Tatuajes

Tatuajes

Edgardo Cozarinsky

Lecturas

66 páginas.

Por Hugo Herrera Pardo

Edgardo Cozarinsky se percibe a sí mismo como un «escritor tardío», una etiqueta que hace referencia a aquellos literatos que recién a una avanzada edad comenzaron a entrecruzar el horizonte de la escritura con el de la publicación. Nombres como el de Daniel Defoe, Giuseppe Tomasi Di Lampedusa, Gesualdo Bufalino o José Saramago, constituyen algunos casos célebres. A los sesenta años (edad a la que murieron tanto su padre como su abuelo), y convaleciente en un hospital, Cozarinsky decidió dar por superado el bloqueo pulsional de escribir sin publicar que había mantenido por décadas, periodo de tiempo en que se había dedicado por sobre todo al cine, dirigiendo, actuando, produciendo y/o escribiendo una serie considerable de películas. Ya sexagenario, comenzó a engrosar una obra literaria que hasta ese entonces solo se conformaba por Vudú urbano (1985), y que desde allí en más se incrementó de manera profusa con la publicación de novelas, volúmenes de relatos, ensayos y crónicas, los que le han valido la obtención de importantes reconocimientos, como el Premio a la mejor novela 2008-2010 de la Academia Argentina de Letras por Lejos de dónde, en 2011, o, en 2018, el Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, por su libro En el último trago nos vamos. Tatuajes es su primer libro de poesía. Apareció publicado por Lecturas ediciones a fines del año 2019, misma editorial que había publicado previamente en Chile el conjunto de relatos Huérfanos (2017) y la novela Maniobras nocturnas (2018). El hecho de que Tatuajes sea su primer libro de poesía publicado y que su obra literaria dada a conocer anteriormente transite por géneros como la narrativa ―tanto breve como más extensa―, la crónica o el ensayo, nos plantea una «escritura tardía» inquieta, inclusive hasta frenética, en términos creativos.

Uno de los rasgos más evidentes de los «escritores tardíos» es que su actividad disloca la temporalidad hegemónica en la que acontece prioritariamente el ritmo del capital, radicada en la adolescencia y la adultez. De allí, tal vez, que el tiempo sea una de la motivaciones poéticas más persistentes en la superficie de inscripción que engloba a este Tatuajes. Estructurado en cuatro secciones («Memento mori»‚ «De una vida»‚ «Historia argentina» y «Envíos»), de las cuales solo la tercera presenta titulados algunos de sus poemas, a lo largo de Tatuajes discurre una tensión temporal entre lo inefable y lo irremediable, entre lo que nos excede y lo que no puede dejar de padecerse, entre lo que avanza sin postergación y lo inesperado. Tensión situada por lo general en un presente marcado por la nostalgia residual y cuya escritura dibuja una zona límite en la que se asoman la pérdida y la resignación, mediante una voz que va construyendo un temple que intenta desmarcarse de cualquier tipo de redención o condena: «Y, sin embargo/ a esa cosecha de residuos/ de desperdicios/ anda buscándole palabras/ que no rediman ni condenen/ las de un náufrago más,/ capaces de llegar a hacer coral/ con los huesos de navegantes muertos». Se trata de un tiempo que «Se arquea, flexiona y contorsiona» , articulado a una voz enunciativa que busca captar un «momento de verdad», no conceptual, como diría Roland Barthes, sino del Instante, por medio de una forma breve. Notación del presente y momento de revelación son dos aspectos que acercan esta poesía a algunos rasgos implicados en la tradición del Haiku, mientras que el aspecto de búsqueda formal actuaría como marcador de su distancia a ella. Por su parte, la sección «Historia argentina» reemplazaría este tiempo del instante y su nostalgia para explorar en el tiempo histórico otros modos de la tensión entre sentido y revelación, así como otros cuerpos donde inscribir ―tatuar― las marcas que deja tal crispado (des)encuentro.

¶¶