Con la aparición de Alfabetos desesperados (Laurel) Catalina Porzio reafirma su vocación experimental de escritura: investigación, recorte, montaje y diseño.
El 2015 apareció un libro sorprendente, único, inclasificable: Viñamarinos. Aburridos, excéntricos y decadentes (Laurel), el primer libro de Catalina Porzio, perfila a personajes claves del arte y la vida social de Viña del Mar a lo largo del siglo XX. Los perfila encuadrados en el territorio, uno así conocía su vida viñamarina, pero la novedad del libro estaba en su construcción: citas montadas de otros autores en párrafos que replican el cahuín de la ciudad jardín. Además, el diseño de la misma autora generaba otro relato con imágenes urbanas que fortalecía el libro.
El año siguiente aparece La tercera mano. Extractos de entrevistas a Adolfo Couve (Alquimia), en coautoría con Macarena García Moggia, que continuaba la estructura de aquella colección editorial (que ha ido de Gonzalo Millán a María Luisa Bombal): párrafos de entrevistas montados. Aún con los inobjetables méritos de este libro, tras Viñamarinos y su impacto cultural y literario, resultaba todo un desafío saber cómo continuaría su obra.
Y aparece Alfabetos desesperados (Laurel). Treinta y cinco palabras a las que les aplica el montaje de párrafos ajenos. Esta vez no son solo materiales de no ficción, como a priori podemos suponer las fuentes, crónicas de Viñamarinos y entrevistas de La tercera mano. Esta vez son fragmentos de todo tipo, firmados por nombres importantes a nivel mundial, escritores chilenos y de muchos países y lenguas, hasta medios de comunicación.
Una importante novedad es que esta vez Porzio se une al coro de autores, de forma inédita, pues en La tercera mano la presentación es hecha por Macarena, y en Viñamarinos no hay escritura como tal. (Pero a la vez sí. Al encajar las piezas lanza al anacronismo todos esos trabajos donde se chorean materiales indiscriminadamente). Porzio firma con su apellido como los otros autores referenciados (ejemplo: SEVERO SARDUY, 2014: 30). En su primer libro, hasta la solapa de autora parecía de otra mano:
«Desde niña frecuentó el Samoiedo acompañando a su mamá, y desde los trece años empezó por su cuenta un vagabundeo curioso por la calle Valparaíso y luego por la ciudad entera».
Si en algunas páginas de sus anteriores libros el hecho de encajar piezas limitadas generaba la necesidad de repetir materiales, abrirlo al infinito que provee Alfabetos desesperados evita esa traba a la vez que aumenta la dificultad. Un total de doscientas setenta y dos entradas, basadas en ciento setenta y tres autores de la bibliografía (con a veces más de un libro citado), además de los que no provienen de fuentes escritas. El mínimo de citas por palabra son cuatro, alguna llega hasta las quince, aunque la mayoría van de las seis a ocho entradas, que a veces superan la página.
Y que sobretodo narra la angustia de la comunicación en tiempos de horror. Formas de superar las barreras de las autoridades que tienen distintos orígenes. Un horror que no parece tan ajeno a esta normalidad. Un conjunto que resulta político entre sospechosos bloqueos y manipulaciones en redes sociales.
¿Cómo surgió la idea de Alfabetos desesperados?
Fue un encuentro, un hallazgo. Estaba leyendo unos programas radiales de Benjamin, una edición que sacó Hueders, y hay un capítulo dedicado a los presos de la Bastilla, y ahí relata la manera en que los presos se comunicaban completamente aislados uno de otro entre celdas. Las dimensiones son: una, que traducían el alfabeto a golpecitos en la pared; y otra, que era un dibujo de letras a gran escala, cosa que el guardia no podría reconocer el signo desde cerca, pero esa gran mancha a carbón en la siguiente torre la podían leer. Esta invención gráfica me interesó de forma fulminante porque soy diseñadora. Empecé a buscar otras historias que tenían que ver con las cárceles, con los modos de comunicarse, y esto se fue abriendo, ramificando a todos estos temas que recopilé en el libro. El encierro en las cárceles, los siquiátricos, enfermedades, cautiverios.
¿Cuánto tiempo te tomó?
Esto me debe haber pasado el 2016, cuando terminé el asunto de los Viñamarinos. Se fue construyendo una posibilidad con esto de los alfabetos, fui agarrando más lecturas, se fue complejizando el asunto. La curva de intensidad no es pareja, no es que me haya encerrado en un convento, lidiaba con mi trabajo y la vida cotidiana.
¿En qué momento decidiste esta forma de alfabeto?
Estaba en estas primeras lecturas. Anotaba y subrayé una observación que decía alfabetos desesperados. Un amigo me dijo qué buen nombre, e inmediatamente le puse ese nombre al archivo donde comencé a recopilar pasajes, tuve el título antes de que pensara que fuera libro.
¿Y cómo elegiste las palabras?
Van saliendo. No es tan complejo, porque una vez que tienes todos estos textos, arrojan palabras que estaban metidas ahí mismo. El índice está incluido en los textos.
Artefactos, leí en Instagram de Jonnathan Opazo al recibir Alfabetos desesperados. Pedro Gandolfo te considera en las excepciones de lo fome de la narrativa nacional. En el Premio Municipal de Santiago Viñamarinos fue finalista de género Referencial. ¿En qué género clasificarías tus libros?
Me imagino que referencial sí, porque son referencias por millones, pero también hay un gesto de autoría, porque todo el engranaje y la decisión de hablar con la voz de los otros, pero puesto en un artefacto nuevo, es autoral, es un trabajo de autor, de alguna manera relato o hablo con voces prestadas. Las pongo en un nuevo contexto, las relaciono de otra manera, esa cuestión lo cambia todo. En Viñamarinos la primera idea que sostuve fue hacer una antología de textos que fueran textos más puntudos. Quedaba un poco corto, un poco fome, me daba cuenta que me estaba perdiendo de muchos pasajes que quedaban por ahí que no podía incluirlos si eran textos íntegros, de esa manera empecé a fragmentar y armar el hilo.
¿Te interesa esta definición de género literario?
No sé si me interesa calzarlos. Se han vuelto bastantes híbridos los libros. Ya la diferencia entre ficción y no ficción es bien ambigua. Alfabetos no es una novela claramente, algo de ensayo puede ser, ensayos a muchas voces, porque estoy proponiendo un punto de vista, un tema que está investigado con contundencia. Tampoco soy una experta en el asunto, no soy lingüista, no soy la Barthes, soy la Porzio no más le decía a la Andrea cuando explicaba por qué era Alfabetos el nombre del libro.
Hablando de la Porzio, escribes entradas en este libro, cosa que no sucedió en los otros.
Me he ido poniendo patuda. He ido tomando confianza.
¿Qué rol cumple tu escritura en el libro?
En este caso el prólogo, o la introducción, era muy importante que lo hiciera, porque en el fondo me vi con este material todos estos años, cómo no iba a decir algo, estaba bien. Las entradas no fueron tan intencionadas, en un principio porque había casos que me interesaban, que encontraba y no encontraba fuentes por escrito como yo quería, entonces bueno, me puse a redactar yo. No fue alevosa mi participación en la escritura, no es que, por ejemplo, yo haya dicho lo primero sobre el concepto y luego venían estos otros casos. Mis participaciones en algunos casos quedaban juntas, en otras no había. En principio había propuesto que cuando fuera mi voz haría un distingo tipográfico, colocar una cursiva, pero quedaba muy raro. Y de ahí dije la Porzio, que fuera otro más de los que recopilé. No tiene lógica, no es una operación pensada, quedaron donde quedaron.
¿Podrías profundizar en tu concepto de autoría?
Hay una autoría, no es un pastiche casual ni un gusto por una colección de cositas. Están puestas de tal manera que es un trabajo de artesanía y de autoría, van en el lugar que van y dicen lo que tiene que decir. Que ocupe las voces de otros es un método, hay una propuesta. Soy yo en el fondo la que está hablando.
¿Qué te toma más tiempo, la recopilación o el montaje?
La investigación. Porque es leerme muchos libros, conseguirlos, para dar con el pasaje exacto. Los mismos libros que uno va leyendo o películas, porque hay varios formatos donde voy sacando estos casos, se van hilando con otros o te van conduciendo, aparece una referencia, aparece una bibliografía, y empieza la búsqueda. Hay un factor que es súper importante y que no se menciona mucho en general, que le debe pasar a todo el mundo, que cuando uno está en una investigación así, uno lo comenta, y siempre a alguien se le ocurre algo o tiene por ahí un caso de alfabeto desesperado. Le debo a mucha gente que me colaboró en este sentido.
Para mantener el secreto, entre otras medidas de precaución, en el lenguaje oficial sólo se usaban eufemismos cautos y cínicos: no se escribía «exterminación» sino «solución final», no «deportación» sino «traslado», no «matanza con gas» sino «tratamiento especial», etcétera.
PRIMO LEVI, 2017: 196
(de Alfabetos desesperdos)
Viña del Mar
¿En el caso de Viñamarinos también encontraste el nombre primero?
No, eso fue al revés. Sabía que era un libro de Viña del Mar, que se fue perfilando de semblanzas de viñamarinos. Y después venía este subtítulo de Aburridos, excéntricos y decadentes porque calzaba con la estructura del libro, calzaba con tres etapas de Viña del Mar, y que el libro tiene, donde la atmósfera predominante era en el primer tiempo el aburrimiento, luego la excentricidad y finalmente la decadencia. Me imagino que eso es natural, que el libro se desarrolla y al final viene el título, pensarle el título a un libro es todo un tema. Fue muy regalado en este segundo caso.
¿Y Viñamarinos cuánto te tomó?
Fue largo, pero quizá menos largo, por el apremio que tenía, era una entrega de magíster. Tenía fecha final, eso me hizo apurarme mucho más. En Alfabetos podría haber seguido infinito. En el momento que le mostré el documento que tenía armado a la Andrea, la respuesta fue crucial. Ella fue la primera lectora del asunto completo, reaccionó con un entusiasmo feroz, eso fue la pila, con eso cerramos en dos meses.
¿Te imaginarías tus libros en otras editoriales?
Parece que soy de la Palet, que soy un invento de la Palet (risas).
Como sistemas, parecería que tus libros podrían continuar.
Me pasó también con Viñamarinos. Ahora se ha empezado a mover Alfabetos desesperados, porque al principio la gente no entendía muy bien de qué iba, de qué se trata. Hay que explicar que es un montaje de citas, qué tipo de citas, para dónde apunta, me ha escrito gente que me ha relatado situaciones que calzan perfectamente. Es muy amplio finalmente, porque también la palabra alfabetos que, si bien la puse al comienzo como una nota, es prestada, en rigor no todo es alfabeto, porque podría haber sido lenguaje, forma de comunicación. Las primeras eran más alfabéticas, eso de la percusión o el parpadeo para una letra, traducciones de la A a la Z, quise conservar eso, también la estructura final, que también va de A a la Z, lo refuerza. Es un alfabeto de muchos alfabetos.
En este caso además, las fuentes eran más disímiles. En Viñamarinos estaba la no ficción, la memoria, aunque esta siempre tiene dosis de ficción.
Mucho más, porque todo lo de Viñamarinos salía de textos que soslayan Viña del Mar todo el tiempo, siempre estaba presente. Era más apegado a la crónica, más apegado a la verdad. Una verdad que estaba en cuestión porque había muchas contradicciones, cuando hablan de los personajes muchos se tiran las partes, inventan un poco, los datos no son del todo fidedignos. Uno hilado del otro y te quedan figuras que son, pero no son, tampoco se termina de saber quién era tal o cual persona.
Si hubieses tenido que hacer esa antología tendrías que haber pedido derechos.
Ese es un punto. Muy ingenuamente cuando armé el asunto no pensaba que era un libro que se fuera a publicar, estaba el caso de Couve. Esta forma de libro por sí mismo se sacude todo el tema de los derechos porque se remite al espacio que una cita permite. No es un plagio ni un robo.
Hay hasta textos sin firma. Firma de medios.
Viéndolo así en el conjunto, también lo encuentro bueno. Colocar en la misma plataforma a anónimos, a autores desconocidos o a consagrados como Barthes o Canetti, todos puestos con la misma relevancia. Los equipara.
Hay cerca de trescientas entradas.
Más todo lo que fui descartando, en un momento era sumar y sumar. A cualquier libro que pasaba por mis manos le busca el Alfabeto desesperado. En Word alcanzó las cien páginas. El recorte fue en el montaje.
¿Piensas que en este tiempo de pandemia se puede estar creando un alfabeto desesperado?
Eso se ve con perspectiva, con distancia. Creo que van a aparecer. No sé si tanto en la pandemia, pero después del estallido todo el lenguaje que se dio en las capuchas, toda la iconografía, la cosa callejera, esto que pasó en el edificio de la Telefónica: una palabra, en el centro de la ciudad, en el edificio de la súper compañía. El autor pasa a un plano secundario, hablando en el fondo para todos y por todos. Lo que significaba para todo el mundo, lo dijeron por todos nosotros. Hay que gritarla. Después te enteras de quiénes lo hacen, pero en principio no es el autor, es el colectivo, que es el espíritu del estallido, que no tiene líder, sino que es una cuestión de todos.
Pintura y diseño
¿Cómo leíste a Couve?
Me lo hicieron leer el año 97 en cuarto medio, Cuando pienso en mi falta de cabeza. El profesor nos habló de la triangulación, de esta cosa arquetípica. Tiempo después un amigo me regaló el Cuarteto de la infancia, que es una edición argentina donde juntaron El picadero, El tren de cuerda, La lección de pintura y El pasaje, porque tenía este problema de los lomos pequeños con los editores, sus libros se perdían en las estanterías. Ese fue mi segundo encuentro con Couve. Creo que fue El picadero que entró derecho al plan escolar, a él lo puso muy contento que los niños lo llevaran en su mochila.
Era una obra rara tanto en su obra como cosas que se han dicho de su vida, incluso su retiro en Cartagena, ¿no?
Era un escritor raro para lo que se publicaba en ese momento. En la pintura también. Hacen retrospectivas y en la época que entrara lo dejan fuera, no calza con los movimientos del momento. Él decía que lo trataban de anacrónico. Fui alguna vez a su casa, la merodeé. Debo haber pasado el año 2000.
¿Qué diseños de libros independientes chilenos te gustan?
Me gustaba mucho Hueders, porque además es un buen catálogo, buenas cajas, bonitas portadas, se juntan las dos cosas. Eran piezas que daban ganas de coleccionar, las tapas que hacía Inés Picchetti en Argentina.
En tu caso escribes y diseñas. ¿Cómo desarrollas esa relación en tus libros?
Los diseñé yo, el de Couve no. Ahora, hacerse cargo de todo el circo es raro, por un lado, es bonito ser capaz de hacer el proceso completo, investigar, editar, ya en este caso un poco escribir, y luego darle forma a todo eso. Es como de otra época. Por otro lado, trabajar con otra gente de otras disciplinas tiene una gracia. Al hacer todo el circo, sin duda la parte de diseño me queda más en desmedro, creo que soy más autora de estos contenidos que diseñadora de estos artefactos, es lo último que va quedando en la producción. Quizá si yo viera este libro para diseñarlo sería más jugada, potenciaría más el rol de diseñadora. Están correctos, están resueltos. La cita está más power que la parte del diseño mismo. Hay libros que no son tan jugados en sus contenidos, pero la propuesta de diseño editorial es más jugada. Aquí quizás es demasiado pedir llevar todo a su máximo esplendor. El diseño es lo más convencional de todo.
Hugo Herrera Pardo sobre Alfabetos desesperados
La crítica retórica ha mostrado cómo el desplazamiento es la condición indispensable para que se produzca significación. Un desplazamiento, ya sea por contigüidad o por analogía, de un significante hacia otro. En Alfabetos desesperados, Catalina Porzio construye un catálogo que pone en escena un desafío a aquella condición indispensable del lenguaje: ¿qué pasa cuando en lugar de ocurrir un desplazamiento lo que ocurre es un desvío, un extravío, una encriptación o incluso una operación del azar que fisura todo código convencional de la comunicación para abrir la posibilidad de otro código, más secreto, más íntimo y más fascinante? ¿Qué pasa cuando el rol del significante lo pasan a ocupar rayas, marcas, tosidos, huellas, residuos, sonidos guturales, entre otras tantas formas excluidas de la significación? Lo que ponen en juego los conspiradores contra la función comunicativa del lenguaje reunidos por Catalina Porzio son asociaciones verticalmente suspendidas que, en momentos específicos de sus vidas personales o de contextos signados por lo político, logran desplegar utopías del sentido.