Agostina Luz lópez
Elefante / Notanpüan
94 páginas
El hilo que trenza los siete capítulos que componen Weiwei de Agostina Luz López corresponde a una búsqueda en torno a modos de narrar. Exploración que es definida en cierto momento de la novela como «un puro movimiento, un estado de tránsito, un ir hacia», en relación a lo que la narradora llama «escritura prematura», esto es una «escritura que no puede contar nada porque le falta madurar», una escritura «que necesite entender el mensaje antes de transmitirlo, que necesite encontrar un lenguaje, un tiempo secreto». Distancia temporal y concreción de la experiencia, entonces, marcan el problema de esta escritura en desplazamiento «que no termina de tener una forma, que es una forma en búsqueda», puesto que la narradora reconoce que únicamente puede escribir sobre el presente, acción proyectada como «si fuera una escritura que no pudiera acumular, que se va borrando a sí misma, que solo puede contar lo que sucede en el momento». Para entender este problema, el anterior pasaje se podría contrastar con otra línea de la novela: «María entiende que su padre nunca le habla del pasado, nunca hace de sus experiencias relatos». Porque si narrar consiste en plasmar una experiencia, el signo inequívoco de esta es su ubicación distante en un pasado, al que no obstante resulta necesario aproximarse.
Ese presente evanescente reconocido en la novela se relata en el capítulo de apertura y en el de cierre, desde un castillo medieval en Francia, en donde la narradora lleva a cabo una pasantía, lo que la lleva a compartir, entre otras, con una taiwanesa de nombre Weiwei («nombre perfecto para escribir una historia»). Entre ambos puntos se ubica el pasado, a partir de relatos acumulados mediante el contacto con otras y otros: la madre, el padre, las amigas, los amores. Al inicio de la novela, una descripción se torna metafórica y prefigura este problema que anuda narrar; distancia y aproximación. A medida que el avión que la lleva a destino se acerca a la ciudad, quien narra registra: «lo que está lejos no llega a formarse (…) se escapa de las formas (…) a medida que me acerco (…) algo empieza a tener una referencia en el mundo». De este modo, «Hay que estar cerca, bien cerca, para ver y comprender». Es decir, para relatar.
Walter Benjamin escribió un ensayo fundamental sobre el ocaso del arte de narrar y la crisis de la experiencia, El narrador. Allí se lee que narrar historias «siempre ha sido el arte de volver a narrarlas, y este se pierde si las historias ya no se retienen. Se pierde porque ya no se teje ni se hila mientras se le presta oído». La búsqueda de modos de contar desplegada en Weiwei parece fundamentarse sobre esta apreciación. La novela se trama mientras ella relata lo que antes escuchó y luego ese algo acaba por vincularse a su propia vida. De esta manera lo prematuro encontraría su lenguaje, su tiempo secreto, es decir, su forma.
En el mismo ensayo, a juicio de Benjamin, la narración en tanto forma artesanal de comunicación no se propone«transmitir el puro «en sí» del asunto, como una información o un reporte. Sumerge el asunto en la vida del relator, para poder luego recuperarlo desde allí. Así, queda adherida a la narración la huella del narrador, como la huella de la mano del alfarero a la superficie de su vasija de arcilla». Es este procedimiento que entreteje asuntos de otras vidas en la vida de la narradora, el que parece ser el modo de relatar que se busca y se tantea en Weiwei. Narrar a partir de los asuntos de otras y otros los asuntos de quien cuenta. Un narrar soterrado, colateral, de allí que el iniciador predominante de gran parte de los relatos que se hilan en la novela sea el complemento indirecto «me dijo», «me contó» o «me llamó». El relato indirecto se vuelve directo mediante un particular deseo, el deseo de contarse a sí misma: «Me conté a mí misma el deseo de usar estos relatos para sanar a mis conocidos», señala en un punto de la novela la narradora.
Para Benjamin, el desplazamiento paulatino de la narración del ámbito del habla viva provocó «una nueva belleza en lo que se desvanece». En Weiwei, esa belleza se ubica en lo que permanece en estado de latencia, a la espera de que los relatos acumulados en sus páginas se imbriquen a otras lectoras, a otros lectores.
Publicado en el número de octubre del 2018