Talleres Literarios: escritura hecha a mano

Frente a la explosión de la oferta de estos espacios de enseñanza informal para la escritura, hablamos con diversos talleristas: estatales, independientes o de fundación, para distinto público.

Para entrar en el mundo de los talleres literarios en Chile me aferro a la mano sabia de Pía Barros, quien maneja el tema con alta maestría. Ella realiza talleres narrativos desde el año 1978 y jamás ha sacado el pie del acelerador en el camino de la especialización literaria.

«Esta historia la he contado cincuenta mil veces. Comienza con Isidora Zegers que es la primera mujer de quien se tiene registro que empieza las tertulias en la época de la Colonia en Santiago. Había días de recibir, donde las mujeres adineradas recibían en sus casas a diversos personajes que venían de Europa hacia Chile, y también los que producían acá, para mostrar lo que estaban haciendo. En estas tertulias y conversaciones había gente que hacía una crítica. Entonces el pintor, poeta, escritor o músico, iba, cambiaba algo, lo presentaba en la siguiente tertulia, y todo el mundo lo aplaudía».

A modo de anécdota, Pía cuenta que Isidora Zegers recibía gente en su casa los días jueves; actualmente la gran mayoría de los talleres que se dictan siguen realizándose los días jueves.

Con el tiempo estas reuniones derivaron en grupos de personas que comienzan a seguir a un determinado escritor. De ahí que surgen peleas y guerrillas literarias con otros escritores.

ESPECIALIZACIÓN DE LA LITERATURA

 

Ya en los años 60’s, Fernando Alegría instaura el cobro por taller literario, comenzando a transformarse en una profesión para los escritores que comparten sus conocimientos con sus alumnos.

Con la Dictadura vino la prohibición de reunión sin permiso, por lo tanto, muy pocos talleres siguieron funcionando al amparo y supervigilancia de las universidades: «Me consta porque yo entré el año 76 a la Universidad de Santiago, y estaban súper vigilados. Siempre había gente rara que no escribía nunca y vigilaban a todo el mundo. Yo empecé a dar mis talleres narrativos el 78», rememora Barros, quien destaca que el primer taller que hubo en Dictadura y tuvo permiso para funcionar públicamente fue de Enrique Lafourcade: «Todo el mundo piensa que fue en la Biblioteca Nacional pero no fue así. Inicialmente fue debajo de las Torres de Tajamar. Y gran parte lo financiaba la Sociedad Amigos del Arte, de hecho, muchas de las jóvenes promesas de entonces fuimos a ese taller».

Pía Barros enfatiza que hubo miles de talleres en Dictadura, no solo literarios, y se transformó en un movimiento cultural muy grande.

A poco entrar a la Democracia, en los años 90´s, regresa la gente del exilio y traen la experiencia de los talleres literarios de países como Alemania, Francia, Estados Unidos, entre otros: «En esos años había una pelotera. De que los talleres no servían para nada. Que las mujeres nos juntábamos a tomar tecito, y los dirigían los puros hombres. Y la Carolina Rivas hizo una investigación que arrojó que había entre 100 y 150 talleres, solo en la Región Metropolitana. Y estamos hablando de los 90’s… ».

Carolina Rivas también investigó sobre cuántos libros gestados en talleres se publicaban. Según Barros, eran casi mitad y mitad. Pero solo se reseñaban los libros de hombres, y los de las mujeres menos del 10%.

 

LOS AUTORES NO SE HACEN SOLITOS

Ya en el 2000, surge en torno a la figura de Roberto Bolaño, la impresión de que los talleres no servían para nada, que el escritor vivía su vida y nunca pisaba un taller. Pía Barros desmiente el mito, y asegura que Bolaño fue a muchos talleres, y participó de los mismos procesos en México y en España.  

«A través de la prensa se arman estos frentes de los talleristas versus los escritores de oficio que se hacen solitos. En realidad, ninguno se ha hecho solo, desde que yo tengo uso de razón, y mucho antes de que tuviera razón. Aquí lo importante es que hay una tradición, todos y todas, funcionan en torno a grupos literarios», apunta Pía Barros, quien concluye «más allá de las metodologías con que se ejecutan los talleres literarios, por suerte en Chile hay muy buenos talleristas. Cada taller te aporta su especificidad, también hay talleres de acuerdo a las edades que son notables. Ahora, lo que la gente espera de venir a un taller literario es que va a salir escribiendo un Best Seller, eso no ocurre ni ocurrirá», sentencia.

Lucas Costa se ríe cuando recuerda su primera experiencia como participante de un taller literario. Iba en segundo medio, y una profesora muy cercana le recomendó que se inscribiera.

«Era un taller gratuito dictado por doña Teresa Calderón en la Universidad Finis Terrae. Apenas fui a la primera sesión me di cuenta de que más de la mitad de los asistentes eran mucho más mayores y existía una complicidad rara entre ellos. Bueno, la cosa es que estos leían de mala fe y se dedicaban a descuartizar cuanto texto les pasara por delante, sin tener en cuenta que cometían los mismos errores que enrostraban», relata.

«Por eso, con un par de cabros que aún éramos adolescentes, entre los que estaban Camilo Herrera y Seba Baeza, armamos una especie de trinchera juvenil. Nadie nos había dicho cómo leer un texto o desde dónde comentarlo y nos quedamos con esa idea precaria de la crítica destructiva. Finalmente, a punta de destruir sus textos, logramos aplanar el terreno. Pero ya en ese entonces me generaba mucho ruido que un taller se sostuviera bajo la premisa de despedazar la obra de otro. Por eso me parece que la horizontalidad con que se trabaja en espacios así debiera ser otra, que está más bien relacionada con la reflexión y el cuidado del trabajo, distanciándose de uno mismo. Pero en ese tiempo no tenía idea».

Hace más de cinco años Lucas imparte el taller Al pulso de la letra, junto a Cristian Foerster, que este año estarán realizando en la Biblioteca Pública Pedro Lemebel de Recoleta. Y además, hace seis años realiza talleres de creación con la Fundación Ítaca en centros cerrados de Sename.

En ese contexto, Costa cuenta: «con Cristian Foerster iniciamos la idea de hacer un taller sin siquiera haber publicado un libro, con la simple consciencia de que debíamos hacer el taller ideal que nunca tuvimos cuando partimos escribiendo. Por eso Al pulso… es un taller de largo aliento, que dura ocho meses, y que parte de la premisa de cuestionar desde dónde leer o criticar un texto. Creemos en una metodología que propicia la experimentación con diversos procedimientos, mecanismos y formas de entender los procesos creativos de un poema. Nos parece fundamental el diálogo y discusión sobre estas nociones, desde una amplitud de miradas. Sustentamos la reflexión con poéticas de diversos autores y poemas de todas las tradiciones posibles, ya sea brasileros, polacos, chinos, rusos, alemanes, gringos peruanos, argentinos, etc. Para abordar y discutir de manera crítica la praxis del poema se debe poner en cuestión el cómo leemos y, por tanto, cómo comentamos un texto», destaca.

DERRIBAR CORAZAS CON CREACIÓN Y DIÁLOGO

Por otra parte, Lucas asegura que los talleres que realiza con Fundación Ítaca tienen muchas aristas, ya que trabajan en recintos penitenciarios o cárceles de menores, donde las propuestas culturales son casi nulas.

«Son espacios voluntarios, donde nadie está obligado a participar y esto resulta fundamental. Nos importa más que nada detonar la imaginación y el autoconocimiento. Son espacios sin pretensiones netamente literarias, pero que están impregnados del lenguaje poroso de la literatura (…) Son espacios que se van dando mediante el vínculo. Venimos con una parada que no tiene que ver con la imposición y eso hace que nos conozcamos desde otros puntos de vista. Los chiquillos han vivido muchas cosas potentes en sus vidas y han tenido que ponerse una coraza para sobrevivir a esos contextos. Y esas corazas son las que intentamos ir derribando mediante la creación y el diálogo. Por tanto, leemos y escribimos montones, pero también hacemos otras cosas. Y como resulta ser una perspectiva novedosa, tiene muy buena acogida. Los cabros siempre dicen que el taller los saca de la volada y del sicoseo. Son espacios donde lo pasamos muy bien. Bueno, me gusta mucho hacerlo, de otra manera no sé cómo lo haría», reflexiona Costa.

REFLEXIONAR Y DISCUTIR

En las conversaciones, intercambios de correos y wasapeos con quienes forman parte del mundo de los talleres literarios, se puede percibir el deseo y la voluntad de reflexionar y discutir. Y acaso, ¿no es ese el espíritu de quienes tienen las agallas que se necesitan para ejecutar uno?

Ante la pregunta: ¿cómo funcionan los talleres literarios? La respuesta generalizada es que son espacios que permiten reflexionar en torno a los procesos creativos para luego discutir, cuestionar, y así conducir el texto hacia buen puerto de manera constructiva.

En este punto, Lucas Costa hace un paralelo entre los talleres pagados y los gratuitos: «Por lo general los talleres gratuitos son más masivos y, por tanto, hay que hacer una selección. Eso te permite elegir a la gente más motivada y que no ha podido tener acceso a otros talleres. Un taller gratuito también rompe con esa mentalidad chilena de que pagando por algo se asegura la calidad, por otro lado, los talleres pagados muchas veces no alcanzan la profundidad de los gratuitos, y corren el riesgo de tratar a los alumnos como clientes, porque hay que regular las expectativas y ser cauteloso con lo que esperan que uno haga. En algunos casos esto se manifiesta en que no se puede decir lo que se piensa, so pena de que los clientes se incomoden y se vayan. Obviamente hay excepciones».

En su reflexión, Costa subraya que también está la noción de talleres de escritores consagrados que buscan hacer escuela: «Pero en la noción de taller que a mí me interesa, quienes imparten solo proponen y hacen de guías, el resto lo hace cada integrante. También creo que no por ser un escritor consagrado vas a ser buen tallerista. Es algo muy diferente».

ESCRITORES VERSUS MAESTROS

La poeta y editora Julieta Marchant, recuerda que el 2003, en la Universidad Diego Portales hicieron un concurso literario dirigido a escolares. De los concursantes, eligieron a diez para hacer un taller de poesía dirigido por Raúl Zurita. Ella quedó entre esos diez.

«Supongo que mi paso por ahí fue insignificante. Era un taller más bien intuitivo y Zurita tenía sus favoritos entre los que yo no estaba. Ese año estaba armando la antología Cantares. A mis amigas, que ahora se dedican a otras cosas, las llamaron para antologarlas. Recuerdo haberme sentido contenta por ellas, parecía importante estar en el colegio y salir en un libro que tenía cierta visibilidad en la prensa. No recuerdo haber tenido ninguna relación con Zurita y mi sensación era que mis textos no le interesaban. Tampoco recuerdo haber tenido desde ese taller alguna aproximación a la técnica o a libros que no hubiera leído».

«Creo que la importancia de ese taller para mí fue conocer la UDP más que nada, porque terminé estudiando el pregrado ahí. Cuando tuve que tomar un taller de poesía siendo estudiante universitaria, no me apunté en clases con Zurita, porque además me fui temporalmente para el lado de la narrativa», concluye Julieta.

LA NOBLEZA DE POSIBILITAR

Respecto a las motivaciones que impulsan a una autora o autor a dictar un taller literario, estas pueden ser muchas, pero sin duda el motor más grande es la voluntad. La voluntad acompañada de uno u otro fin.

En el caso de Julieta, tomar la decisión de dictar talleres de poesía fue, en principio, difícil. Hasta que encontró el rol que le acomodaba: ser posibilitadora y abrir el campo de lecturas para otros.

«Empecé el año pasado con dos secciones, ocho alumnos en cada una. Quise difundirlos desde Cuadro de Tiza, la editorial que codirijo desde el 2010, porque ese sello tiene una estética y una relación con el lenguaje que me interesaba mostrar. Partí haciendo talleres después de mi quinta publicación, más que un tema etario, me parecía necesaria una experiencia escritural y editorial que ahora siento más afianzada. Mi experiencia ha sido de posibilitadora, me interesa acompañar a otros en sus procesos escriturales y eso –además de indicar o aconsejar ciertas técnicas– implica ser un canal hacia libros de otros, abrir el campo de lecturas», asegura.

SELLO PROPIO

Otro tema digno de desentrañar es cómo se prestigia un taller literario. Cómo se logra crear un sello propio para que las y los talleristas se identifiquen y se sientan parte de. Para Julieta Marchant, la palabra prestigio es complicada. «Me da la sensación de un poder que no me interesa tener», confiesa. «Pero sí existe la cualidad de la diferencia, que sí es algo que me interesa. Qué sello tiene mi taller, por ejemplo, qué lo caracteriza. En mi caso, tiene que ver con la cantidad de lecturas que doy. Con propiciar la lectura como horizonte de posibilidad de que la escritura aparezca. Y ese trabajo lo algo lo más personalizado posible, que es un asunto que, por volumen de alumnos, difícilmente se da en una universidad».

«Yo les doy ensayos sobre el poema –para que piensen el lenguaje y sus posibilidades de ejecución– y libros de poesía vinculados específicamente a lo que cada tallerista está trabajando. Así, salgo del nicho de lo que a mí me gusta y desplazo mis preferencias hacia lo que a ellos podría remecerlos. No me interesa traer a mis talleristas hacia mí, sino ir hacia ellos. Ver qué potencialidades hay en ellos y mediante qué lecturas pueden abrir la propia escritura. Quizá uno de los problemas clásicos de los talleres es la posibilidad de que todos los talleristas terminen escribiendo como el profesor. Eso ocurre cuando uno intenta traer a los alumnos hacia uno y no al revés. La pregunta no es cómo escribiría yo esto, sino cómo querría tal tallerista escribir y cómo puedo yo acompañarlo y conducirlo en su deseo. Probablemente un buen taller literario es ese en el que la pluralidad es posible, donde hay espacio para la diferencia, independiente de los gustos de quien lo guía», sostiene Marchant.

ESPACIO INDISPENSABLE

El espacio de taller es indispensable para Julieta. «Editando o leyendo, a veces me parece que escritores consagrados dejan de pensar sus textos lo suficiente porque están tan instalados que su escritura, previa a la publicación, deja de ser un tema de conversación desde la duda o la pregunta. Me imagino dictando talleres hasta vieja y tomando talleres hasta vieja. Sé que hay una resistencia enorme desde el campo cultural a estos espacios. Muchos pares sienten que quienes dictamos talleres estamos parasitando del medio, como si fuera un trabajo totalmente inocuo. Es extraño, porque presiento que ese rechazo se da más en la poesía que en la narrativa. Como si en la narrativa hubiera algo que enseñar y en la poesía no. Estoy totalmente en desacuerdo, me parece una postura conservadora: ¿acaso la poesía no es también un oficio?, ¿acaso el poema es un lugar intocable, enmarcado en las voces de las musas, algo tan personal que no es posible conducirlo o guiarlo?, ¿acaso alguien con más experiencia –como ocurre en casi cualquier oficio– no tiene la posibilidad de acompañar a quienes están partiendo o necesitan un interlocutor atento?».

AMOR POR LA LITERATURA

Desde la misma trinchera, pero en el extremo sur de Chile, Christian Formoso asume que quien imparte un taller literario lo hace desde el amor por la literatura, por entenderla en sus dobles dimensiones, desde lo íntimo personal y el diálogo con los otros, desde la relación entre la lectura y la escritura: «Siento que el impulso parte de ahí. Un taller literario ejercita otra forma de lectura, estimula la escritura, genera relaciones humanas directas en torno a ella, puede resultar altamente provocativo y estimulante, y es una posibilidad para hacer crecer no el árbol, sino el bosque siempre verde de nuestras literaturas. En una región cualquiera, un taller es necesario desde esas perspectivas. Pero en regiones extremas, donde las presentaciones de libros, las conversaciones directas con autores, las posibilidades de circulación y conocimiento y lectura de obras y de diálogo en torno a ellas se reduce considerablemente, hacerlo es una responsabilidad que debe asumirse», opina Formoso, quien junto a Óscar Barrientos y Pavel Oyarzún dirigieron por dos años (2017 y 2018) el taller literario de excelencia de la Fundación Pablo Neruda en Magallanes.

La modalidad de trabajo de los talleres nerudianos es una variante de la de los talleres de La Chascona. Convocan a estudiantes de enseñanza media de liceos públicos y subvencionados a enviar trabajos literarios; hacen una selección en función de ciertos criterios de calidad, y seleccionan a diez participantes. Formoso explica que son diez y no más por un tema de recursos.

«Luego de trabajar la lectura y escritura durante el año, cerramos con un viaje a las casas de Neruda, y con la publicación de un libro: Dios es un pequeño poeta (2017). Y Podemos escribir los versos (más tristes) toda la vida, que está por aparecer, ambos bajo el sello Ediciones de la Universidad de Magallanes», detalla.

DIFICULTADES

Por otro lado, no todo es color de rosa. Christian Formoso es sincero al confesar que la experiencia magallánica de los talleres ha sido variopinta y no exenta de dificultades: «Estos dos años hemos contado con el apoyo de la Fundación Pablo Neruda, la Universidad de Magallanes, y la Seremi de Cultura de la región. Y en 2018 se sumó la Facultad de Letras de la Universidad Católica, lo que significó una visita del taller a esa facultad en el viaje de fin de año, que tuvo un impacto grande en nuestros muchachos y muchachas. Además, conocer las casas de Neruda –la mayoría de ellos nunca las habían visitado-, hacer lecturas poéticas en Isla Negra y en La Chascona, compartir con los poetas de los otros talleres de la Fundación, y la experiencia misma del viaje y la ciudad de Santiago y la costa de Chile con la literatura como motivo, han construido experiencias imborrables en estos estudiantes y en nosotros por vivir todo eso con ellos». Pero… «Lamentable e inexplicablemente, y a eso me refería con dificultades, desde la Seremía de Cultura hace poco nos informaron que decidieron cortar el apoyo al taller. Las razones serían cambios en la manera de asignación de recursos y programas, y que eso vendría determinado desde el nivel central. Lo objeto. Cuando hay valoración y se cree en un proyecto se puede buscar la manera de adaptar su funcionamiento a la contingencia. Aquí se decidió cortar el proyecto de antemano, no hubo voluntad de dialogar ni buscar una forma de sostenerlo. Y eso nos decepciona ciertamente, aunque también nos muestra una realidad, algo que hemos visto otras veces, que es el contar con autoridades en la materia que son meros ejecutores de órdenes centrales, y que carecen de una visión mínima para comprender ciertos procesos más allá del rédito numérico e inmediato. Transparenta una visión o su carencia, y una práctica sobre la educación pública además, que es mucho muy preocupante, pues desde un comienzo entendimos y planteamos estos talleres como un aporte a la educación pública».

Afortunadamente, el taller mantiene el apoyo de la Fundación Neruda, de la Universidad de Magallanes, y de la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica. Además, están viendo qué otros actores pueden apoyarlos para mantener el taller en las mismas condiciones: «Vamos a continuar con estos talleres. Sabemos, pues lo hemos compartido, que dejan una huella, un recuerdo hondo en quienes los viven. También sabemos, y nos conforma, que pronto y contrariamente, de estos funcionarios no tendremos ningún recuerdo», decreta Formoso.