogote.
_
En 1966 Walsh da a conocer este cuento, que fusiona la estrategia narrativa de la contención y que a la vez es un documento vivo, a la manera del periodismo. La narración oculta o subterránea del cuento moderno se convierte en pulsión política, el iceberg es en realidad gigante, es el cuerpo de la santa popular Eva Perón. Hoy sabemos que catorce años pasaron desaparecidos sus restos tras su muerte en 1955 y en ese misterio está el relato A. La maldición se cierne sobre quienes participaron es la historia B, las llamadas de teléfono de madrugada, las amenazas, la búsqueda de explicaciones razonables para los fatalizados que vuelven el relato ominoso. «Una mujer» le gustaría a Ricardo Piglia como modelo total de su «Tesis sobre el cuento».
Podemos invertir la ecuación literatura periodismo si analizamos otra de sus cumbres. Operación masacre (1957), publicada nueve años antes de A sangre fría de Truman Capote. Walsh llevó el oficio a otro nivel y debería ser estudiado en las escuelas universitarias como piedra angular de la crónica e investigación latinoamericana.
_
Después no quiero recordar más, ni la voz del locutor en la madrugada anunciando que dieciocho civiles han sido ejecutados en Lanús, ni la ola de sangre que anega al país hasta la muerte de Valle. Tengo demasiado para una sola noche. Valle no me interesa. Perón no me interesa, la revolución no me interesa. ¿Puedo volver al ajedrez?
Puedo. Al ajedrez y a la literatura fantástica que leo, a los cuentos policiales que escribo, a la novela «seria» que planeo para dentro de algunos años, y a otras cosas que hago para ganarme la vida y que llamo periodismo, aunque no es periodismo. La violencia me ha salpicado las paredes, en las ventanas hay agujeros de balas, he visto un coche agujereado y adentro un hombre con los sesos al aire, pero es solamente el azar lo que me ha puesto eso ante los ojos. Pudo ocurrir a cien kilómetros, pudo ocurrir cuando yo no estaba.
Seis meses más tarde, una noche asfixiante de verano, frente a un vaso de cerveza, un hombre me dice:
—Hay un fusilado que vive.
_
En Operación Masacre admite escribir en caliente. No se arriesga a esperar que la situación envejezca e igual logra el estilo. Sabe que una cosa no es sin la otra, que la historia podrá vivir para siempre si es escrita de manera excelsa. El periodismo exige un compromiso con la velocidad al Walsh no adhiere, nos informa Felipe Reyes, quien ya había dado muestras de su talento para la crónica biográfica en Nascimento (2014, Premio Escrituras de la Memoria CNCA). Su acercamiento al escritor es del que principalmente se ocupa en la pequeña edición Reportero en Chile (Ventana abierta, 2018).
Ampliando el acervo, la narración biográfica de Reyes tiene que ver con economía y —por supuesto— con política. Nunca se quiso quedar en una redacción, Walsh vivió la vida cruel del freelance en un medio en donde a duras penas era posible sobrevivir de ese modo. Un mes le dedicaba a cada tema. Tampoco lo querían contratar, alguien que sólo podía escribir en profundidad no es funcional al periodismo.
El primero de los textos recuperados, «La muerte de la Anaconda» (Panorama, diciembre, 1970) muestra el efecto social tras la Nacionalización del cobre por el presidente Salvador Allende. Walsh asegura que el capital de las empresas mineras es superior a un país típico del subcontinente. El segundo, «La etapa Vuskovic» (mismo número), es una entrevista al homónimo Ministro de Economía. El tercero «Chile: la carrera contra el reloj electoral» (Panorama, marzo, 1971) exhibe sus recursos, con lenguaje ajustado narra un boicot momio en un masivo acto público, un incendio en el Estadio Chile. Sabe que un cronista puede leer en las paredes y así lo hace con los rayados de la virulencia política, también con las consignas oídas. En Latinoamérica los muros son páginas y el odio rebota en el espacio público.
El conjunto Reportero en Chile sobre todo atiende una contingencia dura que tiene algunos datos de esperanza en un escenario amenazador, Walsh acusa a la Democracia Cristiana como principal enemigo de la Unidad Popular y anuncia el destino de la utopía socialista chilena. La visita al país en 1971 halla un 35% de mejores sueldos, leche y zapatos para los pobres.
La edición de Reyes agrega imágenes del autor a través de las portadas de revistas en donde fueron publicados los artículos que reúne. Las notas al pie arman un tramado, una narración paralela. Compila al modo de adenda una selección de ideas, como la que funciona de epígrafe a este texto, y en la que trata a los escritores como «putas del barrio» o imposibles de agremiar por no querer hacer lo mismo que los demás. La política en la literatura también se manifiesta en el propio corpus literario de Reyes, que publicó las novelas cortas Migrante (Ventana abierta , 2014) y Corte (La Calabaza del Diablo, 2015), las que hacen eco de la marginalidad y la aporofobia de la frontera chilena.
Escribir literatura es hacerlo para los burgueses y Walsh decidió no ser un escritor más. En adelante se convierte sobre todo en un militante. Así como las traducciones en que estamos perdidos muchas veces glosan experiencias más o menos mortales, más o menos traumáticas en guerras del resto del mundo, en nuestra lengua las guerras de ejércitos contra los habitantes de sus países dejaron algunas letras muertas también, como el caso del colega argentino Paco Urondo o Javier Heraud en Perú. Otros como Hernán Valdés o Antonio Di Benedetto vivieron para contar la tragedia de sobrevivir en el exilio.
La coherencia de su espíritu y acción le exige quedarse en Argentina con la llegada de la dictadura. Walsh desaparece a manos militares, él se defiende de forma mínima y simbólica para ser finalmente acribillado. Además, se llevaron sus inéditos de la casa donde estaba escondido. A él no le importa perder esas páginas, sabe todavía qué es lo importante.