Poeta, travesti, cantora, activista. Susy Shock es una de las referentes indiscutibles del colectivo lgtbiq+ argentino. Conversamos con ella a partir de su primer libro de poemas publicado en Chile: Aullido en la vereda (Ginecosofía).
Es 1º de mayo del 2014 en la Feria del Libro de Buenos Aires. Con dos amigas entramos con mucha incomodidad a La Sociedad Rural Argentina, el centro mismo del poder oligarca donde se realiza año tras año la feria.
Lo que justifica la aberración simbólica de entrar el día del trabajador a ese lugar es lo siguiente: el Observatorio de Género en la Justicia del Consejo de la Magistratura de la ciudad presentará en formato libro Los Principios de Yogyakarta, el texto que delineó las leyes de identidad de género que se crearon en los últimos años en todo el mundo.
Presentan el libro Mauro Cabral, Diana Maffía y Lohana Berkins, tres referentes ineludibles del colectivo lgtbiq+ que están, hace unos años, pocos, dos o tres, ocupando cargos en instituciones como esta que convoca. Mauro, incluso, es el único argentino que participó del comité de especialistas que elaboró los principios. «Susy Shock acompañará con su arte», dice el flyer, y quiero que no suelten esa frase.
Luego de hacer chistes respecto de lo extraño que era que las travas, las tortas y los putos ocuparan ese espacio tan vinculado a la intelectualidad más «seria», se mantuvo una charla intensa y amable, que se balanceó entre anécdotas del proceso del tratado y teorías complejas respecto de jurisprudencia, política, y los alcances que algo así tuvo sobre la realidad concreta. Hacia el final Susy acompañó con su arte. Más precisamente, nos arrulló a todos con su volumen alto y su bombo cantando un poema que no solo justificaba su presencia allí, sino que a través de su canto esas presencias tomaban la categoría de necesarias que el tiempo se encargaría de confirmar.
Hace unas semanas salió en Chile Aullido en la vereda (Ginecosofía, 2022) una muestra antológica que justifica la fortuna de conversar con Susy Shock sobre sus inicios, las características de su producción, el paso del tiempo y el futuro.
Es agosto de 2022, estamos en su departamento sentados a una mesa, nos rodean algunos percheros llenos de vestidos que hacen pensar no en una casa sino en un camarín. Le confieso que me gustan las preguntas clichés para empezar. Que encuentro valioso hablar sobre el comienzo al comienzo.
—¿Cómo se fraguó la poeta Susy Shock?
—Yo empecé a los catorce años a estudiar y a hacer teatro. Fue el teatro el que me requirió el oficio de cantar porque una obra lo precisaba, y después una fue encontrando que eso aparte era otro oficio, que implica otra dedicación, otro aprendizaje. Y lo mismo me pasó con la escritura.
Empecé y en qué momento, en la vuelta a la democracia. Me tocó todo ese revoltijo que influyó en qué escribir. Desde dónde. Seguramente la conclusión de sentirme hoy una trava absolutamente ligada a eso, viene con el recorrido. En ese momento no teníamos noción de lo que estábamos deconstruyendo como país.
Seguramente tiene que ver con el tipo de teatro que yo hacía, un teatro independiente, totalmente politizado, heredero de los 60′ y 70′, y luego también fui construyendo mi propio camino desde mi propia identidad, que por ahí no hallaba en eso precioso que se nos heredaba esa poética militante. Digo, yo amé a Tuñón y a Gelman, fueron quienes me enamoraron como poetas en ese momento. Pero una tuvo que encontrar su propio recorrido, en que eso que estaba ligado con la belleza, tuviera que ver con lo que era una.
—Me gusta mucho esa idea de belleza. La plena conciencia y militancia para proteger a personas de cosas terribles y urgentes como la muerte acechando, pero sin olvidar la belleza ¿Entonces hubo un pasaje a la consciencia de ser una poeta trans?
—Ese pasaje se lo debo antes a la cantora. Nunca tuve la necesidad de editarme en serio, como necesidad concreta. Primero porque todavía faltaba en mis vínculos estos espacios tipo ferias del libro, o editoriales, con intención de incluirnos. Esas instancias empezaron a aparecer después y tiene que ver más con el post 2001. Esos modos de autogestión, de diversidad, esa otra mirada sobre cómo producir y qué contar desde las editoriales, se empezaron a producir desde ahí.
Segundo porque yo tenía mi público que era mi editorial. Yo siempre, todo lo que escribía era para leerlo el fin de semana en un centro cultural. He participado y he sido parte de centros culturales con movidas de varieté, de folclore o literarias. Entonces dentro de ese esquema, yo sabía que lo que escribía iba a estar ahí, era para esos espectadores.
—¿Qué pasó para que pasaras al libro?
—Se tuvieron que dar varias cosas. Primero una cooperativa, como es el caso de Muchas nueces, que reflexionara sobre el por qué de la necesidad de sacar libros, desde dónde.
[Le menciono lo que recuerdo de estar en la feria en 2014]
—Pero fijate que no es casual, en esa presentación estaba Lohana en la mesa, pero Marlene Wayar ya era parte de ese organismo, también estaba Diana Sacayán. Entre todas las astucias que han tenido una es la de saber mirar alrededor. Digo, a mí me encontraron haciendo arte. Yo las conocí en una casita llamada Giribón en La Paternal, que teníamos donde Marlene incluso terminó viviendo porque hacíamos residencias para artistas. La verdad que éramos Klaudia con K, Naty Menstrual y yo. No había otras que estuvieran escribiendo entonces. Entonces era como, «uh, hay una trava escribiendo». Las tres tuvieron la astucia política de poder, desde esa urgencia por luchar contra las cosas terribles, sumar al hecho artístico. Eso para mí fue muy importante. Porque yo venía de un desencanto partidario político de izquierda. Pero en ese momento lo vi muy claro, las que pudieron hacer síntesis fueron las travas.
—La astucia de sumar es una traducción bellísima de la palabra síntesis. ¿Cómo fue sucediendo esa relación que insisten en pensar como difícil entre política y arte?
—Yo creo que tuve la suerte de cruzarme con las personas indicadas. Por ejemplo en 2001, en el asentamiento [toma, en chileno] 8 de mayo. De ahí saco yo los relatos de la tía travesti con su sobrinito Uriel que componen Crianzas, cuento historias desde ese lugar.
Conocí a las personas en el momento en el que recién estaban tomando esas tierras. Con todo lo que implica esa primera etapa. Había un festival en la federación de box cercana y yo fui a coplear ahí. Entonces esta gente se me acerca, sobre todo Lorena, una de las líderes, y me dice: «quiero esto para los pibes».
Entonces fuimos varias artistas y llegamos a una tierra tomada donde, por ejemplo, transcurría una mini asamblea que dirimía lo que se iba a comer ese día, entonces organizaban salidas para pedir en los almacenes para poder parar la olla.
Yo llegué con mi cajita y me sentí una desubicada. Dije, necesitan que vayamos… y no, me dijeron: vos estás acá para cantarle a los pibes. Esa lucidez, ese modo de ver que las cosas sí van juntas, y de qué manera, solamente la tienen personas que por fortuna a mí me tocó conocer. Gente que estaba tejiendo una olla para decenas de vecinos, como en el caso del barrio, o leyes en el congreso y recursos legales, como en el caso de Lohana, Marlene o Diana, y me decían muy naturalmente: vos, Susy, cantá.
—Hay una pista ahí, muy hermosa.
—Claro, creo que de eso carecen en general los activismos. Somos como una especie de distracción para un hecho puntual que musicaliza lo verdaderamente importante que sucede en otro lado. Somos música de fondo, funcional, para muchos activismos.
—Hay una desjerarquización.
—Pero en el mundo travesti hay jerarquías. Yo viajo mucho y siempre me presentan a la fulana, que es la trava del lugar. Porque una va divina, te llevan, saludas y después te vas. Pero la que está pateando ese lugar, incluso la que lo construyó, la que lo hizo menos peor, es la que está ahí. Y merece ese reconocimiento. Entonces una lo que hace es reverenciarse. Entonces nosotras sí somos jerárquicas, pero quizá no del modo heterosexual. ¿Sabés dónde aprendí eso a otro nivel? En Temuco una amiga me dijo: Susy, estás en territorio mapuche, acá tenés que pedir permiso a las ancestras para subir al escenario. Y ahora lo hago siempre, porque una no sabe todas las que están en el lugar que pisa. Todas las que lo hicieron posible. Entonces quizá podemos usar otra palabra, pero a mí me parece hermosa la jerarquía en ese sentido.
—Más allá de cambiarle o no el nombre a jerarquía, vos estás tirando una definición bellísima. En un momento en el que todos nos estamos preguntando cómo tener mejores jerarquizaciones.
—Quizá nos resta entender mejor cómo somos un engranaje de algo más grande, de la historia, si no hay mucha soberbia y pelotudez. Todo nos ubica para creernos que somos lo más importante que pasa. Y seguramente valemos un montón, pero somos un engranaje, hay que sentirse parte más que exclusividad.
—¿Crianzas es el mismo gesto pero hacia adelante, entonces?
—En principio surgió a partir de micros radiales pensadas para el mundo adulto. Aunque es hermoso porque las niñeces lo abrazan, seguramente gracias a las docentes que se los hacen leer en las escuelas. Pero fue hecho para adultos, para que dejen de hacer las atrocidades que hacen. Decirles qué es ser travesti, qué pensamos, qué deseamos.
«Yo me peleé bastante con esas ideas de una sola manera de hacer arte comprometido».
—Tus textos siempre tienen un para qué.
—Quizá sea una marca generacional. Yo me peleé bastante con esas ideas de una sola manera de hacer arte comprometido. Fueron ideas muy estrictas que yo aprendí en el teatro. Pero con el paso del tiempo una va eligiendo algunas cosas. Respecto de lo estricto, yo soy muy puntual, por ejemplo, debo ser la única trava puntual del país [nos reímos]. Pero es que si llegabas tarde a un ensayo o a una clase, te quedabas fuera. Entonces esas ideas estaban vinculadas con la realidad de una manera muy directa, siempre.
—Y de Aullido en la vereda, preparar esto para el público chileno.
—Me sorprendió lo que seleccionaron. Hay dos textos que están porque son los que me llevan a otras partes, yo sé que es por lo que me llaman, pero eligieron otros que me sorprendieron.
—Te deja la sensación de pertenecer a muy diversas temporalidades. ¿Cómo fue encontrarte con eso?
—Es que estuvo bien pegado a Realidades, que sí fue un ejercicio de archivo de recopilar textos de treinta años de escritura, a muchos de los cuales les tuve que cambiar cositas, no sé, insultos, yo hijo de puta no digo más. Pero me gusta ver que aun así continúan dialogando entre ellos.
—¿Y vos seleccionaste el material?
—Eso es otra cosa que me gusta. Las selecciones fueron colectivas. El trabajo de edición y todo lo demás. Me gusta lo que pasa ahí. Por ejemplo, mi próximo disco se va a llamar Revuelo Sur. Porque un poema se convirtió en una milonga. Y el editor de Muchas nueces me decía que le gusta eso de conversar con la propia obra. Y la verdad no es a propósito. Resulta del trabajo colectivo. De lo que resulta gracias a la mirada de otro. Por eso yo tengo mis grupos amorosos y críticos que me dicen «bueno, Susy, pero eso ya lo escribiste». Y como no tengo urgencia por editar, puedo dejar que esos procesos sucedan.
—¿La cantora Susy tiene mucho que ver con la poeta?
—Sí, todos los poemas que escribí los hice para leerlos en escena.
—¿Todos?
—Salvo Hojarascas, que era una entrega mensual, durante un año, donde escribí ese poema largo. Y en un contexto muy especial, porque veníamos del travesticidio de Diana, se había muerto Lohana, estaba el macrismo, así que estábamos mucho en la calle. Yo estaba atravesadísima por esa sensación de orfandad muy grande que tenía nuestro colectivo. Pero más allá de eso, no hay ningún libro que armé sentada pensando en que sería un libro.
—¿Me podés describir alguna de las lecturas, no de ahora, que están las condiciones más o menos dadas, sino de hace quince o veinte años, donde preparabas estos poemas para leer en esos centros, bares? Llévame a un lugar de eso, a una noche, ¿cómo es?
—Es zaparrastroso y rico, con mucha cerveza y cigarrillos, música de fondo, leer tenía mucho vértigo. Yo tenía una banda de rock. Entonces yo escribía cosas que podían ser muy íntimas, pero a la banda se le ocurría tocar un rock detrás. Había mucho vértigo y potencia en ese cruce. Tal vez por eso los poemas son tan flexibles. Los vi adaptarse a la realidad. Agarrar viaje con bombo o rock de fondo, en la voz de otras personas o la mía, en el papel.
Le cuento a Susy mientras nos despedimos que me anoté un verso para problematizarlo. Que este redactor ataca seguido los poemas que se apoyan en decir en lugar de hacer. Poemas que enuncian alguna verdad que protege a sus autores por ser verdades nobles, indiscutibles. Y que por eso había subrayado: «Porque lenguaje tocar es lenguaje decir». Pero que luego de conocer la tramoya detrás de sus libros, me queda claro que cada texto fue tamizado por el esternón de cientos de personas que necesitaban de esos poemas. Repito: los necesitaban.
Es otra vez 1º de mayo de 2014. Ya en la vereda de La Rural mis dos amigas me presentan a Susy. Una de ellas, profe, le pide que vaya a visitarlos al Mocha (el bachillerato con perspectiva de género donde personas trans pueden terminar sus estudios secundarios sin que nadie les juzgue por parecerse tanto a lo que soñaron y lucharon por ser). La otra amiga, Juane, le cuenta cómo va el apoyo a las chicas que trabajan por las noches en los bosques de Palermo (ella y otras amigas le llevan tecito, algún abrigo, conversa, está ahí, acompaña). Ambas la invitan a que las visite. Susy les dice que sí como lo hacen las personas que están con la cabeza en algo grande: «Obvio, mandame un mail, decime día y hora que yo voy. Pero decime algo concreto, que ando de acá para allá». Además pregunta por nombres específicos. Se lamenta por una amiga que se fue, por otra que está mal y le sobrevuela el fin. Cuenta que les llama, aunque no les conozca personalmente, les llama. «Yo tuve la suerte de tener dos viejos que me abrazaron y de hacer teatro desde chica. No todas tienen esa suerte, por eso hay que estar preocupada de que no falte amor», dice cuando llega su taxi, nos saluda rápido y se va.
Poco después Juane, una de esas dos amigas, también decidirá irse. Porque el mundo a veces duele demasiado como para aceptar quedarse. Pero ese día yo la vi disfrutar de esa irrupción travesti, maricona, en medio del poder más reaccionario e indiferente. Vos, Susy, cantá, no dejes de regalar esos maravillosos minutos que justifican a las amigas.