Un par de libros poco serios

La escritura de este texto está yuxtapuesta con la quínoa que hiervo mientras mi hijo duerme su siesta y mi hija canta una canción en un inglés chamullado.

Yuxtaponer —poner un elemento al lado de otro— es muy diferente a oponer —poner un elemento frente a otro—. Quizá la política oponga, pero la vida es una máquina de poner algo al lado de otra cosa, en general inconveniente, y esperar que suceda algún efecto.

En mi mesa yuxtapuestos El cuerpo es devil, de Cayo Caectus y Expediciones al núcleo de la zoología moderna, de Ricardo Elías.

El primero yuxtapone al sustantivo cuerpo, piedra angular del reguetón, una serie de ideas que piensan con las canciones y los términos que, desde hace unos años a esta parte, ese género hizo cercanas y familiares: dembow, flow, bellaqueo, etc.

En Expediciones al núcleo de la zoología moderna, Ricardo Elías, circunscrito por el género del cuento y su propia intención de narrar, opera con otra yuxtaposición: la de los sistemas.

En ambos libros no cesa de aparecer una cuota de humor, compuesto no de risa, ni de chistes, sino de una especie de gracia que resulta de la diferencia de grados que tienen las cosas yuxtapuestas.

El primero es un ensayo con los brazos estirados hacia el poema, que entabla una conversación con letras populares de reguetón.

Cayo Caectus utiliza operaciones de la lingüística y la semiología para abordar, comparar, vincular, criticar y pensar letras de Bad Bunny, Nicky Jam, Lorna, etc.

Metaliteratura, diríamos, pero para eso deberíamos aceptar que las referidas letras son literatura. Ahí está el valor del libro, generar una normalidad lo suficientemente homogénea y sólida como para que, dentro de ella, nos veamos forzados a desprendernos de los prejuicios y las vendas que tenemos ante determinados materiales y los leamos seriamente, de manera horizontal, sin jerarquizaciones.

Este es uno de los rasgos principales que necesitó el humor para alejarse de los fundamentos clásicos de la comedia, donde la gracia radicaba en los rasgos ridículos que sus protagonistas tenían, y que los llevaban a una serie de problemas. La actualidad separa el humor del bullyng a partir de la relación horizontal de los autores respecto de sus materiales, pero también entre los materiales mismos.

Expediciones al núcleo de la zoología moderna

Ricardo Elías

Libros del fuego

146 páginas

En El cuerpo es devil el discurso del pensamiento científico y lírico más altos descienden de los cielos mientras que las letras del reguetón más bellaco se elevan del infierno para encontrarse y brillar.

«Los seres buenos se hacen mejores con el dolor;/ los malos nos hacemos peores» Gabriela Mistral // «Si antes yo era un hijo de puta ahora soy peor» Bad Bunny

En la anterior cita la premio nobel, despojada del sexo por el discurso dictatorial, se encuentra con el conejito malo, permitiendo actualizarla con sus propias palabras, sin rodearla de discursos que lo hagan. Y mientras asistimos a esa actualización, nuestro cerebro recuerda que el valor de lo que está escrito no radica solo en significar diferentes cosas para diferentes personas, sino diferentes cosas para las mismas personas a lo largo del tiempo. También que es mucho menos importante por qué lugares gotee la esencia y sabiduría lírica hacia quienes la necesitan, que ese mensaje que le da sentido a la vida en efecto llegue a esas personas.

En el libro suceden cosas muy interesantes en ese sentido, como que la pronunciación de algunos cantantes (el slang gringo latinizado y seseo en Candy, por ejemplo: «le gusta el seso/ en eseso/ y en el proceso/ le tiro un beso») le permiten reflexionar sobre tradición poética, la relación entre lo cosmopolita y lo local, las apropiaciones, o poner en duda la categoría de lo verdadero.

El cuerpo es devil

Cayo Cactus

Edición de autor

Sin numerar

Ricardo Elías en Expediciones al núcleo de la zoología moderna no piensa ni acompaña los materiales que utiliza, sino que muestra. Salvando la diferencia, Brecht utilizaba el mismo método en sus obras pedagógicas. Poner una distancia prudente entre el sistema al que pertenecemos para poder ver cómo funciona, de qué manera falla y por qué. Más que poner al lado un elemento distinto, poner un espejo, lo que parecía apenas un reflejo, se vuelve una pesadilla.

Las relaciones en los dramas históricos de Brecht, o los más situados como Madre Coraje, siempre saben al capitalismo que quería desenmascarar ante el público. Aunque la crítica no era su único horizonte pedagógico, también está presente el elogio del pensamiento, como el gratuito inicio de Galileo Galilei, donde lo que busca es entregar la comprensión del placer que supone una actividad tan poco vinculada con los grandes públicos como la ciencia.

En el primer cuento de Expediciones al núcleo de la zoología moderna, un grupo de investigadores de principios del siglo veinte se internan en la búsqueda de un tipo de primate. Por azar descubren otro mucho más fascinante, con un sistema económico basado en la deuda y el intercambio desigual con los patrones idéntico al nuestro. En el final del cuento, otro grupo de investigadores se internan en la búsqueda de un tipo de primates, descubriendo otro mucho más fascinante, vestidos como investigadores de principios del siglo veinte.

En el segundo cuento, una pareja dispareja de detectives —el par es un elemento clásico del humor— desarticula una banda de artesanos de Pomaire, que montaban una operación terrorista para aniquilar a sus competidores en chucherías de recuerdo: los chinos. ¿Su modus operandi? Hacer armas de greda, que destruían apenas realizaban los ataques. El cuento termina con el descubrimiento de otra banda que, en Chimbarongo, construían armas de mimbre. Lo que parece un chiste —por lo autóctono de la greda y el mimbre, y lo pequeño de Pomaire y Chimbarongo— permiten comprender, a escala, experiencias como la zapatista. Además de otorgar un tono de peligrosidad a lo situado, sacando a esos territorios de la clasificación de totalmente pasivos en el imaginario nacional.

Lo que sobra en este libro, hay que decirlo, son algunos chistes. A veces el autor se engolosina con un elemento lateral —una relación incorrecta, el vicio de alguno de los personajes— y apuesta a que la mera inclusión de eso rodeada por el tono en el que viene narrando produzca hilaridad. En general estos efectos esperados producen más ruido, porque relajan el núcleo de la trama.

Es el caso de un cuento narrado a través de cartas que un científico le envía a la fundadora del instituto del que forma parte. Lo mejor que tiene es la parte donde la imaginación del autor convence al lector de la creación de un proyecto absolutamente delirante: el desarrollo de bombas que en lugar de destruir, construyan. Lo que hace que podamos asistir a aquello que une, en el comienzo, a la ciencia y al arte: el acto de imaginar. Lo peor es la inclusión de estos elementos laterales, gags se llaman en cine, que nos recuerdan que alguien nos está contando algo y espera una reacción.

Los elementos «escritor—quínoa—siesta de hijo—hija cantante», decantaron en un reseñador, sentado junto a dos niñitos, jugando con bolitas nutritivas en sus bocas. El niño que todavía no habla se ríe de una mueca de la niña y la quínoa se cae sobre su silla. Los tres ríen. En el extremo de la mesa dos libros poco serios, afortunadamente poco serios.

 

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