Hoy que nuestras calles están tomadas por uniformados nos sentimos llamados al deber. En las siguientes citas hay referencias literarias hacia esa otredad. Sin duda uno de los caminos más interesantes de la escritura es hablar por los otros. Aunque estos otros nos caguen a palos(con cueva).
Daniel Riquelme (1857-1912) estuvo en la Guerra del Pacífico, como parte del ejército y corresponsal para diario El Heraldo, de Valparaíso. Fue reeditado como el tercer minilibro de Gabriel Mistral, la versión dictadura de Quimantú. Bajo la tienda (1974) sintetiza en relatos la experiencia por aquella campaña.
«Pero antes de ver lo que en realidad pasaba en Lima, conviene dar una postrera recorrida a nuestras tiendas, dándole, con permiso este poético nombre al suelo raso y al cielo desnudo, pues no había más para descanso y abrigo.
Los mismos heridos, en la Escuela de Cabos, los que no cupieron en las salas y corredores, estaban en los patios, a toda intemperie.
¡Eran cuatro mil los que penaban en aquel horrible purgatorio!
Soplaba, viniendo de todas partes, un viento peor que de albañal, hálito de sepultura, que se aspiraba espeso, tibio y vagueante.
Ni las brisas de la campiña ni la del mar cercano alcanzaban a barrer los hedores de aquella nevada de cadáveres, recalentados por el sol, que cubría el suelo».
Un cuento clásico chileno es «El padre», en el que Olegario Baeza (1878-1964) recrea una visita al cuartel. Baeza se formó en la Escuela Militar y escribió su obra con relatos de este tipo.
«Temblando de placer, gritó:
—¡Mañungo!, ¡Mañunguito…!
El oficial lo saludó fríamente. Al campesino se le cayeron los brazos. Le palpitaban los músculos de la cara.
El teniente lo sacó con disimulo del cuartel. En la calle le sopló al oído:
—¡Qué ocurrencia la suya…! ¡Venir a verme…! Tengo servicio… No puedo salir.
Y se entró bruscamente. El campesino volvió a la guardia, desconcertado, tembloroso. Hizo un esfuerzo, sacó la gallina del canasto y se la dio al sargento.
—Tome: para ustedes, para ustedes solos».
Junto a Mundo herido, ¡Ordene, mi Teniente! (1965) puede ser el mejor libro de Armando Méndez Carrasco (1915-1984). También narra la formación policial, esta vez con el lenguaje que caracteriza al autor. Es la picaresca de un muchacho que decide abrirse de la cáfila hampona, los amigos del mal camino. También autoedición, fue otro hito de lectoría del mítico Juan Firula.
«Con ciertos intervalos se oían disparos precedentes del Gran Santiago. Sin embargo, daba la impresión que todo ya había concluido, es decir que la audacia de los revoltosos cayó en el marco de la muerte sin gloria. ¿Gloria? ¿Quién tendría los laureles en este caso? Nuestro pobre curso de Carabineros Sin Servicio Militar tenía poros tapados: ignoraba lo que acontecía adentro.
La campana de una iglesia vecina repicaba a muerto, o daba la hora, una hora incomprensible, distinta. ¿Cuántos habrían perecido?
Contrariamente a lo correcto, luego de la tocata de silencio, no recibimos órdenes de recogernos a nuestra cuadra A. ¿Por qué? No me podía el cuerpo. Me recosté cerca de una yegua rosilla, lustrosa, muy bien cuidada. Dio vuelta su cabezota para observarme; le parecí indiferente; me mostró su inmenso y humeante trasero. La carabina me la puse sobre el pecho. No sentía a nadie a mi alrededor. Se me nublaron los ojos; debí dormirme.
´¡Tanta huevá por las puras huevas!`
Hablaba solo, soñaba. No recuerdo.
Un golpe seco me remeció las piernas; entreabrí un ojo y vi el cañón de una carabina Mauser. Era el cabo Torres que me apuntaba el corazón.
—¿Y vos?
—¡Estaba agotado, mi cabo!
—¿No sabís, rajachucha, que ligerito tendremos que ir al centro a matar ociosos?».
Gonzalo Drago (1906-1994) es uno de los principales narradores sociales chilenos. Hizo el servicio militar obligatorio en el Cerro Playa Ancha, en Valparaíso. De aquella dura experiencia surgió Purgatorio (1951), ganadora del premio de la SECH, editada por Nascimento y reeditada por LOM ediciones.
«Cuídeme mucho las herramientas. Que no me las use nadie, No se las vaya a prestar a ningún vecino, pero si le falta plata para comer, llévelas para la agencia no más.
La madre lo tranquiliza mientras el muchacho continúa comiendo furiosamente, con los ojos mongólicos casi cerrados en un mudo gesto de satisfacción. La voz de la madre sigue rezando con tono opaco, avergonzada por la presencia de la gente que lo circunda.
—Te hemos echado mucho de menos, Chano. Hace mucha falta tu ayuda en la casa. Los pobres no deberían venir a los cuarteles. He tenido que tomar más lavados para poder pagar el arriendo de la pieza, pero de todas maneras no me alcanza.
(…)
—Oye Chano, me he llevado pensando que podría hablar con el señor comandante del regimiento para que te dieran de baja… Me han dicho que a algunos los eximen por enfermos y a otros por pobreza. Tal vez pudiera conseguir algo.
—Esas son mentiras, señora. A los pobres no nos hacen caso. Déjeme aquí no más. Aguante hasta que salga y entonces ya quedaré libre para siempre».
Luis Rivano (1932-1916), habitualmente llamado el paco Rivano, debutó en la narrativa con Este no es el paraíso, autoedición de 1965. Mítico libro, best seller underground, no fue editado por Zig-Zag como correspondía al premio obtenido en un concurso literario por su puntudo relato de la interna de la institución policial, de la que el librero fue parte.
«En el cuartel hay actividad desusada. Todo el personal se encuentra allí. Motivo: los sindicatos obreros han decretado un paro nacional. El gobierno espera catos de violencia e irresponsabilidad.
Cada policía recibe una carabina y cincuenta balas de guerra. Los oficiales corren de un lado a otro, revisando y comprobando que no falta ningún carabinero en sus respectivas secciones.
(…)
—¿Qué te parece esto Víctor?
—Nada especial. Sólo una huelga.
—Mo molestan estas cosas. Me da rabia esta gente, siempre limosneando dinero. Quieren ganar sin trabajar. Además, en estos desórdenes es uno el que paga los platos rotos.
—Estás en un error si miras a los huelguistas como a enemigos. Ellos luchan por algo que creen justo. Por un salario que les permita vivir. Nosotros estamos mucho mejor que un obrero, ¿y cómo vivimos? ¿Comen nuestros hijos pan con mantequilla todos los días? No. ¿Tienen nuestras mujeres las comodidades que se merecen? Tampoco. ¿Nosotros mismos podemos darnos satisfacciones mínimas? Eso tú lo sabes tan bien como yo, Reginaldo».
Bruno Vidal ha construido una de las obras poéticas más impactantes de las últimas décadas. Arte marcial (1991) es el inicio de una obra misteriosa en su circulación de la que se puede hallar una contundente síntesis en ROMPAN FILAS (UDP, 2016).
Antes de ir a las calles en tenida de combate,
Estanislao Buin me confiesa su vida de proletario
en diez minutos, lo típico, pobre muchacho, me dice
palabras ilegibles, sin sentido, se dopa demasiado,
ama las canciones de Kurt Weil, mi sargento lo lesionó
el primer día, por hacer morisquetas, en la guardia
se queda dormido, lo despierto con saliva en los ojos,
se ha lanzado 115 veces en el paracaídas de Maldoror,
los helicópteros puma le fascinan, ha visto Apocalipsis
siete veces, en las rotativas del Capri nos encontramos
siempre, le invito una Coke, y nos vamos en la Portugal
Salto de regreso a cuartel, un domingo pasado hemos ido
al Persa, en el rincón de los libros, me pasa uno
llamado “Miltín 1934” y se le llenaron los ojos
de lágrimas azuladas, no entendí muy bien
su emoción, a veces Estanislao Buin iza
la bandera, el taconeo de sus bototos
es impresionante, es un honor conocer
a un joven de la clase obrera:
Dice: “Tener una idea fija sobre la patria”
El llamado más reciente corresponde a Raso, de Carlos Cardani Parra (1985). Publicado por primera vez el 2009 por Balmaceda Arte Joven, reeditado este año por Libros del Pez Espiral. Evoca la experiencia del servicio en Arica. Junto a Carlos Soto Román editaron Antuco.
«Buenas tardes señoritas
Yo soy su comandante de escuadra
Se dirigirá a mí diciendo
Permiso para hablar con usted mi cabo Parra
Responderá todo lo que pregunte
Hará todo lo que pregunte
Hará todo lo que diga
Todo lo que sale de mi boca
Es una verdad o una orden
No quiero desertores
No quiero calambrientos
Solo doce zorros con bozal» .