Vita Nova

Roland Barthes

Marginalia

71 páginas

Vita Nova es la novela proyectada y no concretada por el crítico y ensayista francés Roland Barthes durante los meses previos a su muerte. Novela de la cual solo se conservaron anotaciones, esquemas, en específico ocho folios, publicados de modo póstumo, en el tomo V de sus Obras Completas. Ocho folios boceteados, cuya data específica es de agosto/septiembre y diciembre de 1979, y que por vez primera son traducidos al español y publicados en formato libro, en un volumen que viene precedido por una extraordinaria introducción a cargo de David Fiel (40 páginas), erudito barthesiano de quien ya se conocía un espléndido libro anterior, Roland Barthes y el Soberano Bien. Música, epifanía y muerte en La cámara lúcida (Nube negra, 2016).

Barthes señala más de una vez, que si utiliza la palabra Novela es solo por comodidad, para referir a «cualquier Forma que sea nueva en relación a mi discurso anterior». Decisión sobre la que no deja de tener sus reservas, ya que no se plantea como seguro si ser. posible llamar Novela a la obra que desea y de la que espera que rompa «con la naturaleza uniformemente intelectual de mis anteriores escritos». Una Vita Nova, entonces, solo es posible concebida por Barthes como «el descubrimiento de una nueva práctica de escritura».

Nueva vida, nueva escritura que comienza a sedimentarse paulatinamente mediante las identificaciones que la literatura provoca. Identificaciones proyectadas entre el lector y los personajes representados que, a juicio del ensayista, constituyen el motor mismo de la literatura. En el caso de Barthes su identificación es con Proust, con su deseo de construir una obra basada en el anhelo de querer escribirla. Así, asevera Barthes: «yo no me identifico con el prestigioso autor de una obra monumental, sino con el obrero, ora atormentado, ora exaltado, siempre modesto, que ha querido emprender una tarea a la que, desde el origen de su proyecto, ha conferido un valor absoluto». De este modo, en su interpretación tardía de Proust, Barthes asume que éste «se encontró en la encrucijada entre dos vías, dos géneros, dos caminos, que aún no sabe que pueden llegar a unirse, como tampoco sabe el Narrador durante mucho tiempo, hasta que se casan Gilberte y Saint-Loup, que el camino que va de casa de Swann está tocando al camino de Guermantes: el camino del Ensayo (de la Critica) y el camino de la Novela».

Resulta evidente que esta identificación de Barthes con Proust se encuentra basamentada en un paralelo que asume la forma del duelo materno. «Cuando muere su madre, en 1905, Proust pasa por un período de anonadamiento, pero también de agitación estéril; tiene ganas de escribir, de hacer una obra, pero ¿cuál?, o, más bien, ¿con qué. forma?». En la lectura barthesiana Proust se lanza a la escritura deseada de su obra, que no sería a su juicio ni novela ni ensayo, sino lo que denomina una «tercera forma». Tal tercera forma interesa a Barthes porque permite y sostiene el derrumbe de la cronología, por medio de fragmentos, intelectuales o narrativos, los cuales formarían una secuencia que, de esta manera, se sustraería «a la ley ancestral del Relato o del Razonamiento», provocando «sin esfuerzo la tercera forma, que no es ni Ensayo ni Novela». En este punto, Barthes se apoya en Nietzsche, quien arengó que «hay que hacer añicos el universo, perderle el respeto a todo», y también en John Cage y su mantra «De todas maneras, el conjunto construirá una desorganización». Son estos fragmentos, en definitiva, los que acabarán produciendo la identificación de la literatura con la vida, episodios que Barthes nombra como momentos de verdad: «de repente, la literatura coincidía absolutamente con un desgarramiento emotivo, un grito, en el propio cuerpo del lector que vive». Los ocho folios supervivientes son, por tanto, los sedimentos desgarrados de esos gritos, de ese cuerpo, de ese lector que vive.

 

Publicado en el número de agosto del 2018

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