Una fotografía al fotolibro

Una parte de la producción de libros independientes corresponde a libros de fotografías. De las paredes de exposiciones a estar entre cubiertas, dialogamos con personas que activan el proceso desde roles que se combinan

Fotografía 0:

El redactor va a la casa de un fotógrafo para el que escribió un epílogo para su fotolibro. Va con su computador, algunos libros y su hija. Un equipaje y compañía normal. Al salir después de seleccionar algunos fotolibros, algunos a sugerencia de su colega, otros por su propio gusto, se da cuenta del peso que lleva. Los fotolibros pesan más que los libros, se lleva una mochila de la casa de su amigo.

Los abre.

Fotografía 1: Miguel Ángel Felipe, editor de La Visita / Elde Gelo, fotógrafo

La Visita es una editorial de fotolibros con diez años de trayectoria. En este tiempo han producido 50 publicaciones: 20 fotolibros y 30 fanzines que corresponden a regiones (Arica, La Serena y Rancagua) de Chile.

La colección más significativa es el Rectángulo, con 15 títulos a la fecha, libros de pequeño formato (12x 16 centímetros y 40 páginas) que partieron con El río  de Mauricio Quezada, Las novias de Antonio, de Zaida González, y La niebla, de Mauricio Valenzuela.

El tiraje de los fotolibros de La Visita oscila entre 500 y 1000 ejemplares. Miguel Ángel Felipe, el editor, detalla que «Las cotizaciones de imprenta siempre estimulan a tiradas más grandes. Lo cierto es que el mercado nacional, si tal cosa existe, queda cubierto con 200 ejemplares. Quizás alguno más, pero no muchos más». Calcula la circulación de los fotolibros toma 10 años para el editor. Quizá cuánto tome para Berma, el último fotolibro de Elde Gelo, seudónimo autoral del editor.

Generalmente en los fotolibros que he visto hay textos, ¿qué rol ocupa el texto en un fotolibro?  

Es una parte fundamental de la obra. Como ocurre con los prólogos de Borges, cualquier texto pasa a formar parte de la obra misma y no debe considerarse en ningún caso un adorno estético. De plantearse así, es mejor que no esté. He escrito varios de estos textos, algunos de los que me arrepiento incluso, y cada vez creo que debe ser una decisión muy meditada. Por ejemplo, hay un riesgo grande en el caso de aquellos textos que vienen a tratar de defender la obra, entendida ésta como el conjunto de fotos en secuencia al que acompañan, o a ensalzar los supuestos méritos del fotógrafo. La deshonestidad, en estos casos, no se perdona. Mi predilección va por el lado de aquellos textos que son capaces de abrir los sentidos de la lectura del fotolibro completo. En cualquier caso, y nos ha pasado afortunadamente con algunos títulos, es fantástica la posibilidad de hacer convivir a fotógrafos y escritores. Deberíamos impulsar más estas complicidades desde ambas orillas.

¿Cuáles son las diferencias de mercado del fotolibro chileno en comparación a otros que conoces?  

Tengo la impresión de que Chile no se diferencia en gran medida de países como Argentina, España o Francia, que pueden ser los que conozco más. El hecho básico es que la cantidad de habitantes determina la cantidad de potenciales lectores, lo cual no deja de ser una mera cuestión de tamaño. Son mercados además que tienen a reducirse: en todos ellos el libro físico cada vez tiene menos presencia. Pero también hay que pensar con alguna dimensión histórica dónde está situado el libro como objeto cultural y qué valor tiene ahora mismo. El sistema educativo, con una gran cantidad de lecturas obligatorias y de lectores rehenes, sostiene la circulación de determinados títulos y autores, puras sandías caladas por lo general y bicocas para algunas editoriales, pero no fomenta la relación con el libro por placer. Y en el caso del fotolibro, el placer es un aspecto fundamental. Esa es la razón que justifica el viaje.

¿Cuál es la relación de viaje y fotolibro?   

Independientemente de sus contenidos específicos, el fotolibro es un viaje siempre, una invitación a evadirse. La necesidad urgente de escapar hacia otro lugar. Como casi todos los viajes, es el proceso lo determinante más que la meta o la posibilidad incierta de llegar a algún sitio. La propia construcción del fotolibro es en sí mismo una epopeya en la que el autor y el resto de los participantes tienen que cuestionarse varias veces sobre su propia identidad  transformada por la experiencia, sobre la necesidad real de la aventura y los peligros que están acometiendo.

¿Qué particularidades debe tener un fotógrafo para llegar a la instancia de un fotolibro?    

Casi todos los fotógrafos están pensando su obra con el fotolibro en la cabeza como soporte ideal. Ha pasado a ser un lugar común, lo cual no es necesariamente beneficioso. Se podría dar la ironía absurda de que tuviéramos más autores que lectores. Pero no son las particularidades de un autor las que determinan que deba llegar a un fotolibro sino las características de la obra. El fotolibro es una amalgama de decisiones en torno a un discurso fotográfico que siempre lo exceden, donde lo fundamental es que las imágenes no se legitiman individualmente sino de manera colectiva, en determinada disposición y en combinación con el resto de los elementos que lo conforman. Esa es la línea que separa el fotolibro, que es un concepto relativamente reciente, del catálogo de fotografía. En este último caso, es cada imagen individual la que justifica su inclusión. En el caso del fotolibro, la desaparición de una imagen precisa debería desamar el dispositivo completo. Sería algo así como si le sacáramos algún engranaje a un viejo reloj de cuerda: puede tener una apariencia estética pero no va a dar la hora con precisión. Aunque pensándolo bien, quizás necesitamos también relojes que no den la hora.

Tu propia obra, ¿generalmente la vendes, la regalas, la intercambias?   

Todas las anteriores. Generalmente trato de moverme en dos situaciones: o la regalo en el caso de alguien que de verdad creo que la aprecia ,y que además me parece que se lo merece, o trato de venderla a un precio justo, es decir cara, porque cuesta hacerla, editarla, archivarla, producirla y transformarla en un objeto físico. Entre los fotógrafos, y también otros artistas visuales, hay mucho intercambio de obra. Estoy en ese grupo también y está muy bien que así sea.  El trueque es una manera menos onerosa de hacerse con objetos de deseo y, a la par, demostrar cariño y respeto por la obra de los compañeros de viaje.

Berma fue impreso en Europa, ¿qué diferencias hay entre las imprentas chilenas y extranjeras para tomar esa decisión?  

Efectivamente, Berma fue impreso en Gráficas Palermo en Madrid. Es la ciudad en la que estudié y donde viví un tiempo, así que había una coherencia biográfica en hacerlo allí. Y surgió además de una manera un tanto azarosa, coincidiendo con un viaje y ajustando los plazos a ese desplazamiento que estaba decidido de antemano. Algo que resultó bien, pero que tuvo su estrés.  Desde el punto de vista de equipamiento y de cualificación del personal, tengo la impresión de que no hay ninguna diferencia. Sí la hay en cuanto al control de calidad del producto en cada una de las fases de producción: impresión, cortes, encuadernación…lo cual termina influyendo en el resultado final. Y, en mi mínima experiencia, también en los plazos de entrega y aspectos formales. Pero, como decía, están las mismas máquinas y las mismas personas que aman sus oficios. Tal vez hay que buscar el pero en las condiciones laborales y en la alta rotación de los trabajadores de la imprenta.

Pie de foto:

80 ejemplares de Berma viajaron en las maletas de Miguel Ángel y su hijo. En Aduana explicó que traía, mostró la carta del Consejo de la Cultura y un funcionario abrió un libro. Lo revisó junto a un superior. La crítica del funcionario fue breve y divergente. «Son fotos de Chile», «son fotos antiguas». Si bien la primera es correcta, la segunda no; fue solo la impresión del blanco y negro.

Fotografía 2: Aribel González, editora y diseñadora de Buen lugar

Ninguna imagen de A-mor (Buen lugar, 2015), fotolibro de Cristóbal Olivares, podría captar la experiencia de tenerlo entre las manos. Las texturas de la portada invitan a algo distinto, cerrar los ojos y tocarla. Son muchas letras talladas, son nombres de mujeres asesinadas.

Archivos familiares se abren, junto a testimonios que sustentan las imágenes y se insertan documentos. La sensación de mareo y repulsión frente a imágenes también genera un impacto superior. Alguna vez, un momento, todos fuimos felices.

Olivares deja registro de objetos que quedan vacíos sin las mujeres que les dieron vida, continuidad rota con otras imágenes de archivo o alusivas. El diseño y dirección de arte de A-mor estuvo a cargo de Aribel González. Ella, como parte de Buen Lugar, también se hace cargo de otros libros que no tienen esos medios de producción. Un ejemplo adecuado es 874, que es un desplegable.

¿Cuál es la diferencia de trabajar en un fotolibro frente a trabajar en un libro tradicional?

Sobre todo la composición, la parte más importante de un fotolibro. Uno como diseñador cuando se empieza a enfrentar a libros de fotografía o de arte uno tiende mucho a sobrediseñar, ponerle demasiado de uno, tratar de llegar de diseño. Cuando empiezas a trabajar en equipo con los fotógrafos, porque las fotos son el centro del libro. Hay que respetar la obra y potenciar la exhibición de la obra en formato de libro. En un libro de lectura debe tener legilibildad, lecturabilidad, que se lea bien, que tenga buen tamaño. Con los libros de arte y fotografía la idea es tener propuestas más minimalistas, como lo que hacemos en Buen Lugar,

¿Con cuánto dinero se hace un fotolibro?

Depende, porque hay cosas que las hacemos nosotros, las encuadernamos nosotros. 874 no debe costar más de 3000 pesos, que lo vamos a imprimir en láser a un plotter, compramos los papeles, los llevamos listos, la guarda que une los dos fanzines la pegamos nosotros. En las cosas muy artesanales, que no puedes cobrar mucho, porque el público en general en Chile lo encuentra todo un poco caro. No salen tan a cuenta, porque uno invierte tiempo en hacer cada ejemplar. Después tenemos otros libros que han sido cofinanciados por mecenas, por autores. Todo ha sido muy distinto en cada ejemplar, otros han sido en imprentas con plata del FONDART. Acá en Chile es bien cara la industria.

¿Cuál es el nivel de especialización de las imprentas chilenas para trabajar con fotolibros?

Hay imprentas que son boutique, como Gramma, con la que imprimimos el libro A-mor, que aunque uno piense que pueden ser mucho más pro también se equivocan un montón. Es un tema, nunca es fácil. Uno piensa que es más fácil mandar a hacer que hacerlo uno, y a veces es más fácil hacerlo uno, porque sabe que va a quedar como uno quiere.

¿Cómo se aprende a diseñar fotolibros en Chile?

Estudié en la Católica, ahí tomé unos talleres editoriales para crear libros más de artista, pero también es mirando porque no existe la carrera de diseñador de libros en Chile. Tú estudias diseño gráfico y te van enseñando a diagramar libros. Para proponer cosas menos tradicionales es uno meterse a sobre todo mirar referentes de afuera o de lo que se ha hecho acá. Cristóbal Olivares estuvo en un taller con un fotógrafo español que le traspasó algunos datos que compartió conmigo.

¿Cuáles serían tus referentes?

Acá en Chile la editorial del FIFV [Festival Internacional de Fotografía de Valparaìso], Dante Mellado es el diseñador. Por otro lado los de DAGA. De afuera mi referente máximo es Ramón Pez, español que ha diseñado un montón de fotolibros y fue director de artes de la revista Colors.

¿Cuál es tu opinión del diseño de los fotolibros chilenos?

Ha ido mejorando el tema de la edición independiente en Chile. Como Paulette, libros de artista, me gusta mucho el trabajo de ellos. Está bacán la escena, está mejorando un montón. Igual creo que tiene que ver con un recambio de autores y recambio de diseñadores, porque el fotolibro en Chile era bastante tradicional.

¿Cuáles son los tirajes de los libros de Buen lugar?

De A-mor hicimos 500, el libro es súper caro de hacer, tiene hartas terminaciones, pero como era FONDART el precio final nunca fue el que debería ser. Si esa plata hubiese salido de nuestro bolsillo, nunca hubiese costado las 18 o 20 lucas que costaba al principio. Ahora está a 30 porque quedan poquitos, pero jamás lo pondríamos haber vendido a ese precio, y la gente no sabe los costos de imprimir libros de ese estilo, Coffe table books. Sobre todo depende del tiraje, no íbamos a hacer 1000 libros, por plata y porque no se venden 1000 libros de fotografía en Chile. Somos de la idea de hacer menos ejemplares y que los libros se pierdan. Entonces hacemos 200, 150, de uno hicimos 50, y de los fanzines los hacemos por demanda, de 10, de 15, y vamos vendiendo. No tienen tiraje final.

Para la literatura se hace un depósito legal, entrega de ejemplares a la Biblioteca Nacional. En el caso de los fotolibros de Buen lugar, ¿dónde los dejan?

No hay una exigencia. No todos, pero la mayoría tienen ISBN, están registrados por la Cámara Chilena del Libro, pero no nos han exigido. Si hemos regalado hartos a lugares que nos parecen adecuados, como la biblioteca del FIFV, tenemos otros en bibliotecas especializadas en Nueva York, Buenos, Aires, Japón y Uruguay, A- mor se regaló mucho más por temas del FONDART, a la Fiscalía y familiares de las víctimas.

Diseñabas en Mud Magazine, que da harta salida online a fotógrafos. En tu rol de editora, ¿cómo te das cuenta que un set de fotografías da para un fotolibro?

No creo que haya un trabajo que no se pueda poner en un libro, es lo mismo que una exposición. Finalmente es cómo lo expones. Obviamente hay trabajos buenos y trabajos malos. Aparte no es solo foto, hay material de archivo y texto.

Pie de foto:

Recuerdo un fragmento de Diario de Ladrón de Jean Genet, cuando pienso en las imágenes de A-mor: «Llevaba una vieja gorra gris con la visera rota. Si la tiraba al suelo de nuestra habitación se convertía, de repente, en el cadáver de una pobre perdiz con el ala cortada; pero cuando se la ponía, algo ladeada, el borde opuesto a la visera se alzaba para descubrir el más glorioso de los mechones rubios».

Fotografía 3: Nicolás Wormull, fotógrafo y editor

Si las palabras encuentran su magia al ser ensambladas de formas arriesgadas y sorpresivas, Wormull hace el mismo efecto con las fotografías en sus fotolibros. Una escena familiar inocente puede estar al frente de un baño ensangrentado.

Toda habilidad lo es si no se abusa de ella. Y Wormull mide el recurso para no cansar. Pero el miedo se queda contigo, sabes que volverá. Esas vueltas pueden ser también en otros libros. Porque algunas imágenes se repiten. Esto hace pensar en la posibilidad real que alguien pueda tener todos los fotolibros de un autor.

El miedo no está en afuera, sino dentro. Como los más finos cultores del terror, la mirada de Wormull está en el cotidiano. ¿Cuántas personas hay dentro de nosotros? Las personalidades de Nicolás muestran un hombre entregado al placer, al vicio y a la crianza.

Como cualquiera de nosotros. Explica el fotógrafo: «mis fotolibros son muy autorreferentes y mi familia y mis cercanos son temas frecuentes que retrato. Se arman a partir de períodos de tiempo. Por darte una idea, empiezo a hacer fotos desde un acontecimiento personal y me pongo una meta de intentar generar relato en imágenes. Es una suerte de diario personal de vida, y puede durar aproximadamente 2 años y llega un momento en que siento que ya tengo el material que quiero, es algo que solo lo siento. Entonces se genera una calma interna en el ámbito de esa búsqueda de capturar y empieza el proceso de mirar el material, armar, desarmar, generar un dialogo entre las imágenes y que me hagan sentido, a mí, porque finalmente puede ser muy subjetivo para otros. Una forma que me funciona mucho es ir armando dípticos, y bueno eso demora. Luego una secuencia de dípticos hasta que aparece un cuerpo de obra».

Wormull establece que sus tirajes son de 500 libros si se imprimen en offset. A través de una empresa de distribución se mueven entre 200 y 300. Aparte está el movimiento de festivales, los editores viajan a distintas instancias internacionales. .

¿Por qué repites imágenes en distintos fotolibros?

Es una decisión muy consciente, finalmente cada cuerpo de obra o fotolibro es un capítulo de mi tiempo. Y en ese sentido me gusta vincularlos cosa de generar lazos entre ellos más allá de mi estética. Es algo simbólico, lo veo como pequeños puntos de un tejido que los unen.

Aparte de tus propios fotolibros, has participado como editor. En ambos roles, ¿cuándo se da por terminado un fotolibro, como unidad de trabajo?

Creo que una de las etapas más difíciles de editar libros, es cerrarlos, darlos por terminado. Más aún cuando editas a otros fotógrafos porque los cambios son muchos,  al nivel de cierto desamor a ratos. Pero es normal ese ir y venir.  En algunos casos, ya estando en la imprenta, te llama el fotógrafo y dice que quiere cambiar una foto. O como me pasó con un libro mío, justo antes de imprimir una plancha, dije que quería cambiar el díptico. Hay una búsqueda de perfección que siempre queda inconclusa.

Al formarte en Suecia, ¿qué diferencias ves en el plano formativo local?

En Suecia uno estudia porque quiere, hay una vocación real, porque puedes trabajar en otra cosa y aun así tener la misma calidad de vida que si no estudias. Si bien los fotógrafos en su mayoría son bohemios y buenos para la fiesta, también hay un lado serio y mateo que uno debe asumir para poder producir. Me atrevería a decir que acá la balanza tiende hacia el lado más bohemio. Pero veo en los fotógrafos más jóvenes que eso está cambiando.

Respecto a la formación como tal, es muy densa y sobre todo práctica. Es mucho terreno y corrección. Te guían desde tu mirada, sin imponer una mirada pero si reforzar la tuya. Y además el abanico de mentores/profesores que es muy amplio y retroalimentas constantemente. Se toman la formación muy en serio.

¿Cómo funciona allá el fotolibro?

Funciona de la misma forma que acá, creo que allá quizás aún hay más compromiso de apoyar un lanzamiento o algún evento relacionado con el fotolibro,  tanto de parte de tus colegas como de personas que no se dedican a la fotografía. Quizás por un mayor interés cultural, no sé, pero si hay más gente que se interesa, eso es muy evidente.

¿Cómo evalúas el fotolibro chileno?

Creo que en estos últimos años ha mejorado notablemente. Desde mi punto de visto el libro de fotografías tipo catálogo ha empezado a quedar atrás, y el fotolibro empieza a ser más protagonista. Y también hay iniciativas nuevas, como librerías que están fomentando fuertemente al fotolibro chileno. 

Si tuviera que criticar un par de cosas sería que muchas veces tengo la sensación que los libros tratan temas más por una cosa de ser políticamente correcto, que por un relato más honesto o cercano al fotógrafo que lo hace (lo que no significa en absoluto que no me gusten esos libros o esos temas, por el contrario) y eso se revela inmediatamente cuando uno ojea esos libros. Lo otro que podría decir, es que muchas veces el contenedor es más interesante que el contenido, dejando al fotógrafo/fotografía como en un segundo plano.

Pie de foto

El peligro de Wormull se manifestó en el contacto. Hasta el último evitó contestar, a veces me llamó por casualidad. Era escuchar el trasfondo de su obra. El fotógrafo que lo retrata, afirma haber vuelto vomitando de su visita. Esperaré tener esta edición impresa antes de llevarla a las afueras de Quillota.

¶¶