Un gallito bajo luces de neón: la edición independiente en Temuco

La coralidad literaria de «La Frontera» se despliega en el siguiente reportaje, articulado por una poeta que conoce sus secretos.

En un simple ejercicio de asociación al oír nombrar Temuco inmediatamente se prefiguran las palabras «zona roja», en apariencia es inevitable vincular a la capital de la Araucanía con esta nueva demarcación impuesta, pareciera que desde 1881 –año en que fue erigida– no ha perdido la condición de ciudad fuerte. Cimentada con el propósito de limitar «La Frontera» y servir de defensa en el asedio al pueblo mapuche –agudizando la usurpación sistemática de su territorio–, Temuco ha crecido para ser hoy una de las principales aglomeraciones urbanas del sur de Chile.

La, aún reciente, historia de Temuco es un relato en construcción sobre una identidad conflictuada y poco clara, donde sin duda la ocupación del Wallmapu y la consiguiente colonización poseen un lugar central; pero donde conviven además un sinnúmero de otros relatos alternos y contrahegemónicos que complejizan y tensan aún más el cotidiano de la ciudad y sus habitantes.

En un escenario como este, donde el relato institucional se encuentra –como siempre– alineado al poder, la importancia de la búsqueda de nuevas lecturas y escrituras es «jugar al gallito», haciendo uso de la palabra en su dimensión más democrática y romántica para generar un contrapeso con los discursos dominantes al visibilizar las voces de los residentes de este territorio; sin embargo, para que todo ello sea posible la existencia de un campo editorial es una condición necesaria para la publicación y circulación de los impresos que vendrán a proponer estas diversas miradas estéticas, sociales y políticas.

En esta materia, a pesar del desconocimiento público y particular de quiénes trabajamos desde y con la literatura, en La Frontera los impresos y las publicaciones acompañan a los orígenes del asentamiento en la ciudad fuerte, de ello da cuenta Hugo Alister, el editor con más trayectoria de la región y dueño de una colección de más de dos mil obras impresas y publicadas en La Araucanía, las que atesora y guarda celosamente en papel neutro para su conservación. «En la región existió una imprenta y editorial muy grande, la Editorial San Francisco (…) hablo de fines de 1800, inicios de 1900, la imprenta y editorial San Francisco editó muchos libros hasta hace unos treinta años atrás. El primer libro de Omar Lara se publica en editorial San Francisco (…) Las imprentas en general actuaban como editorial, está el ejemplo de la imprenta y editorial Gutiérrez que publica en 1950 una novela de Juan Sollinger El tesoro de Villarrica. (…) El tema de la imprenta y la editorial sí es fuerte en la región, pero no hemos hecho un esfuerzo ordenado. Entonces te encuentras con ese vacío (…)».

Con esta tradición detrás, llama la atención que en apariencia Temuco fuera considerado un contendor enclenque literariamente, que miraba desde un rincón cómo las luces de la atención se posaban sobre el vecino Concepción o la vecina Valdivia. No es que Temuco goce actualmente de mala fama literaria, encarna incluso cierto misticismo: por esta tierra han pasado grandes poetas como Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Juvencio Valle y Jorge Teillier, entre muchos más. A pesar de los aires místicos, lo cierto es que, hasta hace algunos años en materia editorial, si en la misma sala el «gallito literario» debía ser sostenido por los ya nombrados vecinos de la zona sur, Temuco llevaba la desventaja.

Para Felipe Caro, quién es poeta y la última década ha trabajado en diversos proyectos microeditoriales como Poleo Ediciones, Venérea Violenta y actualmente Libros del Perro Escondido, esta situación se explica por la falta de políticas culturales en Temuco, en este sentido afirma que: «las universidades locales se desentienden del movimiento literario, por ejemplo La Universidad de la Frontera, que debiese ser un núcleo con una carrera de Pedagogía en Castellano muy vinculada a la literatura y que incluso entrega galardones de este tipo como el premio Jorge Teillier, no se hace cargo del panorama y tienen una editorial prácticamente abandonada que sólo sirve para temáticas relacionadas con la acreditación, pero no se arriesga, no busca».

Ricardo Herrera, reconocido poeta y actualmente uno de los editores de Bogavantes, encuentra una explicación a lo anterior en la década de 1960, cuando surgen los grupos Trilce y Arúspice, ambos vinculados a la Universidad Austral de Valdivia y Universidad de Concepción respectivamente: «fueron polos ligados a las universidades, los grupos que existieron en Temuco fueron más bien marginales, el grupo Espiga por ejemplo, en el año sesenta, es un grupo tremendamente marginal en comparación con los grupos que dieron en estas otras ciudades (…) no se generaron grupos que fueran importantes ni en la sede de Universidad de Chile, ni en la Universidad Católica. Desde ahí yo creo que comienza esta sensación de que Temuco no fue un polo literario».

Aunque Temuco iba en desventaja, aún podía «dar sorpresa». Es así como en 1983 en la ciudad del Ñielol aparece la revista POESÍA DIARIA, dirigida por Elicura Chihuailaf y Guido Eytel, quienes levantan este proyecto con la intención de visibilizar el trabajo que realizaban escritores de la región y también de otras zonas de Chile y que, a pesar de trabajar con una manufactura y medios muy precarios, logró publicar desde su inicio hasta 1988 diez ejemplares, año que paran sus funciones para retornar en 1990. El N°11 de la revista llegó acompañando la transición a la democracia y desde entonces POESÍA DIARIA pasó a ser órgano oficial de la SECH filial Temuco.

Si bien POESÍA DIARIA aportó en gran medida a visibilizar el trabajo que se estaba realizando dentro del terruño y permitió conectar las voces locales con las escrituras de otras geografías, aún estaba pendiente la decaída situación editorial. Dada la carencia de editoriales locales o interesadas en publicar a los autores temucanos muchos migraron hacia tierras más amables y los que estoicamente se quedaron, debieron publicar a costa de sus bolsillos. Fue en parte esa vivencia la que motivó a Hugo Alister a levantar en 1990 Ediciones Cagtén, a la fecha el proyecto editorial más heterogéneo y persistente de Temuco, publicando tanto libros cuyo foco está en el rescate patrimonial histórico de la Araucanía, así como obras puramente literarias. «Cuando llegan los noventa con dos amigos, Juan Pablo Ampuero y Guillermo Chávez, armamos una editorial y editamos el primer año tres libros en tamaño pequeño y tiraje de doscientos ejemplares, los hacíamos fotocopiados. Después de eso, uno de los amigos se separó y armó también su propia editorial (…) finalmente quedé solo yo con las ediciones. Ahí publiqué a algunos amigos y también prestaba el sello de la editorial a otros que autopublicaban sus obras, por lo que en los noventa debe haber un listado grande de títulos que se publicaron en la informalidad».

A fines del siglo XX aún con Cagtén, la situación editorial no mejora para Temuco, en el mejor de los escenarios «el gallito» se apuesta con la técnica del equipo penquista Lota Schwager: al empate. No obstante, a inicios del siglo XXI parece gatillar un cambio y para Paula Alderete, directora de la Biblioteca Comunitaria Guido Eytel, el escritor fue un agente gatillante: «él fue el tallerista que tuvieron muchas generaciones, que son los poetas o escritores actuales, contemporáneos. El Guido también fue gestor de muchos encuentros que fueron históricos acá (…)». Continuando con la idea, Pablo Ayenao se refiere a lo acontecido hace aproximadamente una década: «Desde el taller de Guido salieron varias editoriales, desde ahí salió Jorge Volpi y Felipe Caro e hicieron Poleo y todos sus derivados (Venérea Violenta, Ediciones Periferia, Libros del Perro Escondido), de ahí también salió Del aire con Oscar Mancilla».

En los últimos diez años el campo editorial de la ciudad crece todavía más. Aparecen nuevas editoriales como OFQUI, que se caracteriza por un catálogo especializado con un fuerte foco en textos de divulgación y pertinencia territorial. Surge también Pululo editorial, enfocado en la literatura infantil y juvenil que se propone transmitir conocimientos diversos entre la familia, distintas generaciones y culturas por medio de coloridos libros-objetos. Formaliza su existencia, siempre de la mano de Hugo Alister, la ya mencionada Ediciones Cagtén y con la figura de Ricardo Herrera como editor, se establece en Temuco, como segunda sede, la Editorial Bogavantes; y si eso fuera poco, el 2018 con ansias de auténtica autonomía el cubano Carlos Lloró levanta Ediciones Nagaurus.

No es menor el fenómeno micro editorial que acompaña el surgimiento y formalización de estas editoriales independientes. Un hito en esta materia será Poleo Ediciones, que reabre el campo para las ediciones manufacturadas. «En esa primera época del 2010 estaba bien presente la pregunta por lo editorial y la urgencia por sacar materiales, investigar autores, de alguna manera ir haciendo un mapeo local y un registro de diferentes escrituras, también una suerte de levantar una economía autogestionada de lo editorial» explica Jorge Volpi respecto a sus motivaciones iniciales. Si bien desde ese entonces a la fecha las aguas del Cautín han cambiado, las ediciones manufacturadas siguen estando presentes y cumpliendo un papel esencial, rejuveneciendo el escenario literario de la ciudad y la región. En este sentido el aporte de proyectos como Tortuga Samurai y Ediciones Kuma nos han hecho sentir que, a pesar de los pinos y eucaliptus, en materia de letras, la tierra es aún fértil en Wallmapu. Para Romero Mora-Caimanque (Tortuga Samurai) la clave de su trabajo está en el ofrecer oportunidades, mirando la potencialidad de los escritores jóvenes y no sus trayectorias «Creo que lo correcto es pensar que los autores madurarán con el tiempo sus escrituras, y que el proceso de publicación es clave para esa maduración. Muchos autores comienzan publicando obras menores (respecto de lo que posteriormente publicarán), hasta que desarrollan una solidez importante en la escritura, y estoy seguro de que las primeras publicaciones fueron fundamentales para ellos».

A simple vista pareciera que el problema de la existencia de un campo editorial estuviera resuelto, pero en el mundo de las ediciones independientes una de las mayores dificultades es perdurar y para ello es fundamental encontrar medios que permitan la viabilidad a futuro. Una experiencia exitosa es de Pululo Editorial; para ellos el diálogo con las comunidades es trascendental y una forma de consolidar esta relación fue haciéndolas parte en la construcción estética de los libros-objetos, a través de la incorporación de sus miradas sobre las historias y los personajes. No obstante, como la mayor parte de los proyectos editoriales independientes, en un comienzo no contaban con los recursos para publicar los libros que imaginaban. Afortunadamente, de manera muy intuitiva, establecieron un sistema de promoción del futuro objeto, lo que a su vez tuvo el acertado coletazo de evitar que el libro circulara únicamente entre sus familiares y amigos. Al respecto Javiera Delgado, una de las editoras de Pululo, nos relata la experiencia con su primer libro-álbum La ronda de la mariposa: «Con el libro venían los talleres y el conocimiento de la autora, ella les hablaba del proceso de creación. Hicimos esa promoción en distintos establecimientos (…), de esta forma se perfiló un lineamiento de Pululo: no dejar libros abandonados. Vimos, entonces, la necesidad de darle vida a este proceso. Lo anterior coincidió además con que el libro que había hecho la autora estaba también dentro de un programa nacional que era Diálogos en Movimiento y luego desde el Ministerio de Cultura compraron el libro». Con ello Pululo, casi de forma fortuita, encontró una forma de alinearse al ecosistema actual del libro.

A pesar de la experiencia de Pululo, no es oro todo lo que reluce, y aun con la creciente presencia de editoriales y microeditoriales independientes, la mayoría de los editores deben ahora enfrascarse en batallas que comparten sus pares a lo largo del territorio nacional. En palabras de Ricardo Herrera «el trabajo del editor tiene mucho de desprendimiento en términos económicos, no tiene mucho rédito de plata. Aun cuando nosotros, en gran parte del catálogo, tenemos que cobrarles a los autores porque no manejamos dinero, publicamos también autores de forma gratuita cuando ganamos algún fondo y también echamos mano a nuestro bolsillo cuando un autor o autora nos parece muy interesante y sabemos que el texto va a funcionar y el dinero puede volver también».

Lo descrito por Herrera es una realidad compartida y el problema sabido dentro del mundo editorial independiente, pero en la realidad propia de Temuco las editoriales enfrentan también otros inconvenientes: el poco apoyo y la escasa relación con el mundo institucional de la ciudad. De la falta de interés de las autoridades en generar espacios que permitan la circulación de las obras da cuenta Hugo Alister: «El año pasado le pedí al municipio de Temuco un espacio para organizar una vez al mes una feria del libro en Temuco con todas las editoriales formales independientes. Ninguno contestó, ni el alcalde, ningún encargado del municipio, no contestaron los concejales. (…) Aquí en Temuco no hay vinculación (…) No puedes entender que las bibliotecas públicas regionales sigan comprando libros de autores foráneos y no compren libros de autores locales. (…) En el fondo no hay una mirada sobre lo local».

Quizás quiénes más valoran el aporte que han hecho las editoriales independientes sean los mismos escritores, como lo expresa la poeta Dafne Meezs, para quien estas iniciativas constituyen «el soporte de la literatura más rebelde a los cánones del mercado y la academia, de las propuestas más personales y escrituras menos programáticas, de una literatura más viva y relacionada con la comunidad de una forma más íntima o entrañable». Y es por esa percepción de la poeta que se vuelve urgente que en tiempos que apuestan al diálogo e innumerables gestos por parte de las autoridades e instituciones, se genere un escenario más propicio dentro de un territorio donde conocer las distintas voces de sus habitantes es fundamental para recomponer confianzas y construir nuevas relaciones. En este sentido es imperativo reconocer que la presencia de las editoriales ya nombradas aporta no sólo diversificando géneros, temas y autores, sino que también instalan discusiones sobre la realidad cultural, social, política y territorial, contribuyendo a descentralizar la producción y circulación de las obras.

Con todo, es inequívoco que con aciertos y dificultades los y las editoras de Temuco han sabido enfrentar su estrella y acortar la distancia que los separaba de sus vecinos del sur. Quizá aún los grandes focos no están puestos sobre todo lo que ahí ocurre, pero más de alguna luz de neón brilla para alumbrar la noche de la creciente escena editorial temucana.